I
Dicen que el brasilero João Guimarães Rosa estuvo en Bogotá el día que mataron a Gaitán, mal pudo percibir que había algo diferente: poeta tal vez se impacte con el drama, mucho menos con la muerte. Poeta requiere de un sustento material, tal vez la ausencia de un empleo público le sería fatal, pues con hambre pasa a ser mendigo, y la poesía es bella y pura, pero exigente. El poeta suele refugiarse en las oficinas públicas que dan soporte al estado, allí puede sentir el poema que paira en el aire, en el éter, en la lluvia que ve caer lentamente frente a una ventana fija, que levita en la pared. Siente el aire humedecido que se infiltra por las grietas descuidadas de un parco y público edificio (si no creen, pregunten sobre esto a Carlos Drummond de Andrade). En otros casos, refúgiase en el putero, o sea, en esos lugares en donde el sexo se ejerce, públicamente, sin tapujos. La poesía está siempre y por todo lado –no sólo en el campo, en los ríos, en los cuerpos, en las formas, colores, aromas, en las flores silvestres. Es pública por esencia (¿sería mejor conversar de esto con los simbolistas franceses?).
II
Cuentan que Aurelio Arturo quiso dedicarse plenamente a la poesía, al final de su vida; no hubo otra, trascendió (creo que en menos de un día, de una hora o de un segundo). No hay cuerpo que soporte tanto empuje, energía, es como hacer andar un carro engranado en primera a 160 kilómetros por hora.
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Mi refugio es la poesía, mi casa es ella, permite tú que mi barca naufrague en tus brazos, en tus cálidas aguas, cuando mi cuerpo dé señales serias de quebrantos: todo retorna, Borges, itinerariamente, como los números racionales –como la vieja fracción periódica, como toda alma libre y perdida.
III
Aún recuerdo cuando estabas –un día,
recostada sobre la hierba seca,
me miraste con esa profundidad marina,
y pintaste un canto en tu boca:
si aún crees que no existo,
por lo menos críame, gentilmente
(...en un verso...)
IV
Hacer croché, tejer parajes,
tener contacto, hallar sentido,
sentir las lluvias silabando afuera
mojando el árbol, el fruto ya caído,
pausando el canto, callar sintiendo, amor haciendo,
proseguir … transitar tu alma, regresar al bosque.
Retornar al bar, extrañar amigos, encontrar Bukowski,
(en medio del camino).
Hay un tanto y mucho de pureza, en un poema de Ginsberg,
Solomon, de Stein, de la generación perdida...
Pero ¿quien está perdido, yo, el crítico, o el poeta?
Permite tú que mi perdición sea la de encontrar ningún camino,
(sólo renunciando a todos)
Perdido: cerrar los ojos, apretar tu mano.
Esbozando un paso, tropezando un poco, siguiendo aquel mapa,
que eres tú y yo tarareando aquel silencioso cántico
(que a casi todos le parece sin sentido.)
No me dejes caer en la tentación de profesar en algo,
de cercar tu espacio, sagrado por esencia.
Te busqué por todas partes, y me encontraste cuando desistí
de cualquier andanza, dogma, de cualquier precurso.
Ahora aquí te encuentro, estás junto con todos mis amigos.
Hasta sentí a Mallarmé tocar mi mano,
cantando aquel viejo poema en mi oído,
(y era la voz de A. Storni, que hizo
su casa y habitó las profundidades del mar)
Y vi a Whitman afeitar su barba en una muestra de renuncia
(de clarividencia, de buen humor y desapego)
Vi su rostro puro, y era el mío, de Álvaro, de Curry, de Peter Moreno.
Vi a N. Parra riéndose de mis versos: son preclásicos, me dijo
(y si no lo son ahora lo serán algún día)
Pregunté al poeta Guenádi Aigui sobre el secreto
para hacer poemas perdurables:
deben ser verdaderas fotografías –dijo,
radiografías, escanografías del alma del autor,
y un punto esencial es el tener un toque de anonimato.
El poema es genérico, perdurable si es uno
con el que escribe –sin delatarlo…
un buen poema es un fiel amigo –dijo.
(Es la prudencia en un verso de León de Greiff).
Y ahora atisbo a Jorge de Lima, que algún
día recorrió los linderos del nordeste brasilero:
fui pintor, médico, poeta, político y escultor
(solamente dormía dos horas por día),
pinto cuadros en versos, y mis tintas son
palabras y silencios.
Verás que estoy en los cuadros de Munch,
de Klimt, de Chava Cure, Portinari y de Miró
(en la mano matemática y recursiva de Escher).
Pero eso no importa, pintor es poeta
con más silencios que sílabas.
El poema debe tocar el lector y traspasarlo
(completamente, sin ser letal).
Como el neutrino, aquella partícula quántica
de procedencia solar, que traspasa todo
y a todos, pues casi no tiene masa,
leve como el alma de Chico Xavier, de Buda y de Ramana.
Audaz y sigiloso como un niño:
viaja Neutrino-niño, retorna Neutrino-crianza.
(como un verso de Emily Dickinson,
de Keats, de Mario Faustino).
Como tu mirada, cuando estás sola,
traspareciendo, libre y despreocupada.
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Brasília, octubre 2010
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