sábado, 10 de octubre de 2009

Un poema colombiano

Hablando sobre poemas,  tuve la oportunidad de escuchar un bello poema de amor de boca de un recitador anónimo. Esto ocurrió en una casa de veraneo de la familia en una noche de vacaciones. El declamador recitó un poema del  Helcias Martán Gongora, poeta nacido en Guapi (Cauca - Colombia) y que siempre fue disputado por vallecaucanos y caucanos como su personaje representativo de la poesía regional. Martán Gongora era estudiante de derecho en el Externado de Colombia, en la época en que mi papá hacia su carrera de abogado en esa universidad. Cuando el declamador terminó de recitar la poesía mi papá contó una anécdota interesante. Resulta que el citado poeta se la pasaba todo el tiempo de la clase escribiendo poemas debajo del pupitre. Un día un profesor se quedó bastante irritado con el desatento alumno y comenzó a hacerle preguntas sobre la materia de derecho. Obviamente el poeta no supo responder nada. Entonces el profesor le pidió que leyera en voz alta el texto que estaba escribiendo a  escondidas. El poeta se paró, leyó el texto, dejando con la boca abierta a sus colegas y al mismo profesor. Ante el inesperado efecto producido por la fuerza del arte, el profesor dijo con voz grave: “Usted tiene cinco en poesía y cero en derecho”, y la clase terminó prematuramente.

El poema citado es el siguiente:

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~ Declaración de amor ~ (de Helcias Martán Góngora)

Las algas marineras y los peces,
testigos son de que escribí en la arena
tu bienamado nombre muchas veces.

Testigos, las palmeras litorales,
porque en sus verdes troncos melodiosos
grabó mi amor tus claras iniciales.

Testigos son la luna y los luceros
que me enseñaron a esculpir tu nombre
sobre la proa azul de los veleros.

Sabe mi amor la página de altura
de la gaviota en cuyas grises alas
definí con suspiros tu hermosura.

Y los cielos del sur que fueron míos.
Y las islas del sur donde a buscarte
arribaba mi voz en los navíos.

Y la diestra fatal del vendaval.
Y todas las criaturas del Océano.
Y el paisaje total del litoral.

Tú sola entre la mar, niña a quien llamo:
ola para el naufragio de mis besos,
puerto de amor, no sabes que te amo.

¡Para que tú lo sepas, yo lo digo
y pongo al mar inmenso por testigo!

miércoles, 5 de agosto de 2009

Un poema de Octavio Paz

Hace mucho tiempo descubrí un poema de Octavio Paz, lo perdí por otros muchos años y lo volví a reencontrar recientemente en un libro de antología poética del autor. Siempre me intrigó porque tantos famosos artistas naufragaron en el camino del arte, enloqueciéndose o perdiéndose en el camino de los vicios, por ejemplo, y aún no se realmente el motivo. Mi única explicación, hasta ahora, es que el arte nos puede llevar hasta la puerta de la trascendencia, pero no es suficiente para que la traspasemos. Para tal tarea, tal vez precisemos de más energía (hablando en un lenguaje bien ingenieril). Las regiones en donde habita el espíritu deben estar muy lejos o tal vez demasiado próximas... en donde tal vez necesitamos tener la pureza de los niños y la sabiduría de los ancianos. Les dejo para que lean este bello texto, que invita a la trascendencia, pues nos hace perder en el significado ambiguo de las palabras, parando casi nuestras mentes, en un ritmo sorprendente impuesto por la métrica de este grande poeta.

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DECIR : HACER (Octavio Paz)
A Roman Jacobson

1

Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido,
la poesía.
Se desliza
entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido.
No es un decir:
es un hacer.
Es un hacer
que es un decir.
La poesía
se dice y se oye:
es real.
Y apenas digo
es real,
se disipa.
¿Así es más real?

2

Idea palpable,
palabra
impalpable:
la poesía
va y viene
entre lo que es
y lo que no es.
Teje reflejos
y los desteje.
La poesía
siembra ojos en la página,
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan,
las palabras miran,
las miradas piensan.
Oír
los pensamientos,
ver
lo que decimos,
tocar
el cuerpo de la idea.
Los ojos
se cierran,
las palabras se abren.

Un cantor y poeta brasileño

Uno de los grandes motivos para venir a Brasil fue la música brasilera. Desde que era joven me deleitaba cuando escuchaba algún bossanova o samba en la radio. Cuando estaba en la universidad descubrí un almacén de música en el centro comercial del norte en Cali y allí encontré un disco en español, entre otros, de Chico Buarque de Holanda. Había leído algunas cosas sobre él en donde se lo consideraba un verdadero poeta, con una postura bastante firme y coherente contra la dictadura militar en los años 60 y 70.

Al final de los 90 Chico Buarque compuso una de sus más bellas músicas sobre el amor y la experiencia de los amantes. Llegó a ser considerada una de las mejores canciones brasileras de esa década, en donde ya se percibía una caída de la calidad de las composiciones de los músicos de la MPB (Músicas Popular Brasileira), tal vez por la falta de renovación.

La canción poema puede ser apreciada en: http://www.youtube.com/watch?v=r-vQq8oaEM8

martes, 4 de agosto de 2009

Sobre un poema brasileño

Vinicuis de Moraes es tal vez el poeta más conocido fuera de Brasil, a pesar de que cuando llegué a este pais falleció el que ellos consideran el mayor poeta brasileño, Carlos Drumond de Andrade. Me impresionó bastante su muerte, sobre todo porque los noticieros pasaban mucha gente llorando por un poeta que yo no conocía, y no entendía bien lo que decían por causa del idioma que aún no dominaba. Esto muestra que la barrera del idioma ha sido fundamental para mantener Brasil alejado del resto de América Latina.

Vinicuis de Moraes tuvo varios encuentros y pocos desencuentros con jóvenes músicos brasileños en el final de los años 50 y en la década siguiente. Son conocidos sus trabajos como letrista para composiciones con Tom Jobin, Edu Lobo, Toquiño, Chico Buarque, entre otros.

Existe una famosa frase suya: "La vida es el arte del encuentro, a pesar de haber tanto desencuentro por la vida".

Bebía, fumaba y amaba mucho las mujeres. Tuvo varios matrimonios y enamoradas. Drumond de Andrade decía que Vinicius fue el único poeta brasileño que había vivido como un poeta.

Sobre su disposición para la bebida decía: "El whisky es el mejor amigo del hombre, es el perro embotellado".

No tuvo posturas políticas fuertes, tal vez porque vivió como un poeta y no tuvo espacio ni tiempo para preocuparse con esas cosas; o tal vez porque todo lo dijo sutilmente, poéticamente.

Aquí va un primer poema del poetinha (poetica), como era cariñosamente llamado.
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RECETA DE MUJER

(Vinicius de Moraes)

Las muy feas que me perdonen. Pero la belleza es fundamental.
Es preciso que haya algo de flor en todo esto.
Algo de danza, algo de haute couture en todo esto
(o entonces que la mujer se socialice en elegante azul,
como en la República Popular de China).

No hay término medio posible. Es preciso que todo sea bello.
Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza
apenas posada y que un rostro adquiera de vez en cuando
ese color que se halla en el tercer minuto de la aurora.
Es preciso que todo sea sin ser, más que se refleje
y florezca en el mirar de los hombres.

Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Paul Eluard
y se acaricie en unos brazos más allá de la carne:
que se les toque como al ámbar de una tarde.
Ah, déjenme decirles, que es preciso que la mujer que está allí,
como la corola ante un ave sea bella
o tenga cuando menos un rostro que recuerde un templo
y sea leve como el resto de una nube:
pero que sea una nube con ojos y nalgas.

Las nalgas son importantísimas.
Ni qué decir de los ojos: que miren con cierta maldad inocente.
Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema pertinencia.
Es preciso, que las extremidades sean delgadas; que los huesos despunten,
sobre todo la rótula al cruzar las piernas;
y las puntas pélvicas en el enlazar de una cintura.

Gravísimo es, sin embargo, el problema de los huecos claviculares:
una mujer sin ellos es como un río sin puentes.
Indispensable que tenga una hipótesis de barriguita,
y enseguida la mujer se alce en cáliz,
y que sus senos sean una expresión greco-romana,
más que gótica o barroca y puedan iluminar en los oscuro
con una capacidad mínima de cinco focos.

Sobre todo es pertinaz que calavera
y columna vertebral se muestren levemente;
¡y que exista un gran latifundio dorsal!
Los miembros que terminen como tallos,
Y más bien haya un cierto volumen en los muslos y que sean tersos,
tersos como un pétalo y cubiertos de suavísima pelusa
sensibles a la caricia en sentido contrario.

Es aconsejable en la axila una gramilla con aroma propio apenas sensible
(¡un mínimo de productos farmacéuticos!).

Preferibles, sin duda, los cuellos largos de modo que la cabeza
dé a veces la impresión de no tener nada que ver con el cuerpo,
y la mujer no recuerde flores sin misterio.
Pies y manos deben tener elementos góticos. Discretos.
La piel debe ser fresca en las manos, los brazos, el dorso y la cara,
pero que las concavidades y los huecos tengan
una temperatura nunca inferior a los 37º centígrados,
pudiendo eventualmente provocar quemaduras de 1er. grado.
Los ojos, que sean de preferencia grandes
y su rotación tan lenta como la tierra;
que se coloquen siempre más allá de un invisible muro
de pasión que es preciso traspasar.

Que la mujer sea en principio alta o,
si es baja, que tenga la actitud mental de dos altas cumbres.
pero si es baja y no lo toca, por lo menos actúe como si lo hiciera
Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que,
Si cierra los ojos al abrirlos, ella ya no estaría presente
con su sonrisa y sus tramas.

Que ella surja, no que venga; parta, no vaya.
Y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente
y nos haga beber la hiel de la duda.

Y sobre todo, que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo,
no importa en que circunstancia, su infinita volubilidad de pájaro;
y que acariciada en el fondo de sí misma,
se transforme en fiera sin perder su gracia de ave;
y que exhale siempre el imposible perfume;
y destile siempre la embriagante miel;
y cante siempre el inaudible canto de su combustión;
y no deje de ser nunca la eterna danzarina de lo efímero;
y en su incalculable imperfección, constituya la cosa más bella
y más perfecta de toda la creación innumerable.