I
No me digan que me quede inerte, pues causa y efecto me son imprescindibles para comprender el mundo. Fisgo el viento que balancea las ramas de un guayacán erguido en el campo: el viento mueve sus ramas en movimientos fortuitos e indefinidos. Paréceme que tienen vida propia, que el movimiento les es intrínseco, que brota mismo –dentro de ellas. Ahora me parece que las ramas conversan entre si y con otras ramas de otros árboles contiguos. Si no supiera lo del tal viento juzgaría que están todas ellas jugando y conversando. Conociendo el viento y sus efectos puedo inferir la causa como externa.
II
El viento tiene la causa, el árbol tiene sus motivos (para moverse): su rigidez propia, su geometría, su sustentación sobre el piso –dada por la profundidad y por la fuerza heroica de sus raíces. Me gustaría tanto ver las raíces de ese árbol … de estar junto a ellas, acompañándolas en su movimiento lento para adentro, escrutando palmo a palmo cada partícula de tierra, buscando el sustento microscópico, sin desespero –con que paciencia y fortaleza. Paréceme que su sabiduría se resume en eso: paciencia, fuerza y la percepción inflexible de que todo fin envuelve ir, anónima y solitariamente, hacia el fondo. Todo me parecería pacífico y sereno si no supiera que detrás de toda búsqueda hay algo de angustia sempiterna.
III
Mas el árbol se mueve, aún sin el viento… El movimiento del árbol sin viento es supremamente lento, casi inanimado, sólo percibo que toda calma es aparente, todo es velocidad, de algo que se mueve inexorablemente: las ramas crecen, las raíces se ahondan. Sobre ese tenso movimiento, imperceptiblemente están montados los movimientos producidos por el viento y por la condición del árbol. Otro árbol baila al lado ante mis ojos de manera diferente, el viento choca con sus ramas cambiando así la condición del viento. Ahora el viento será diferente cuando llegue a otras ramas, a otro árbol. Todo esto me parecería festivo y alucinante si no supiera que detrás de todo juego hay aprendizaje –y olvido de alguna angustia perenne y huidiza.
IV
Qué deseo interminable el de las ramas:
de brincar para arriba. Qué deseo inexorable:
de las raíces ir voluntariamente para adentro.
Qué deseos tensos, qué designios enteros
y contrapuestos sustentan su estructura!
Todo me parecería pacífico si no supiera ahora
que detrás de todo deseo hay algo de algún
matiz indefinido, misterioso: de angustia duradera.
V
Causa y efecto persistentes, ahora percibo en el árbol dos nuevos movimientos: sus partes deteriorándose y sus semillas evocando el nacimiento. Si todos los otros movimientos, con sus velocidades y posiciones –perceptiblemente volubles– cesaren resta entonces el nacimiento como respuesta al deterioro. Todo esto me parecería serenamente pastoril si no supiera que detrás de todo nacimiento hay también algo de angustiante búsqueda –de quieta angustia perdurable.
VI
No me digan que me quede quieto!
pues detrás de toda angustia hay siempre un movimiento.
Díganme que me quite la angustia desde adentro,
en el silencio de una pausa de un poema duradero,
en la experiencia de una mano amiga, de un toque furtivo,
de un fisgar en una pintura, en algún libraco,
del Combatente Téméraire de Turner,
en un confronto con la Niña en Azul de Modigliani,
en la eschucha de una sonata de Scarlatti
(K 87 en Si menor tocada por Horowitz)
en la vivencia de un mantra sagrado y oriental,
en el bálsamo de una promesa amiga y leal.
En el olvido de una historia errante –que retorna
asiduamente siempre en mi cabeza,
en la omisión de un vaticinio de mal agüero:
aquel del que hizo caso omiso Aníbal en la batalla de Cannas
y cuyo facto puso a Roma casi de rodillas.
Díganme que me quite la angustia en la lectura
cuasi-silenciosa de un verso de Mario Quintana,
de Keats, de Donne, de Murilo Mendes, de León de Greiff,
de un trecho del cantar de los cantares,
en la evocación del sermón de la montaña
o en el desprecio de Aníbal por la victoria
(que fue su ruina y salvación provisoria de Roma).
Díganme que trascienda todo amanecer
y todo anochecer transitorios, evocados en mil gestas:
en una victoria y en un amorío de Bolívar,
en una escaramuza de Orde Wingate, de Genghis Khan,
en un grito gay de Ginsberg, de Gore Vidal,
en la desilusión política de Italo Calvino,
en la mirada de Elsbeth Tucher –retratada por Dürer,
en las lágrimas del apóstol Pedro captadas por el Greco,
en la perspicacia de que toda lucha es temporaria
y todo descanso efímero y perecedero.
Sólo díganme que me quede quieto
si tengo tu Presencia íntegra y gentil:
aquella mirada vigilante, cómplice y total.
......................
(Brasília, junio de 2011)
Doble regalo: tener un poeta entre los amigos y que el amigo poeta regale perlas preciosas a estos.
ResponderEliminarQue sorte tenho nesta vida de ter um amigo poeta! "Doble regalo"! Identifiquei-me muitíssimo com este "Poema antibucólico".
ResponderEliminarGracias!
Bianca