Juan está redactando un cuento sobre la relación de un niño con las hormigas. En su historia el niño se llama Pedro, y tiene una fascinación por los hormigueros, en que se imagina lo que pasa por dentro de ellos. El escritor escribe un diálogo entre Pedro y su amigo, en un día en que truecan frases sobre los laberintos que recorren los insectos en sus madrigueras, mientras intentan escapar de los bichos que comienzan a picarlos en sus pies desnudos. Los chicos dialogan sobre lo que han escuchado: Que hay una reina que procrea, que hay soldados, que existen exploradores para la procura de alimentos y que usan perfumes propios a los que llaman feromonas, para marcar los caminos, como lo hacen los perros cuando orinan.
El autor venía explorando posibles diálogos entre los chicos para su historia, en un laberinto de ideas que le surgían. Pero hace pocas horas recibió la noticia de que su pequeña hija tiene un cáncer grave. En esta nueva realidad siente que todos sus miedos lo llevan a una maraña en la que transita a cada instante, sin dejarlo salir de la cárcel del dolor, que le aprisiona el pecho y lo hace llorar en silencio. Su labor como escritor se vuelca poco a poco a una relación sobre el valor de la vida, del esfuerzo y del amor paterno.
En la historia que el escritor bosquejaba, Pedro tiene un diagnóstico de síndrome de Tourette, que le produce tics nerviosos que lo condena al bullying en el colegio. El chico tiene su propio dédalo del que no quiere salir, y ve la adolescencia que se aproxima como un peligro, que lo podrá sacar del único local donde se siente seguro, su propia casa.
Juan verifica que el enredo de su vida igual que la de Pedro se complica cada vez más, y que su hija estará fuera de su hogar para someterse a un tratamiento en una clínica particular, y no sabe cómo pagará el tratamiento. Es un hombre separado y vive de dar clases en varios colegios de su ciudad. Tendrá que descifrar el mejor camino financiero, enfrentar la desconfianza de los banqueros y el qué dirán de sus amigos, pues siempre se sintió mal tomando el lugar del infortunio. Como escritor no sabe si tiene argumentos para terminar su historia, pues en un inicio había pensado que Pedro sería atropellado por un vehículo, y dejaría una duda para el lector de si sería un accidente o un suicidio.
En la historia que había escrito, antes de saber del problema de su hija, Pedro ya había leído en un libro que las hormigas conseguían llegar a la mejor ruta para las fuentes de alimento usando una misteriosa técnica —que aún no conseguía entender con su mente de niño—, y que detrás del comportamiento aleatorio observado en estos insectos había una sabiduría ancestral, lo que reforzaba su tendencia a refugiarse en los libros de ciencias que leía atentamente en la biblioteca del colegio.
Pero Juan comenzaba a sentir que su dolor se podría parecer al bullying que sufría Pedro de parte de sus compañeros de clase. Se preguntaba cómo podría esconder sus miedos, cuando supuestamente ya los había superado cubriéndose de una capa de inflexibilidad y de dureza. Percibía que su vida era un laberinto al que había entrado, sin tomarse el trabajo de dejar un rastro para volver atrás. Recordaba la historia de Teseo, que consiguió matar el minotauro y salir del laberinto siguiendo el hilo de Ariadna, una princesa que se había apasionado por el héroe griego.
Juan pensó que era obvio que el estudioso Pedro, su personaje, conocía bien que para las hormigas el laberinto no era una maraña, sino un camino y también su hogar. Que perderse era parte del ecosistema, y que las feromonas reforzaban una pista, el camino más recorrido por el grupo. Pensó que el hilo de Ariadna no era externo, que lo que más temía era esa falsa compasión que las personas ofrecen para los abatidos, y que había aprendido a rechazar casi por instinto. Pensó que aceptarla sería tal vez el único medio para enfrentar el drama con su hija. Verificó que existían las historias de los pesares humanos ya recorridos por millones de personas, de los que se mantenía lejano por defensa. Que cada historia dejaba su rastro, y que la trama de una hormiga era muy parecida con la de otra hormiga.
Juan decidió no matar su personaje, prefirió dejarlo suelto con sus miedos y con una neurosis que lo cubriría en su adolescencia, y que en algún momento encontraría una pista que lo llevaría al origen, que lo reconciliaría con su dolor de niño.
El lunes siguiente, temprano en la mañana, Juan recogió a su hija en la puerta de la casa, como de costumbre. Esta vez la llevaría a la clínica para iniciar el tratamiento.
(Brasilia, enero de 2021)