domingo, 19 de abril de 2015

Diálogos indiscretos (IX) – Homínidos y Monarquía


Una vez le comenté a César Giraldo sobre la defensa que hacía Ortega y Gasset de la monarquía. Cuando iba a comentar un poco más sobre el asunto ya el viejo amigo había seleccionado un libro y estaba pronto para leer un texto: “Carlos, escucha esto, el problema es más sutil de lo que parece –dijo.

Seguidamente leyó la siguiente frase de filósofo español: “La especialización del hombre masa olvida que el avance de la ciencia fue sustentado por hombres cultos excepcionales del siglo XVIII y que puede llegar un momento que esos medios técnicos precisen otra generación excepcional para avanzar”.

Y prosiguió diciendo: “¿cuántos colegas tuyos escuchan a Malher y cuántos otros leyeron el Quijote”? Queriendo salirle al paso al viejo zorro, intenté distraerlo hablando sobre asuntos de política, buscando llevarlo de nuevo al tema de la monarquía. Pero fue el viejo quien me salió al paso: “Ortega y Gasset tenía razón, la monarquía está en la vena de los bípedes. Los griegos pueden haberse inventado la república para maquillar la esencia de la política. Pero esta humanidad es esencialmente monárquica, hasta en la religión".

Y rascándose la cabeza prosiguió: “Todos tienen una fascinación por el espectáculo de la realeza. Hasta le dieron el título de rey de reyes a un carpintero, después de haberlo torturado sin compasión alguna. Y no creas que la realeza está naturalmente ligada a la forma de gobernar, pues a pesar de haber sido abolida en la mayoría de los continentes ella persiste en la farándula, en las artes plásticas, en el teatro, en los deportes y en el cine, verifica cuantas divas y divos farandúlicos vienen sustituyendo los príncipes y princesas, y sin dejar atrás  cantantes, modelos y deportistas
.

Y terminó diciendo: "la vocación monárquica se esconde detrás del espectáculo".

¿Y qué pasa con la tecnología, aquello que intentó decir Gasset? –pregunté. Y respondió diciendo: “mira también todo el glamour real que envuelve la empresas de tecnología de punta, en donde cada lanzamiento de un nuevo de producto está lleno de reinas de belleza. No era de esperarse cosa diferente, pues si la cultura aún puede permear la mente y la sensibilidad de los científicos, ella es incapaz de entrar en los corazón de los tecnócratas”.

Colocando su mano en el rostro dijo: “sólo un hombre culto puede sentirse fuera de cualquier clase social, de la política, libre de cualquier profesión y, sobre todo, emancipado del glamour”.

Cuando le pregunté de donde vendría esa fascinación bípede por la realeza, el viejo respondió: “En verdad no sé el grado de naturalidad de esa fascinación, pero con certeza la misma es reforzada por el ejercicio de la comunicación. Y no habló de medios de comunicación, sino de cómo producimos nuestras obras, por ejemplo de arte, y de cómo las comunicamos.”

César hizo un giro con su cabeza, como si quisiera buscar algo en su biblioteca llena de revistas viejas y de libros hurtados en librarías de libros usados: “observa bien que existe siempre un sentido de cómo va la información prensada en una obra de arte: del autor (o del ejecutor) para el observador, para el público. No hay camino de retorno, a no ser por la crítica.”

Y prosiguió: “y en ese ir sin vuelta la monarquía se esconde, dando aire de espectáculo a la exposición de una obra, al lanzamiento de un libro. O como ocurre en los museos, en las salas de conciertos, en las revistas especializadas, en la radio, en la televisión”.

Respiró un poco y prosiguió: “y puedes observarlo más claramente en el cine, la séptima y última de las artes, la que se quedó sin musa en el panteón griego, pues apareció tarde, dejándole el papel de musa a Greta Garbo, Catherine Deneuve y sus congéneres.”

Le dije a César que la abolición de la monarquía podría venir de otra fuente diferente de la cultura, pues la tecnología de la internet iría a democratizar el acceso a la información. Ante esta afirmación el viejo zorro respondió: “el problema que tú debes resolver debe parecerse a un problema de ingeniería, esa carrera que escogiste: ¿cómo hacer que las toneladas de información, que puedan circular en la internet, se conviertan en cultura?”.

Pensó un poco, y acariciendo su barba blanca y mal cuidada  dijo: “para eso debe existir una necesidad de libertad tan fuerte como la necesidad de respirar”. César permaneció callado por algunos segundos, y finalmente terminó su plática diciendo: “y cada bípede debe primero revindicar su derecho a ser artista, dejando un espacio del día para mirar honestamente sus demonios, sin juzgar, sin hacer el papel de crítico. Y esto, Carlos, requiere una pasión extrema por la vida”.


Conversaciones con mi amigo César Giraldo (São Paulo, años 90)(Brasília, abril de 2015)