Visité los
lugares que nunca frecuentamos, y estaban llenos de ti. Es que aquella ausencia tuya en
mi ciudad reflejaba la ausencia de tu caminar, que ya dejaba marcas en mi
alma. Y así me siento el piso de tus pasos,
que guarda la memoria de tu andar, que detiene la sombra solar proporcional a
tu estatura, fincada en la hora, en el meridiano en que movemos nuestros
cuerpos. Hablas el lenguaje de los niños, de las plantas de las aves, de los
mendigos hambrientos por un poco de dulzura, y de aquella cortesía que nos liga
con los viejos. Vimos juntos la miseria de los ricos, la glotonería ávida de
los desposeídos, aquella otra parte sórdida de la balanza de Minerva –reparamos
en la esquina un político queriendo aparecer honesto, y un honesto jamás
queriendo ser político. Te visité en los
aires de tu ciudad lejana sin poder dejar mis huellas en tu rostro albo, en tu
pelo color nórdico y de salvia, y estabas
triste por no estar aquí conmigo. Te
sentí en la contravía de esta vida, estrada sin regreso. Te vi en el otro día,
te miraré en un ayer lejano que retornará algún día, pues sí querida. Caminamos
uno al lado del otro, lejos entre aquí y allá, pero aun así de manos dadas.
(Brasilia, septiembre de 2013)
(Brasilia, septiembre de 2013)
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