Científicos informáticos y neurocientíficos, históricamente vinculados a la inteligencia artificial (IA), ganan ahora el Premio Nobel de física, en 2024 (John Hopfield y Geoffrey Hinton). Por otro lado, el premio Nobel de química fue dado para tres científicos de la IA, David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper. Esto demuestra que la interdisciplinariedad ha llegado en serio y que los límites de las áreas están cambiando. Algunos comparan este hecho al premio nobel de literatura dado a Bob Dylan; pero creo hay algo más, y que también se pueden sentir pasos de animal grande con la IA tocando en la puerta de nuestros baños. En este sentido, el travieso matemático francés René Thom, ganador de la medalla Fields, en 1958, dijo una vez que la física estaba estancada desde hacía 25 años. Tal vez estos premios Nobel den algunas pistas sobre esto. Lo del premio para Bob Dylan se puede entender porque música y literatura eran prácticamente un solo corpus hasta la plena edad media, cuando trovadores componían versos y musicados sobre el amor cortés y las bellas damas. Pero en la baja edad media aparecen los prototipos de músicos puros como Guido de Arezzo, Leonin y Perodin que ayudaron a desarrollar las notaciones musicales y los primordios de la polifonía, antes de la llegada del renacimiento y del contrapunto y, posteriormente, de la polifonía plena, cuando lo musical se emancipa de lo literario por su complejidad intrínseca (antes la música estaba en segundo plano). Pero sobraron las canciones, y algunos literatos extraviados pasaron a ser letristas, pero ayudados siempre por la muleta de lo musical. Tal vez por eso la buena literatura aún exhala algo de un son primordial. Quizás por estos hechos históricos nebulosos el poeta Vinicius de Moraes se negaba a darle el título de poeta a Chicho Buarque de Holanda; a pesar de ser muy amigos decía: “son dos cosas diferentes”. Creo que estos premios Nobel de física y el de química son un homenaje a la interdisciplinaridad, y eso es un buen mensaje: desde hace algún tiempo me dan muchas ganas de estudiar química, biología y bioquímica de manera seria, algo que nunca se me pasó por la cabeza, creo que nunca es tarde. Y aún nos queda por entrar en el vestíbulo de la transdisciplinariedad, pues la interdisciplinaridad corre aún el riesgo de generar conocimiento fragmentado, como una simple suma de ideas y propuestas. Así, la propuesta transdisciplinar debe generar a partir de aportes de diferentes áreas, la posibilidad de navegar a través de ellas, forjando un conocimiento que recorra las múltiples dimensiones de sistemas interrelacionados e interdependientes, sin derecho a fracturas estructurales, hasta conseguir la máxima de que el «todo es más que la suma de las partes», como me lo comenta mi amigo Álvaro Gutiérrez. Si el griego Protágoras dijo que «el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son», como un primordio del subjetivismo y del relativismo, podemos sospechar que hay algo intermediario entre lo subjetivo y lo objetivo, con su propio lenguaje y sus propias leyes. «Lo sabían los antiguos pitagóricos, todo retorna como la fracción periódica», como lo dijo poéticamente el viejo Borges; pero también sabemos que hay fracciones que no son periódicas, o mejor, que su retorno está en el infinito, en algún tipo de singularidad esencial, como nos dicen los matemáticos; lo que nos da una idea de la convergencia entre lo periódico y de lo que aparentemente no lo es. Esa es la posible estructura del mezanine entre lo objetivo y lo subjetivo, un abrazo entre el encuentro y el desencuentro, más allá de la frase de Vinicius de Moraes «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro en la vida». Así, el encuentro de la IA generativa (aquella del ChatGpT y sus secuaces) y los universos de la física y la química puede sugerir el aroma proveniente de la cocina de la transdisciplinariedad, y tal vez su vestíbulo sea largo de atravesar. Y podemos finiquitar, por ahora, con la frase de Horacio para Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que sueña tu filosofía»; que tal vez se refiera a lo que «no tiene nombre y nunca tendrá, lo que no tiene juicio», o sea, lo que no es textual, llegando, sin querer, a una frase musical de Chico Buarque de Holanda.
(Carlos Humberto Llanos)
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