Casi yendo para casa, mi mamá me espera para almorzar. No sé si la llamo para avisarle que no me siento bien, o darle alguna excusa. Alguna vez leí a Borges y asistí a las películas de los hermanos(as) Wachowski, pero nunca imaginé que esto pudiera ocurrir conmigo, y continúa pasando, pues veo aún ese espacio en espiral sin paredes en donde cuadros, puertas o ventanas puedan ser colgados. Ahora todo se parece a un caracol algo retorcido, tal vez yo continúo torcido por el procedimiento que Jairo ejecutó.
Y es que nuestro amigo biólogo (Julio) inventó un fluido que, según su descripción, consigue llevar la información del código genético para el área de la memoria del cerebro, en el córtex cerebral. Yo había leído algunas hipótesis sobre la doble hélice y su codificación. Me encantaba leer sobre las teorías de Claude Shannon en las que veía una conexión entre cantidad de información, probabilidad y el desorden. También me imaginaba que el tema de la memoria sería fundamental para explicar algo sobre aquel argumento que me creó como sujeto (esta última frase está ligada a un credo que había llegado a sugerir sobre mí mismo).
Por eso cuando recibí la propuesta, creada por un arquitecto y un estudioso de las neuronas, no tuve dudas para someterme a un experimento pues veía una mezcla de arte y ciencia en sus orígenes.
Quiero contar ahora lo que pasó; ya no tengo tanto pavor ni exaltación por lo que viví, solo me parece oportuno escribirlo como un relato, después explico por qué, si me es posible: mis amigos me esperaban en una casona del parque Las Delicias a las 5:30 de una tarde lluviosa; noté que los vendedores ambulantes se habían ido, y ese respirar habitual con olor a polvo y humedad se hacía más fuerte. No puedo decir que hubo algún tipo de ritual, pues todos teníamos prisa para cumplir otros compromisos. Diría que sabíamos que cualquier litúrgica necesaria para el caso estaría cubierta por nuestra amistad.
No sabría decir si Julio tenía mayores informaciones sobre el procedimiento que había creado, o si contaba con alguna experiencia personal sobre lo que harían conmigo. No voy a explicar detalles de cómo fue hecho el proceso, pues gran parte de los pormenores estaba en sigilo y ni yo lo sabía con precisión. Me dijeron que una vez que entrara en la práctica tendría que descubrir algún procedimiento para abrir la información. Me imaginé que sería algún tipo de llave criptográfica lo que me parecía muy obvio, pues esto aparece en todas las ficciones similares. Así que comencé a entrar en el ejercicio, imaginé que habría puertas, ventanas, portales y todas esas cosas que aparecen en la literatura esotérica y de autoayuda.
Poco a poco una sensación de silencio se fue posando en mí. Me sentí sólo en un desierto y comencé a buscar algún lugar que me permitiera mirar a lo lejos. Tuve la idea de que tal vez sería el caso de verificar si tuviese que usar alguna llave para abrir alguna puerta que no conseguía visualizar. Pensé que si no había puerta tampoco habría cerradura; pero escuché la voz de Jairo insinuando para preguntar algo: «pregunta si hay llave» —dijo. Obviamente que hacer tal pregunta implicaría tener un sujeto receptivo y presente, pensé. Sin embargo, algo en el lado derecho de mi pecho vibró y coloqué mi mano sobre el lugar. Súbitamente caí al suelo, mis rodillas se doblaron y a partir de allí la experiencia se profundizó, y algo de comprensión me dijo que era una reverencia lo que se me solicitaba, como tiquete de entrada.
Comprendí que no había que pedir permiso para obtener una información que era yo mismo, sólo tenía que estar atento y deshacerme de algunos pesos que cargaba sobre la espalda. Miré fijamente y verifiqué que todo era una espiral, llena de peldaños minúsculos que se entrelazaban, y las dos hélices de Crick y Watson tomaban el lugar de mi cuerpo; yo percibía dos hilos en forma de escalera que se replicaban entre sí, formando una recurrencia estructural como en un cuadro de Escher.
Podía leer y entender todo el contenido que parecía disponible para mí. Pensé en entrar en la estructura, pero si ella era yo mismo no tenía sentido encontrar alguna entrada, pues ya estaba allí. Todo eso estaba disponible mas no era una biblioteca, pues no había libros para abrir; era un espacio abierto y algo desolado. No era el espacio libresco de Emerson, ni el de Borges, ni el de cualquier biblioteca ya quemada por el fuego. Todo era un libro abierto y las páginas aparecían simultáneamente, con relatos y fórmulas en varios dialectos que no precisaba traducir. Al leerlos y balbucearlos el sentido se formaba: cada frase y cada fórmula llamando otras, concurrentemente.
Allí percibí que no había tiempo, pues el reloj que había observado hasta cierto momento era el latido de mi corazón, ahora ya dando un tono continuo pues había dejado de pulsar, como un tambor sin palos.
Descubrí que los relatos aparecían de manera paralela, cada parte de la hélice lanzaba textos como un volcán en erupción. Sentí una onda de calor y una vibración cada vez más fuerte que hacía mover los peldaños simultáneamente en todos los sentidos. Ya el pánico se apoderaba de mí, pero una sensación de voluptuosidad aparecía, lo que me dejaba cada vez más exhausto. Repentinamente perdí la sensación del adentro y del afuera, así como el Covid-19 lo hace con el gusto y el olfato.
Pensé en verificar si la experiencia correspondía a estar en algún lugar específico, mas al mirar la hélice percibí que cada parte llamaba un espacio particular, y si miraba atentamente a un peldaño específico percibía un espacio dentro de otro, como si fuera una función matemática recursiva, aquellas fórmulas que se llaman a sí mismas. Intenté entrar en uno de esos lugares y tuve la sensación de que mi mente se auto replicaba, dando la sensación de que ahora eran dos sujetos que coexistían perfectamente.
Había llegado a pensar que estaría en un laberinto, pero esa idea se caía por su propio peso, pues esa conjunción de espacios no tenía entrada ni salida, y no había nada que descifrar, ni monstruo al que matar, a no ser, tal vez, a mí mismo.
Si me preguntan si vi la historia de mi familia (y la mía propia), o los acontecimientos de la humanidad, lo único que podría responder es que todo estaba presente, no necesitaba hacer esfuerzo, podía estar dentro y fuera de Julio César, tocar a Elena de Troya, aplastar la cucaracha en la que Kafka se había convertido. Podía ver los 7 cielos y todos los lugares narrados por Dante; pero mis ojos eran los de otros, los de ellos, y ahora los míos. Podía sentir sus emociones y mil soles explotando al mismo tiempo.
Súbitamente, me dieron ganas de volver y de llorar, mas ¿de dónde había partido, o por dónde había venido? Verifiqué que la idea de volver se caía sin sentido, mas ¿sería cuestión de despertar? El problema es que ahora me percibía más despierto que nunca, y aún así necesitaba ver a mis amigos, contarles todos estos acontecimientos sobrepuestos. Decirles que ellos eran un espacio dentro de un peldaño que pulsaba dentro de mí.
Mis amigos me tomaron por el brazo, colocaron un paño de agua helada sobre mi frente. Los veía desesperados, yo no sabía lo que ellos habían visto por sus ojos —o tal vez sí. Me preguntaron a dónde había ido, qué había sentido; pero sus preguntas salían de algún recodo dentro de mí, y mis respuestas eran relatos fabricados hacía milenios junto con otros aún no ocurridos.
Ahora siento hambre, sin duda, y no sé que hacer, dejo mi memoria aquí por si alguien se la encuentra.
(Brasilia, febrero de 2021)