“Sin embargo, no todos aquellos que muestran «el lado sombrío de la vida» (sea esto lo que fuere) deben ser considerados, sólo por eso, como «pesimistas», ni todos aquellos que muestran el lado claro deben considerarse como «optimistas». Un filme como Cara a cara (1976), de Ingmar Bergman no es un filme pesimista, a pesar de ser una obra extremadamente sombría. El último tango en París (1972), de Bernardo Bertolucci, es una película sombría, desesperada y angustiante, pero sólo superficialmente se la podría llamar «pesimista». El núcleo del pesimismo no reside en mostrar lo sombrío o en hacer ver la relatividad y carácter problemático de los valores, sino en lo que se puede llamar el «cierre» o la obstrucción de salidas. Una obra puede ser sombría y abierta (el cine de Tarkovski es buen ejemplo de esto). El pesimismo de Schopenhauer comienza cuando muestra la vida humana como «sin salidas»: estamos, desde nuestro nacimiento, sometidos al mecanismo de la Voluntad de Vivir, a la insaciabilidad de nuestros deseos, y sólo personalidades extraordinarias (genios artísticos, santos ascéticos) consiguen escapar”.
Cine: 100 años de filosofía. Una introducción a la filosofía a través del análisis de películas (de Julio Cabrera); capítulo 9, pp. 277: Schopenhauer, Buñuel y Frank Capra (El valor de la vida).
Comentario: hace algunos meses Julio César Londoño publicó una columna donde describía a Freud como pesimista y a Jung como optimista. Recuerdo varias reclamaciones de lectores que afirmaban que el término «pesimista» (usado para catalogar a Freud) estaba errado, tanto del punto de vista filosófico como en su significado coloquial. En la época me pareció un preciosismo de los críticos, pues el lenguaje solo tiene el rigor exigido por tales lectores en la matemática (y aquí estamos colocando la matemática como una expresión del lenguaje, utilizado por una comunidad específica). No podemos exigirle las mismas propiedades al lenguaje filosófico, y mucho menos al lenguaje coloquial. En el mismo capítulo J. Cabrera afirma que Schopenhauer generó a Nietzsche y a Freud. De manera similar, los marxistas catequizadores declaraban que Kant había generado Hegel y este último a Marx, queriendo insinuar que el marxismo sería la culminación del proceso de filosofar. Si aceptamos que Freud es un engendro de Schopenhauer, sería lógico que el padre del psicoanálisis adquiriera sus características pesimistas. En el contexto del pesimismo, el distintivo «sin salida» puede ser vinculado fácilmente a un sujeto que afirmaba que «la realidad es una ilusión necesaria, algo que se puede perder», el propio Freud. Definitivamente, el lenguaje filosófico tiene que lidiar con las imprecisiones del lenguaje humano; hay relatos de filósofos y traductores sobre el problema de traducir términos filosóficos del griego antiguo, o del alemán, a otros idiomas, por la carencia de equivalentes semánticos. En la traducción muchas veces hay que reinventar el texto, como lo hacía Borges al traducir autores anglosajones. Por otro lado, en la literatura la imprecisión de las palabras es una ventaja, para exprimir el tema que yace detrás del discurso, que permanece más allá de los significados, por detrás de la textualidad, tema que Schopenhauer quiso tocar, tal vez sin éxito. Aquí el poeta tiene la palabra, aquella que es capaz de expresar por sí la ausencia de ella misma. El cierre o la obstrucción de las salidas (la marca del pesimismo) gana otro sentido (o un sin sentido), pues el poema es fluídico y se infiltra por debajo de las puertas.
(Carlos Humberto Llanos)
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