lunes, 18 de noviembre de 2024

Lenguajes, información y contextos


Una idea fundamental se ha establecido en el ámbito de la ciencia de la computación orientando el diseño de sistemas y guiando el trabajo de los ingenieros: el lenguaje precede al diseño de la máquina, y aquí nos referiremos a la máquina como un modelo computacional o, de manera más específica, como un «autómata». Este principio establece que en primer lugar se definen las reglas, instrucciones o estructuras (el dialecto) que un sistema computacional debe interpretar, para luego diseñar la arquitectura capaz de procesarlas, en forma de un autómata concreto. Esta noción tiene una profunda conexión con la teoría de lenguajes formales, desarrollada por Noam Chomsky, quien clasificó los lenguajes según su complejidad y las máquinas requeridas para procesarlos.
        En este marco teórico, un lenguaje formal generado por funciones recursivas, que se evocan a sí mismas, establece un conjunto de reglas y de restricciones: una gramática específica, conocida como «gramática generativa», en la forma de un modelo matemático. Por su parte, el diseño del autómata asegura que estas reglas puedan ejecutarse de manera precisa. Así, en el ámbito de la informática, podemos reinterpretar la célebre frase bíblica y afirmar con cierto fundamento: «en el principio era el lenguaje».
        Definimos así lenguajes naturales y lenguajes artificiales (o formales), estas últimas se refieren a aquellas que pueden ser interpretadas por un computador digital, que son usadas por los programadores para urdir sus oficios. Hasta el proprio Alan Turing también contribuyó a esta perspectiva al proponer su máquina teórica (la máquina de Turing), que sirve como modelo universal capaz de ejecutar cualquier conjunto de instrucciones, que pertenezcan a un lenguaje previamente definido y que tengan un punto de parada cuando resuelven un problema, o sea que no entren en un bucle de ejecución infinito, una especie de colapso. Del mismo modo, en la práctica, arquitecturas como las propuestas por John von Neumann, un matemático que ayudó a definir lo que sería la estructura interna del computador digital actual, dejan explícito que el diseño del hardware (la máquina en sí) debe alinearse con las operaciones previamente definidas en el lenguaje (el software). En el lenguaje kantiano casi que podríamos decir que el lenguaje es a priori y la máquina a posteriori, y esta última sería también contingente.
        En el diseño de procesadores modernos, esta idea se materializa en el concepto de ISA (Instruction Set Architecture), que define el conjunto de instrucciones que la máquina debe ser capaz de ejecutar. Así, los lenguajes artificiales actúan como un marco conceptual y funcional que guía la construcción de los ordenadores.
        Fue Noam Chomsky quien colocó los fundamentos matemáticos de la teoría de lenguajes formales que fueron incorporadas en la informática, colocándoles una jerarquía: lenguajes regulares, libres de contexto, sensibles al contexto y recursivamente enumerables. Y cada tipo de lenguaje tiene un autómata específico capaz de lidiar con él. Sin entrar em detalles, la clasificación incluye la palabra mágica «contexto», que es vital en la comprensión de los lenguajes naturales, los cuales tienen características que van más allá de las reglas estrictas de las gramáticas generativas de Chomsky, y que incorporan modos específicos, como la ambigüedad, el contexto semántico, las dependencias a largo plazo, las metáforas y las variaciones del uso. O sea, los métodos convencionales usados para crear estructuras de interpretación de lenguajes, en la teoría de compiladores (esos traductores de estructuras lingüísticas para lenguajes que pueden ser ejecutados en los computadores) no funcionan para lenguajes naturales, y por eso tuvieron que ser desarrolladas otras técnicas basadas en redes neuronales, junto con otros artefactos que mapean estructuras del lenguaje natural para elementos numéricos en la forma de vectores y matrices, sobre los cuales se desarrollan operaciones estadísticas para obtener correlaciones y cosas por el estilo (los llaman transformers).
        Lo importante de este abordaje, en el procesamiento del lenguaje natural, es que entró en la jugada la estadística y la probabilidad, aquellas dos áreas que intentan explicar el juego de las cartas y los dados, así como la coreografía de las partículas elementales en la física moderna. Todo esto está implícito en los modelos LLM (Large Language Models), modelos computacionales avanzados diseñados para procesar, generar y lidiar con el lenguaje natural, como aquellos usados en el ChatGpt. 
        Así, el problema de bregar con el lenguaje natural se concretizó en predecir cuál es la próxima palabra que debe emerger en un texto, que responda una pregunta y que tenga el mejor sentido posible, dejando de lado aspectos gramaticales convencionales. O sea, tenemos un autómata que fue entrenado en la biblioteca de Borges, que sabe la estructura de todos los textos escritos, y que consigue extraer la respuesta, palabra por palabra, más apropiada para una pregunta hecha por el parroquiano de la esquina. Pues bien, vamos suponer que el autómata encontró 30 palabras más apropiadas en un momento determinado, dándole una probabilidad a todas ellas. Así, en el texto será depositada la palabra con mayor probabilidad. 
        Algunos dicen que si escogiéramos una palabra con menor probabilidad el texto tendería a ser más poético, y menos prosaico. Y esto estaría en cierta medida de acuerdo con la teoría de la información de Shannon, que también está embebida de la teoría de la probabilidad: poemas son menos probables que chismes, y por eso son más raros de acontecer. Y si nos valemos de esta premisa (de que el lenguaje precede la estructura de un computador), podemos extrapolarla, y claro, asumir las consecuencias de que el lenguaje, en todas sus categorías, precede al mundo. Así, podríamos también afirmar que los animales y las cosas tienen su visión del mundo a partir de su lenguaje.
        En la ecología del lenguaje, tenemos las categorías de «información» y de «narrativa», como metáforas de los bancos de datos, por un lado, y por el otro, los textos posibles a partir de las informaciones. El propio Harari afirma que la narrativa es una forma de procesar y presentar la información de manera comprensible y útil para los humanos, pero no siempre busca la verdad objetiva. Y que las informaciones pueden ser «verdaderas» o pueden ser «ficciones», generadas por un autómata que esté contaminado o no por una ideología. O sea, la dinámica del lenguaje genera nuevas informaciones, tal como un computador procesa los datos y genera nuevos datos procesados. Entonces, podemos modificar nuestra afirmación y escribir que «el lenguaje genera al mundo»; lo cual ya fue abordado, en parte, por lingüistas como Benjamin L. Whorf, que afirmaron que somos peces nadando en un mar del lenguaje.
        Pero el problema que percibimos es que el mundo tiene una sinfonía de lenguajes, y que el objetivo de toda ciencia sería encontrar el lenguaje fundamental; por ejemplo, en la biología con el ADN y sus conjuros y el eco producido en el entorno, que puede volverse con ímpetu, como se propone ahora en la epigenética, donde se coloca en entredicho el dogma de que los efectos de la información solo van en un sentido, de los genes hacia las proteínas. Y aquí tenemos implícita una dinámica: el vaivén de las lenguas, que conversan entre sí reservadamente pues el entorno también tiene sus decires.
        O sea, el científico procura aquellos textos que pueden ser usados para conjurar las cosas, creando novedades o modificando sus estatus. Y por qué no, para crear nuevos artefactos, inclusive personajes, nuevos Frankensteins, tal como lo describe Borges en su cuento Las ruinas circulares, en donde un mago se encuentra con un dilema fundamental al intentar crear un ser humano: «he descubierto que siendo yo mismo un creador, soy la obra de otro creador». Y que el problema es saber si esa dinámica es infinita, y si lo es, tendremos que echar mano de las herramientas de Cantor, ese matemático descifrador de infinitudes y de Alephs, y que nunca estuvo del todo cuerdo, y cuja obra podría ser resumida en los versos de William Blake: ver el mundo en un grano de arena/ y el paraíso en una flor silvestre/ agarrar el infinito en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora.
        En el caso de Harari, vemos afirmaciones como la de que las narrativas son fundamentales para la cohesión social y política, y pueden estar basadas tanto en verdades objetivas como en ficciones. Y esto es claro, una narrativa impone una visión del mundo que puede ser incompatible con la de otro grupo. O sea, los pueblos y sus culturas son las posibles narrativas a partir de las informaciones que poseen en determinados contextos. En nuestra visión, las culturas son los textos y el mundo que percibimos sería el conjunto de los innúmeros contextos posibles. Y los conflictos son los abismos entre los contextos, en donde fluctúan las contradicciones.
        Pero la visión de Harari no tiene mucha novedad. Por ejemplo, Marx introduce el concepto de que el valor de un objeto en dinero puede mascarar una realidad más fundamental: el trabajo humano. Y que esta desconexión entre valor y el trabajo crea el fetiche en la mercancía. Vemos aquí que una narrativa en el ámbito del capital crea una ficción que parece realidad, y que le da fundamento al dinero, como método de transacción (otro fetiche) y también al capitalismo financiero, la última etapa, donde el dinero se convierte en informaciones en un banco de datos de una corporación cualquiera (el fetiche del tesoro escondido). A pesar de que Marx le da al fetiche una dinámica de camuflaje de una realidad fundamental (el trabajo), no deja de haber implícita una dinámica de dislocamiento, que aparece clara en la concepción freudiana, en donde el fetiche además de ocultar la angustia del falo ausente en la madre, representado como ausencia de completitud, funciona como un instrumento para aliviar la angustia de la polaridad (macho/hembra), dislocando el deseo sexual (hacia un sujeto) para un objeto. En todos los casos, vemos creaciones de ficciones con ocultamientos de realidades específicas.
        Pero no es solo eso cuando se habla de narrativas y contextos, pues estos últimos no son sistemas cerrados, y pueden generar sus congéneres, o sea, nuevos contextos. En este sentido, Derrida nos dice ningún significado lingüístico puede ser totalmente determinado por un contexto específico. Esto lleva a la idea de que el significado de un texto es sólidamente indeterminado y que los intentos de cerrar un contexto están destinados a fracasar, o sea, los contextos son amorfos y cuando se tratan de manipular se autodefinen (ya vimos dinámicas parecidas en otras áreas, como en la física cuántica, pero este es otro cuento). Así, podemos sospechar una carencia en el abordaje de Harari al no incorporar otras herramientas, en el área de la textualidad, en sus explicaciones, por ejemplo, como aquella resumida en la frase atribuida a Gregory Bateson «sin contexto no hay significado» que muestra una completitud en la suma de textos y contextos, agregando un enfoque sistémico y ecológico que tiende a conectar comunicación, contexto y significado, entre otras cuestiones.
        Verificamos aquí que en toda ficción hay procesamiento de información, donde detalles de las realidades informacionales pueden desaparecer o quedar furtivamente ocultas. Esto lo podríamos extender a cualquier actividad creativa en la autoría artística, donde las dinámicas creativas quedan ocultas en la obra concluida. O sea, averiguar qué fuerzas actuaron en el autor de una obra específica equivaldría a resolver un problema de inversión matemática, por ejemplo, qué valor deberían tener las variables de una fórmula matemática compleja, teniendo en cuenta que la única información que tenemos disponible es el resultado.
        Hemos llegado a colocar la hipótesis de que el lenguaje precede al autómata, y la hemos extendido del lenguaje artificial para el lenguaje natural; y llegado a la conclusión de que primero fue el verbo, como metáfora del lenguaje, pero sospechando que antes del lenguaje hay una información subyacente, a la que denominamos «información primordial», y que el propio lenguaje es una tecnología de procesamiento, pues permite la dinámica de la narrativa generando nuevas informaciones, que son alocadas en el mar de la textualidad, que conjuga mares de textos y contextos para crear realidades.
        Podemos observar que esta visión no deja por fuera la filosofía, las ciencias y las artes, pues todas pueden ser vistas como narrativas con sus dinámicas respectivas. Por ejemplo, la ciencia busca narrativas próximas de una realidad primordial, de las leyes de un universo a ser descifrado, o decodificado, y sabemos que toda ley descubierta no deja de ser una aproximación de una realidad espiada, como lo decía el matemático y estadístico George Box, cuando afirmaba testarudamente «all models are wrong but some are usefull». Y que otras narrativas procuran generar nuevas realidades como ficciones específicas, fundamentales para la naturaleza humana procurando un contexto que le dé sentido.
        Finalmente, podemos citar ahora el personaje Antoine Roquentin de la La náusea, de Jean-Paul Sartre, que experimenta una profunda angustia al confrontarse con la falta de sentido inherente de la «realidad objetiva» que surge cuando percibe el mundo que lo rodea. Así, los objetos y su propia existencia carecen de un propósito o significado intrínseco. Todo existe sin necesidad de justificación, lo que es percibido como vacío que desestabiliza su percepción de la vida. El propio personaje al final se convierte en escritor. Esta percepción angustiante pode ser vista normalmente como falta de sentido; pero podemos diagnosticarla como falta de contexto. Tal como ocurre en otras direcciones, como en la sexualidad, donde su represión oculta el contexto más natural, creando otros, que no se conectan con el sujeto; y parte de la realidad queda representada como ausencia, tal vez en la narrativa judeo-cristiana como pecado.

(Carlos Humberto Llanos)

domingo, 13 de octubre de 2024

Sobre el Nobel: encuentros y desencuentros

Científicos informáticos y neurocientíficos, históricamente vinculados a la inteligencia artificial (IA), ganan ahora el Premio Nobel de física, en 2024 (John Hopfield y Geoffrey Hinton). Por otro lado, el premio Nobel de química fue dado para tres científicos de la IA, David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper.  Esto demuestra que la interdisciplinariedad ha llegado en serio y que los límites de las áreas están cambiando. Algunos comparan este hecho al premio nobel de literatura dado a Bob Dylan; pero creo hay algo más, y  que también se pueden sentir pasos de animal grande con la IA tocando en la puerta de nuestros baños. En este sentido, el travieso  matemático francés René Thom, ganador de la medalla Fields, en 1958, dijo una vez  que la física estaba estancada desde hacía 25 años. Tal vez estos premios Nobel den algunas pistas sobre esto. Lo del premio para Bob Dylan se puede entender porque música y literatura eran prácticamente un solo corpus hasta la plena edad media, cuando trovadores componían versos y musicados sobre el amor cortés y las bellas damas. Pero en la baja edad media aparecen los prototipos de músicos puros como Guido de Arezzo, Leonin y Perodin que ayudaron a desarrollar las notaciones musicales y los primordios de la polifonía, antes de la llegada del renacimiento y del contrapunto y, posteriormente, de la polifonía plena,  cuando lo musical se emancipa de lo literario por su complejidad intrínseca (antes la música estaba en segundo plano).  Pero sobraron las canciones, y algunos  literatos extraviados pasaron a ser letristas,  pero ayudados siempre por la muleta de lo musical. Tal vez por eso la buena literatura aún exhala algo de un son primordial.  Quizás por estos hechos históricos nebulosos el poeta Vinicius de Moraes se negaba a darle el título de poeta a Chicho Buarque de Holanda; a pesar de ser muy amigos decía: “son dos cosas diferentes”. Creo que estos premios Nobel de física y el de química son un homenaje a la interdisciplinaridad, y eso es un buen mensaje: desde hace algún tiempo me dan muchas ganas de estudiar química, biología y bioquímica de manera seria, algo que nunca se me pasó por la cabeza, creo que nunca es tarde. Y aún nos queda por entrar en el vestíbulo de la transdisciplinariedad, pues la interdisciplinaridad corre  aún el riesgo de generar conocimiento fragmentado, como una simple suma de ideas y propuestas. Así, la propuesta transdisciplinar debe generar a partir de aportes de diferentes áreas,  la posibilidad de navegar a través de ellas, forjando un conocimiento que recorra las múltiples dimensiones de sistemas interrelacionados e interdependientes, sin derecho a  fracturas estructurales, hasta conseguir la máxima de que el «todo es más que la suma de las partes», como me lo comenta mi amigo Álvaro Gutiérrez. Si el griego Protágoras dijo que «el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son», como un primordio del subjetivismo y del relativismo,  podemos sospechar que  hay algo intermediario entre lo subjetivo y lo objetivo, con su propio lenguaje y sus propias leyes. «Lo sabían los antiguos pitagóricos, todo retorna como la fracción periódica», como lo dijo poéticamente el viejo Borges; pero también sabemos que hay fracciones que no son periódicas, o mejor, que su retorno está en el infinito, en algún tipo de singularidad esencial, como nos dicen  los matemáticos; lo que nos da una idea de la convergencia entre lo periódico y de lo que aparentemente no lo es. Esa es la posible estructura del mezanine entre lo objetivo y lo subjetivo, un abrazo entre el encuentro y el desencuentro, más allá de la frase de Vinicius de Moraes «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro en la vida». Así, el encuentro de la IA generativa (aquella del ChatGpT y sus secuaces) y los universos de la física y la química puede sugerir el aroma proveniente de la cocina  de la transdisciplinariedad, y tal vez su vestíbulo sea largo de atravesar.  Y podemos finiquitar, por ahora, con la frase de Horacio para Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que sueña tu filosofía»; que  tal vez se refiera  a lo que «no tiene nombre y nunca tendrá, lo que no tiene juicio», o sea,  lo que no es textual, llegando, sin querer, a una frase musical de Chico Buarque de Holanda. 

(Carlos Humberto Llanos)


lunes, 23 de septiembre de 2024

Nombres, verbos y derridianos: contextualizando, sustantivando, sacralizando

En la visión de Derrida, el verbo, al igual que cualquier palabra, no puede fijar un significado absoluto, ya que está siempre sometido al juego de diferencias y aplazamientos, lo que en términos de computación podría compararse con la «latencia». Esto es inherente al lenguaje y al significado, que son dinámicos y se definen únicamente en el acto y en el con-texto. Sin embargo, en el ámbito de lo sagrado, el «nombre» trasciende el significado, pues es atemporal y simboliza la «presencia», un concepto ampliamente cuestionado por los deconstructivistas. Aquí podríamos preguntarnos qué implica aquello que denominamos presencia. Este texto que estamos leyendo, por ejemplo, ya pertenece al pasado, pues llega a nuestro cerebro a través de la luz reflejada en la pantalla y procesada inicialmente en nuestros ojos; y en ese proceso, la presencia del texto ya se ha desvanecido. De este modo, la presencia se revela como otra ficción de la realidad consensual. Para desentrañar esta cuasi paradoja, podemos analizar lo que ya está implícito en el propio término: «pre-esencia». Y aquí surge la oportunidad de discutir qué entendemos por «esencial» en algo; probablemente lo definamos como aquello que permanece constante a lo largo del tiempo, lo invariante (como la velociadad de la luz), a pesar de los cambios accidentales o superficiales. En el ámbito de lo textual, lo único que podría considerarse invariante es un sustantivo, un nombre. Sin embargo, sabemos que algunos nombres propios aún experimentan variaciones (declinaciones) en ciertos idiomas, como en el caso del genitivo: «Thomas' book». De este modo, podríamos afirmar que la «pre-esencia» es el nombre de los nombres, más allá del pronombre; quizá lo innombrable o un proto-nombre. Algo que carece de movimiento y que no puede ser dicho, ni siquiera por curas o brahmanes; tal vez el estruendo sordo de lo sagrado.

(Carlos Humberto Llanos)

Y al comienzo era el Verbo: una lasca a las teologías (a mi amigo Fernando Rivera)

En verdad el verbo inicia el tiempo, pues solo en él se instruyen las conjugaciones, pasado, presente y futuro, y sus formas complejas. Antes del verbo era la sustancia, el sustantivo. El «camino» genera el «caminar», al introducir el tiempo y las ficciones de finitud y la infinitud. Este planteamiento nos lleva a afirmar que el espacio es más primordial que la temporalidad. Por ello, nos resulta más sencillo explorar la infinidad que la infinitud: la primera pertenece más al contaje, al ámbito fundamental de lo matemático, mientras que la segunda ya se relaciona con lo físico, con la dimensión de lo vital, donde la finitud es ineludible. Así, podemos decir que lo primario es el poema, el texto espacial, y el resto la narrativa. El poema es el reino del nombre y la narrativa instituye el personaje. Tal vez por eso  los caminos espirituales sean solo el trazo de los registros de los nombres de Dios, en África, en América y en Oriente; y que el monoteísmo solo sea un esfuerzo de síntesis, de abstracción, un vestigio del espacio primordial. 

(Carlos Humberto Llanos)

jueves, 19 de septiembre de 2024

Un poco sobre mitos y ficciones


La creencia en mitos, ficciones, constructos imaginarios producidos por la fértil imaginación del homo sapiens, como dice Harari y me lo recuerda mi amigo Eduardo Serrano, se refiere de alguna manera a la idea de «consenso», con raíz latina «consensus», que dicen ser el participio pasado de «consentire», un verbo compuesto de «con» (junto) y «sentire» (sentir, percibir). Así, etimológicamente, «consenso» significa algo como sentir o estar de acuerdo en conjunto. Digamos que hay una realidad consensual, en la que generamos alguna idea fundamental para interactuar en comunidad, a la que se le van agregando otras, para formar un mito. Es una dinámica similar a la que ocurre en matemáticas y en la ciencia de la computación, donde se crean familias de problemas, a partir de un problema fundamental, elegido por algún motivo, como el problema de satisfactibilidad booleana (SAT), en donde se busca un personaje que sea capaz de adivinar qué combinaciones de variables de una fórmula, que solo pueden tener valores verdadero o falso, consigan dar como resultado algo verdadero. Para entender un poco sobre el SAT, imaginemos una reunión de condominio en la que los asistentes solo pueden votar «sí» o «no» sobre un asunto. Sin embargo, la decisión no se tomará por mayoría, ni los votos serán depositados en una urna. En lugar de eso, se aplicará una fórmula lógico-matemática, que considerará cada «sí» y cada «no» emitido por cada persona, y dará un veredicto (verdadero o falso) según una estrategia lógica previamente determinada.  Por algún motivo, los matemáticos nos dicen que la labor de este posible adivinador de respuestas para el SAT no es trivial; especialmente, si este se toma el trabajo de hacer su augurio usando algoritmos, para determinar qué combinaciones de valores de variables darán como respuesta algo verdadero (algún «sí»). Y que si algún otro problema puede ser travestido, matemáticamente, como un problema SAT, su solución tampoco será trivial. A los problemas que tienen soluciones algorítmicas fáciles se les da el epíteto P (polinomial) y al resto NP (no polinomial), donde esos términos son fundamentales en la teoría de complejidad de algoritmos. Y en este contexto, una flor de la matemática, llamado Stephen Arthur Cook,  demostró que el problema SAT es NP-Completo, algo que para los legos suena como si «no tuviera remedio», o completamente perdido, como el hijo de Lindbergh, pero con una identidad única e incuestionable. Así, el grupo de problemas justificados como NP-Completos sigue creciendo, en la medida que algún matemático perspicaz prueba que un tal problema puede ser visto como un SAT extraviado. Y que si un científico, por un golpe de gracia, demuestra que el conjunto de problemas P invadió el conjunto NP, todos nuestros problemas computacionales serán resueltos irremediablemente, en un piscar de ojos, sobre todos si tenemos computadores eficientes.
        Así, podemos ver los mitos como estrategias para retar las encrucijadas de la vida, a los aprietos confusos a los que debemos enfrentar en tropilla. Y más nos vale recordar que estrategias no son soluciones, sobre todo si percibimos que la peor de ellas es la que funciona, porque nos envicia y nos hace olvidar la traba. Y que el mito puede tomar otras ropas, guardando su compostura, como el del paraíso, pues ahora viste el ropaje del dinero. Y me dan más ganas de saber por qué la bonanza financiera se convirtió en la idea de felicidad, que saber si existe un dios o un tal demonio por ahí. También podemos pensar que como humanidad cuando los problemas son fáciles creamos soluciones, caso contrario, creamos mitos. Por eso tal vez nos falte un Cook de los mitos, que nos hable de la completitud sobre ellos, de sus equivalencias, de sus estructuras, de sus transformismos, del mito fundamental; y qué  nos podrían revelar acerca de nuestra fase más oculta como humanidad. Quizás Jung lo intentó y no finalizó (tal vez Harari lo esté haciendo).
       De pronto sueño con la idea de que las palabras «consenso» y «conciencia», tengan la misma etimología, y que los mitos sean vestigios de barcos naufragados en un mar de sensatez; pero parece que no, es solo su sonoridad similar; pues «conciencia» tiene más a ver con la ciencia, con el estar junto al conocimiento, o juntos en el conocimiento. Quizás por eso, a veces, sea mejor musicar que conjeturar, como lo hacen los buenos poetas, que suelen aproximar al verso el son.


(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 2 de septiembre de 2024

Metafísicas ingenieriles

«Sueño con transformaciones, sobre todo con aquellas matemáticas usadas tanto en ingeniería, como las de Wavelet, Fourier y Laplace. La última, por ejemplo, nos lleva a dominios abstractos donde sistemas complejos se resuelven con el manso libro de álgebra de Baldor, y la solución tiene un camino de vuelta, una transformada inversa que nos trae nuevas noticias sobre una realidad que no vemos. Fantaseo con un dominio en donde lo probabilístico y paradójico sea determinístico y sonoro, y donde los problemas, como aquella explicación sobre qué es la conciencia, sean un simple puzle infantil. Pero, por el momento, solo me queda el abismo de la poesía, el ciclo silencioso de las lunaciones, los viejos que se van y un canto dolorido de sirenas».

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 29 de julio de 2024

La causa, el cauce y la cosa

«Memoria es escritura», dicen los lingüistas; «escritura es memoria», dicen los historiadores;  «memoria es soporte mediático», dicen los ingenieros.  Podemos también afirmar que memoria y lenguaje son dos caras de la misma moneda: la memoria como cauce del lenguaje y el lenguaje entre orillas memoriales, si hablamos en términos hidráulicos, claro. Mi amigo, lo difícil es siempre encontrar la causa. Y podemos ahora agregar otras perlas similares.  Por ejemplo, la escritura es el lenguaje en un medio diferente de la oralidad, una tecnología para registrar de manera artificial la oralidad. Yo llamo a esto «textualidad», a pesar de que mi amigo Eduardo Serrano dice que la oralidad ya implica la textualidad, qué le vamos a hacer. Por otro lado, como la textualidad envuelve un vocabulario, ella de por sí exige imperativamente algún tipo de memoria, para guardar algo de las cosas (de nuevo, qué le vamos a hacer). También podemos decir que las dos primeras personas del singular dicen algo acerca de la oralidad, y la tercera persona dice algo sobre la textualidad pues el texto es mediador para alcanzar el otro, cuando todos callan. Pero dejémonos de vainas y entremos en carreteras destapadas, pues en algún lugar vi una frase de Lacan que decía «la palabra es hecha de ausencia», y con respecto a lo simbólico: «el símbolo se manifiesta en primer lugar como asesinato de las cosas, y esta muerte constituye en el sujeto la eternización de su deseo».  En fin, son frases que me parecen bellas, hasta parricidas y siempre sorprenden a cualquier cristiano, pues con frecuencia precisamos liquidar algo, tal vez algún credo, para transbordar el cauce o desencallar; pero tales frases parecen ser solo escritas para lacanianos y no para pobres ingenieros, dedicados a hacer la cosa funcionar.

(Carlos Humberto Llanos)

domingo, 14 de julio de 2024

Arte e Inteligencia Artificial, una posible respuesta a mi amigo Fernando Rivera


Querido Fernando, ¿tú me preguntas si el arte  puede ser creado por una máquina? Hombre, estás haciendo preguntas difíciles de responder, y tal vez no haya respuestas satisfactorias. Dicen que Poncio Pilatos se lavó las manos ante la imposibilidad de indultar un súbdito en el oriente medio; tal vez le faltaron cojones, o estaba con prisa, o simplemente asombrado. Y tal vez yo me lave las mías, más por este último motivo. Pero lo más relevante fue que dijo algo como «lo escrito, escrito está»; o sea, determinó que lo textual era más importante que lo verbal, algo ahora defendido por Derrida y seguidores, tal vez ya era una idea romana. Y el concepto de textualidad para estos sujetos es extendida y abarca todo lo que pueda ser usado para la representación; creo yo que incluiría el arte, pero no estoy seguro. Pero la textualidad «pilatiana» tiene una acción mediadora específica, algo como un extraño “buffer”, que puede ser actualizado solo una vez y todo lo que es retirado de sí gana un carácter de eterno e indeleble; pero puede y debe ser interpretado a cada lectura, tal como lo hace cualquier tipo de sacerdote al escuchar un oráculo; tal vez un abogado pueda aportar algo a esta idea, usando el concepto de ley en el aparato jurídico. Y no quiero decir, por el momento, que los abogados son los curas de la jurisprudencia. Intentando responderte, te digo que mi amigo César Giraldo sospechaba que toda obra artística permanecía creada en algún estado fluctuante, sin importar quién la hizo, pues sería irrelevante, y que el artista era solo un pescador de ideas en cualquier masa acuática, inclusive en el mar muerto. Si la obra es descubierta por algún artista o por una máquina sería algo indiferente, y contingente. Esta idea podría ser escalada, pues cada elemento del universo podría ser una obra de arte, o un texto con una estética definida, a veces desafiadora o aterrorizadora, pero esa emoción, u opinión automática, va a depender de un personaje turulato llamado «observador». O podríamos imaginar que toda dinámica textual es un umbral donde surgen los textos como bebés y algunos de ellos son prodigios. Perdóname que te coloque ejemplos raros, como el caso de la física moderna, donde existe la idea de que las partículas pueden surgir espontáneamente de fluctuaciones en algo denominado campo cuántico, y en ese surgir no tienen masa. Solo cuando se enfrían y comienzan a hacer coreografías con el Otro, parafraseando Derrida y Lacan, encuentran sus restricciones, su masa y, por carambola, sus realidades: a ese otro los físicos lo llaman campo de Higgs. En el campo textual, las restricciones son  los  posibles  léxicos, sintaxis y semánticas que trabajan los lingüistas. Ahora, diciéndote estas cosas, veo que surgieron en mi texto los términos campo cuántico y campo textual haciendo coreografías ante mis ojos; te juro que lo hicieron sin mi consentimiento... Es que esos físicos modernos, que tanto veneramos, siempre se nos meten en los paseos, y aquí yo corro asombrado, a lavarme de nuevo las manos.

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 10 de junio de 2024

Sobre amistad, memoria y los astros


La astrología nace como respuesta a la necesidad de dar una estructura al mundo, y si tenemos un modelo estructural podremos vaticinar, presagiar alguna cosa y, por lo tanto, prepararnos para algo. En su versión occidental, esta quimera está bien anclada en la mitología griega, que representa una estructura mucho más cercana a lo humano, si comparada con el aparato judeocristiano y egipcio. Los dioses griegos eran pasionales, se enfurecían y, en algunos casos, se enamoraban de algún mortal, generando perturbaciones que son cantadas y celebradas en los libros griegos y latinos. Tengo una gran amiga astróloga, del sur de nuestro continente, que fue diagnosticada recientemente con Alzheimer, y que trabajó durante años en la ONU hasta jubilarse; ella me explicaba todas estas cosas, después de mis duras críticas recurrentes a la astrología, y afirmaba que el mundo era literario y que la mitología era poética sedimentada en forma de estructuras arquetípicas. Como los dioses griegos eran temperamentales, como nosotros, no había cómo fabricar una dogmática de creencias en la forma de una fe específica, que rayara en lo absoluto (como lo afirmaba Estanislao Zuleta). Por eso, los griegos se inventaron la lógica y las deducciones pues los oráculos eran solo la voz humana en octavas superiores. Como una analogía posible, la ciencia dura moderna representa una tentativa de estructurar el mundo, vaticinar cosas y controlar lo que se nos puede salir de las manos. Mi amiga también me explicaba que los planetas fueron descubiertos en ciertas épocas propicias para elaborar sus maquinaciones en (o por) nosotros. Por ejemplo, Urano fue descubierto en 1783, poco antes de la revolución francesa y su nombre mitológico representa al padre de Zeus (cuya arma era el rayo) y que era consorte de Gaia (la tierra); también se dice que era hijo de su propia esposa, que lo habría engendrado de manera asexuada, lo que ya lo haría precursor del mito de Edipo y de todo lo que quiebre lo convencional. Los astrólogos, por algún motivo, asumen que Urano representa lo que se renueva por quiebras de paradigmas (si usamos la acepción de Thomas Kuhn), las nuevas visiones y, en su lado más extremo, las tecnologías basadas en el electromagnetismo y cosas aún más recientes o raras. Otro ejemplo que me daba era el de Plutón, dios de la muerte y del inframundo, planeta asociado a la transmutación de la materia, que fue descubierto poco antes de la era nuclear, de la fabricación de la bomba atómica. Cuando leí de manera muy desconfiada un libro introductorio que me prestó, le pregunté por qué ciertos signos tenían los mismos planetas regentes; por ejemplo Toro y Libra son regidos por Venus, y Géminis y Virgo son regidos por Mercurio. Su explicación fue la de que dos nuevos planetas serían descubiertos a su debido tiempo: Vulcano, regente de Virgo y Minerva regente de Libra. Todo esto porque Virgo era el signo de la valorización del trabajo y Libra el de la justicia. Como el significado de esos dos términos aún nos quedaba grande como humanidad, sus descubrimientos estarían ralentizados por nuestra propia dinámica paquidérmica en estas dos temáticas. Yo confieso que aún guardo una esperanza secreta de que estos dos candorosos planetas se nos aparezcan «un día de estos», como decían los viejos en Palmira. Otra cosa relevante es que en la astrología no se hace diferencia entre planetas y estrellas, por ejemplo, el sol es el regente del signo de León y la luna es el regente de Cáncer, un signo asociado al inconsciente, a la familia nuclear y a la maternidad. Así, la astrología estaría vinculada más a los ritmos de la naturaleza, a estructuras arquetípicas, a las estaciones, y los nombres y significados de los signos serían solo metaforizaciones y enlaces a ciclos de la bóveda celeste; una tentativa de unir lo cíclico y mortal a lo indisoluble y celestial. La astrología es una de las tantas quimeras que abrazamos, y tal vez no conseguimos vivir sin alguna de ellas. Adicionalmente, mi amiga, ante mis críticas severas, me afirmaba que no habría influencia a distancia de los planetas sobre el mundo, y que ellos solo representarían relojes cósmicos o ciclos de la estructura de nuestros egos, y del ego del mundo, lo que me pareció muy poético y audaz como argumento. Cuando Carl Sagan decía que la astrología era charlatanería, lo hacía desde su visión de científico. Pero me parece que criticarla desde esa visión es como preguntarse si Úrsula, el personaje de Gabo, existió o no. Toda obra de arte es verdadera, desde que sea bella y original y resuelva algún dilema, tan veraz como la mano que la escribe o la esculpe; esto lo decía mi amigo César Giraldo, ateo en sus días lúcidos y agnóstico cuando recibía alguna revelación. Mi amiga siempre fue una astróloga efervescente y apasionada por la belleza que veía en los mapas astrales, y eso me causaba admiración; pero cuando la llamé hace algunas semanas, y para testar su memoria debilitada, le pregunté sobre sus actividades astrológicas, y me respondió con su bello acento sureño «Mirá vos, Carlos, eso que me preguntás me parece que fue de otra vida». Así, percibí que en su memoria ya no cabían signos y planetas, pero me consuela mucho que aún le quepa yo como su terco y receloso amigo colombiano.

(Carlos Humberto Llanos)

viernes, 3 de mayo de 2024

Sobre algunos genios indomables

Hay algo en común entre Cioran, Vallejo y Vargas Vila: la pataleta y la pirotecnia verbal. Lo de genial (en ellos), tal vez sea cierto, o tal vez no. Lo de rabioso en algunos comportamientos, no deja duda. Al final todo eso deja en el lector alguna perplejidad por las pedradas contra las fes, y un leve buqué de humor. Tal vez solo eso.

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 25 de marzo de 2024

El día de la poesía (21 de marzo)

Para mi sorpresa hoy descubrí que es el día de la poesía y que los editores de la sección cultural de un famoso diario le han preguntado a varios poetas sobre qué es la poesía, una pregunta que no se la deseo a nadie. Podría comenzar a conjeturar que un poeta auténtico se quedaría mudo ante tan lúgubre exigencia. Pero podríamos intentar responder lo opuesto, dilucidar sobre qué no es poesía. Pero tal desafío también sería peligroso, pues al final se traduce en un ejercicio detectivesco sin un final prometedor. Podríamos citar algunas palabras de García Márquez en su Brindis a la poesía, que dicen que fue escrito a cuatro manos con su amigo Álvaro Mutis: «En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte». Podemos observar que la frase no plantea una definición, sino que describe algunas virtudes del discurso poético. Pero de cualquier manera, nos dice que hay espíritus, que tal vez la transcriben o, mejor, que la encarnan en textos de ciertos autores; o que se la soplan al oído de quien esté apto para escuchar.  O podríamos conjeturar, que la poesía se toma el poeta, en un acto delirante de posesión mediúmnica; en este último caso, diríamos que la poesía es realmente un espíritu, o una legión de ellos como aquellos que aparecen en la cosmogonía bíblica, o en cualquier otra. Por otro lado, el texto macondiano nos dice que el objeto del que tratamos tiene el poder de la adivinación; o sea, que está vinculada con el ejercicio de la profecía, tal como lo hacen videntes, brujos y pitonisas. Y si hacemos un pequeño esfuerzo podemos decir que la poesía tiene también la habilidad conjurar, y que la textualidad poética está relacionada con la magia, cuyo objetivo último es parar el tiempo, como lo anhelaría cualquier buen mago.  Y aquí podemos aprovechar y recordar  la siguiente virtud: de que la poesía es victoriosa contra los poderes de la muerte. A lo mejor esto nos remita a alguna guerra, o una batalla; pero quizás  a lo que se refiere es que la poesía gana la guerra sin pugnar, una situación tal vez transcrita por el término latino «invictus maneo» (permanentemente victoriosa). O que la poesía, como magia que detiene el tiempo, congela la muerte pues está más allá de ella, o tal vez esté detrás de ella como un asesino cuyo sino es finiquitar su víctima. Y si releemos lo que dice la frase de Gabo, verificamos que ella también es poética. Esto nos indica que una buena reflexión sobre la poesía tiene que ser también poesía, como una serpiente que se muerde el rabo, como aquellas ecuaciones matemáticas que se llaman a sí mismas, una especie de auto invocación, el círculo de lo hermético, tal vez el crisol de donde surge algo al que hemos denominado conciencia, solo por nuestra perenne y fatal ignorancia sobre el tema.

(Carlos Humberto Llanos)


lunes, 19 de febrero de 2024

Sobre saltos mortales y el lenguaje en sus niveles de abstracción


Mi amigo médico y terapeuta Álvaro Gutiérrez alguna vez me envió una bella frase, de la que él ni yo sabemos su procedencia hasta ahora: «el lenguaje es para el hombre como el agua para el pez y ambos no saben lo vital que es para su supervivencia». Tal vez sea de K. Kraus o de N. Chomsky, pero no importa ahora, pues lo que quiero es conjeturar sobre el tema del lenguaje y sus derivaciones. Estaré hablando del lenguaje fundamental, del lenguaje articulado con algunas generalizaciones, como precursor de otros lenguajes, que pueden envolver imágenes, símbolos específicos y otras cosas. Por otro lado, pretendo quedar alejado, en la medida de lo posible, de la parafernalia teórica de la semiótica y la semiología. También me permitiré afirmar que el lenguaje puede tener estados, tal como la materia: sólido, líquido y gaseoso (espero que se me perdone este acto arriesgado, tal vez pendenciero). Nota: los físicos hablan de un cuarto estado, el plasma, en el que las partículas están cargadas eléctricamente, y puede interactuar con campos eléctricos y magnéticos; pero no lo tendré en cuenta en esta discusión.
        Así, pondré, sin mayores aspavientos, que el lenguaje articulado que usamos en el día a día sería su estado sólido (incluyo aquí sus formas hablada y escrita). En este estado, el lenguaje nos permite contar historias y hacer conteos. En el primer caso, tenemos la prosa, que genera la literatura en la mayor parte de sus géneros, mientras que en el segundo tenemos el lenguaje matemático, que permite hacer cuentas, generar cuerpos y ecuaciones, enunciados formales y la lógica que sustenta las ciencias exactas y sociales. Podríamos esgrimir argumentos de que la ciencia solo aparece en las culturas cuando el lenguaje coloquial se torna suficientemente preciso para generar sentencias sólidas en sus significados, tal como ocurrió en la Grecia antigua. O sea, la matemática es el lenguaje más sólido que tenemos, de allí su necesidad de eliminar ambigüedades, cuidar de sus parábolas internas, para servir como metáfora a la mecánica del mundo.
        Podríamos discutir si es posible contar historias con el lenguaje matemático; por ejemplo, una teoría fuertemente matematizada como la relatividad nos cuenta algo sobre la estructura del espacio, del tiempo y de la gravedad en un lenguaje altamente especializado. Así, es plausible decir, sin forzar mucho el discurso, que las matemáticas nos permiten contar historias a través de enunciados, regidos por relaciones de equivalencia (a veces por desigualdades), en la forma de ecuaciones. Agregaríamos que la formulación de una ley científica nos cuenta algo de cómo el universo, o la naturaleza, se comporta o se ha comportado desde siempre.
        El estado líquido del lenguaje sería la poesía: digo además que puede haber un estado pastoso, semi líquido. Pero, de cualquier manera, esta liquidez de la palabra y de las sentencias permite que la metáfora sea más significativa que el objeto: ese es el viejo truco del poeta. O podríamos decir que la metáfora dice lo que no es posible expresarse con el lenguaje directo, y nos inspira a ultrapasar el límite de Wittgenstein: «lo que no se puede hablar hay que callarlo». Pero dejemos que sea un poeta el que lo diga (Octavio Paz, en Decir, hacer):

Entre lo que veo y digo,
Entre lo que digo y callo,
Entre lo que callo y sueño,
Entre lo que sueño y olvido

La poesía.

Se desliza entre el sí y el no:
dice
lo que callo,
calla
lo que digo,
sueña
lo que olvido
. . .

En el estado gaseoso, coloco la música donde la metáfora se volatiliza: los físicos nos dicen que en ese estado las partículas tienen alta energía, y se mueven aleatoriamente. Me atrevo a sugerir que la música representa un nivel más alto de abstracción del lenguaje. Digamos que los músicos elucubran en ese estado, y en su tarea de componer aprovechan y exploran los recursos que ese estado define a priori. Tal vez la metáfora volatizada sea el prenuncio de que sentido y forma son dos caras de la misma moneda en el universo musical, como algunos teóricos lo afirman.
        Aprovechando la metáfora del lenguaje en la forma de estados, podríamos afirmar que el lenguaje puede tener estados intermedios y sufrir transiciones de estado. Por ejemplo, la canción sería música con algo solidificado, lo que permite que el mensaje se filtre por debajo de las puertas, o por las grietas de las prisiones, como lo afirmaba alguna vez el músico francés Francis Lai. Por otro lado, muchos escritores usan la «prosa poética» como recurso descriptivo (transitan entre dos estados) y les va muy bien.
        Me concentraré ahora en el estado sólido del lenguaje, que envuelve la prosa y el lenguaje matemático. En la prosa podemos, entre otras cosas, conjeturar y armar sistemas que caben en lo que llamamos filosofía. Pero como hemos asumido que el lenguaje permite contar historias, inclusive en las matemáticas, podemos conjeturar que en la filosofía también narramos historias, que nos remiten a nuestras preguntas fundamentales en el ejercicio de existir. Al fin y al cabo, una historia también puede dar respuestas.
        La relación entre ciencia y matemática la podemos ver como un matrimonio exitoso y estable, a pesar de que podemos encontrar teorías no matematizadas, como la teoría de la evolución de Darwin, como alguna vez lo dejó claro el físico Amit Goswami en una entrevista. Pero el método científico exige una aplicación lógica rigurosa. En este sentido, a pesar de que la lógica surge como un tema filosófico (desde Aristóteles) la misma también se convierte en matemática, en el siglo XX, como consecuencia de sujetos como el ruso Alfred Tarski y otros lógicos matemáticos contemporáneos. Ah, y no olvidemos que la prosa filosófica también debe ser regida por fundamentos lógicos incuestionables. Pero si insistimos en que ciencia y prosa son universos separados, recordemos lo que la poetisa Muriel Rukeyser nos dice sobre este tema: «el universo es hecho de historias, no de átomos».
        Una pregunta importante es si es válido incluir explicaciones de las ciencias duras en problemas filosóficos o viceversa. Teniendo en cuenta que estamos hablando de dos áreas del lenguaje en el mismo estado (sólido), podríamos decir que tal vez sí, pero deberemos contornar el problema de que la ciencia usa herramientas matemáticas y la filosofía en principio no. En este sentido muchos critican el hecho de salir colocando modelos o términos científicos para hablar de temas abordados en prosa, casi siempre filosóficos, y denominan a esta impertinencia (o desfachatez) como saltos mortales. Pero tengamos en cuenta que temas como la naturaleza del conocimiento científico y de la mente, la inducción (saltar de lo particular para lo general), la falsabilidad de teorías (en el contexto de K. Popper) y la demarcación entre ciencia y pseudociencia han sido abordados tanto por filósofos como por científicos. Otro ejemplo, la explicación de por qué las cosas caen (y no suben o levitan) tuvo primero explicaciones filosóficas y después abordajes científicos, y bien matematizados. O sea, a través de la historia podemos observar un flujo de explicaciones desde el área filosófica hacia el área científica. Pero lo que se critica es hacer el recorrido inverso.
        Esta crítica puede ser motivada por varias circunstancias: (a) las formas de la prosa, incluyendo la filosofía, son menos sólidas que la ciencia; (b) el flujo de conceptos de la ciencia, para insertarlo en cuestiones filosóficas, puede ser visto como una vuelta al pasado; (c) el flujo de conceptos de la ciencia hacia la filosofía implica un «derretimiento» de una estructura solidificada (digamos, matematizada): una pérdida de rigor y una abertura al charlatanismo.
        Pero no debemos perder de vista que de cualquier manera estamos contando historias, dando explicaciones en diferentes niveles de abstracción. Esta transición de niveles de abstracción es muy común en la ingeniería, en donde los diseñadores describen sistemas en lenguajes de alto nivel de abstracción (más cercanos al lenguaje natural) y después usan herramientas conceptuales para transformar dichas descripciones en niveles más cercanos a la fabricación (más sólidos). Estos transcursos o trayectos son denominados en la teoría como procesos de síntesis. Pero una diferencia básica es que los procesos de síntesis están fundamentados en formalismos matemáticos que garantizan la equivalencia entre las descripciones en cualquier nivel.
        Así, el problema de usar descripciones basadas en formalismos matemáticos en áreas prosaicas es que no hay herramientas formales que refrenden la equivalencia de tales descripciones. Digamos que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Pero recordemos que si la poesía representa otro estado del lenguaje (el estado líquido), diferente de la prosa (el estado sólido), nadie critica el hecho de transitar en estos dos universos. O sea, hay una indicación de algún tipo de preconcepto contra los textos que usan conceptos científicos para abordar temas que aún están en algún nivel filosófico o prosaico. Un ejemplo clásico es el uso de términos de física cuántica para abordar temas de superación personal, en lo que llamamos literatura de autoayuda. Y hay cierta razón en esta crítica, pues si en la filosofía de la ciencia (la epistemología), a veces llamada también «la ciencia de las ciencias», se puede describir su evolución como cambios de paradigmas (los benditos saltos mortales de Thomas Kuhn) estos no son cuánticos, como definidos con rigor en la física. Hay sin duda una falta de cuidado en el uso de ese término en temas prosaicos, pero podríamos inventarnos otro…
        Tal vez sea viable usar algunos conceptos científicos como analogías explicativas, teniendo en cuenta que la función del lenguaje es contar historias que den respuestas a los problemas del sujeto, como ser viviente. Tal como el poeta usa la metáfora para apuntar a lo inexplicable, un concepto científico puede ser usado como una analogía para dar algún sentido a cierto aspecto de la vida. O sea, puede ser criticado como arriesgado (y lo es) pero no puede ser condenado, a toda costa, como un acto pendenciero.
        Voy a poner aquí un ejemplo de salto mortal que funcionó bien hasta ahora: el del profesor de literatura inglesa Marshall McLuhan (especialista en Shakespeare) que llegó a ser un influyente teórico de la comunicación, y desarrolló una serie de ideas que cambiaron la forma en que entendemos los medios de comunicación y su impacto en la sociedad. Conceptos como aldea global, medios fríos y calientes, los medios de comunicación como extensión del hombre, han interesado tanto a científicos como a ingenieros. Su frase más famosa «el medio es el mensaje» advierte cosas como: (a) el medio transforma/deforma el mensaje, (b) el medio tiene un impacto significativo en cómo se percibe ese mensaje y en cómo afecta la comunidad, (c) el medio es tan importante como el contenido del mensaje pues sugiere una tecnología prevaleciente y, por lo tanto, una manera de pensar intrínseca del que emite y del que recibe; o sea, el medio hace parte del lenguaje, y por lo tanto del mensaje. Y si llegamos al límite, como se suele hacer en el cálculo elemental, tenemos que el medio es el mensaje. Sería pendenciero acusar a McLuhan de falta de rigor, pues era un investigador serio de la literatura shakesperiana; digamos que solo se atrevió a mirar más allá de su nariz, tal vez a soñar.
        Podemos inclusive percibir en él un salto mortal triple, pues sus conceptos permean tanto la filosofía, como las teorías de la comunicación (matematizadas o no), con un pie en la poesía. Dejemos que el poeta hable; en este caso, Shakespeare (el ídolo de McLuhan) sobre estos temas, en un trecho del soneto 76:

Por qué mi verso es siempre tan carente
De mutaciones y variación de temas?
¿Por qué no miro las cosas del presente
Atrás de otras recetas y sistemas?
¿Por qué solo escribo esa monotonía,
Tan incapaz de producir inventos
Que cada verso casi revelaría
Mi nombre y su lugar de nacimiento?
. . .

Bueno, el soneto termina haciendo referencia al amor cortés, pero ya con este trecho podemos afirmar que McLuhan superó la monotonía de ser un oscuro profesor de literatura inglesa a través de un salto mortal triple convirtiéndose, además, en un protagonista de los movimientos hippies y pop que surgieron en esos tiempos.
        Digamos que ir de la ciencia hacia lo prosaico tiene sus peligros, pero también puede ser fuente de conocimiento, y debemos recordar que no todo conocimiento es científico, como en el caso de la acupuntura, una técnica milenaria, pues los que se la inventaron no eran científicos, en el rigor del término que tenemos en nuestros días.
        Si nos centramos en el universo de la música (el tercero estado del lenguaje) podríamos observar que música y poesía tuvieron una hermandad garantizada en la antigüedad: los músicos eran poetas y viceversa. Su separación puede ser explicada por la complejidad a que llegó la música, como disciplina del arte. Como ejemplo de esta complejidad, en el contexto actual, podemos observar que es posible formar buenos ingenieros en 4 años, pero ese tiempo es insuficiente para formar un buen músico. Y este problema fue percibido de manera clara algo después del periodo trovadoresco de Occitania, en donde comienza a observarse la separación de los oficios de ser poeta y de ser músico. Podemos alegar que la rima (inexistente en la poesía clásica) fue inventada para aliviar el divorcio entre poetas y músicos, una estrategia para que una palabra dicha recuerde otra, como el Fausto le explica a Helena de Troya en la obra de Goethe, y crear así un efecto musical. De esta manera, podemos decir que poesía es una cosa y música es otra. Pero a nadie, en sano juicio, se le ocurriría condenar a un poeta o a un músico por transitar fructíferamente entre las dos artes, que representan dos estados diferentes del lenguaje, o acusarlo de notable ejecutor de saltos mortales.
        Finalmente, volviendo al tema del uso de términos científicos en temas prosaicos, citaremos el caso de la «entropía» definida en el contexto de la física por Ludwig Boltzmann y otros científicos. Dicho término está asociado a la tercera ley de la termodinámica e indica una medida de desorden, que aumenta en los procesos llamados irreversibles, en los que siempre se genera calor; y calor es energía, algo que se pierde y que no puede ser reaprovechado (digamos así). El concepto de entropía ha sido usado, o indirectamente insinuado, por varios filósofos de la ciencia tales como Ilya Prigogine, Henri Bergson y otros, y es citado por neurocientíficos y escritores, entre otros, quizás porque está asociado al problema del tiempo, y vinculado, por carambola, al problema de nuestra finitud como sujetos (envejecemos porque nuestro cuerpo tiende a  desorganizarse, a aumentar su entropía). Digamos, que el aumento de la entropía es el único rastro visible que deja esa entidad fantasmagórica a la que llamamos tiempo. En resumen, qué es el tiempo es una pregunta filosófica esencial, formulada desde la Grecia clásica por Anaximandro y otros sujetos; así que condenar un filósofo o cualquier prosista por usar el término «entropía» en sus discusiones sobre el tiempo sí sería realmente un acto pendenciero. Tal vez lo que debería dejarse claro es la prudencia de pedir un beneplácito sobre el uso de un término científico que podría ser una metáfora válida para encaminar una respuesta parcial sobre algún tema filosófico. Al fin y al cabo, todos estamos nadando en el lenguaje, como un pez en el agua, lleno de pantanosas islas fluctuantes y de burbujas gasificadas, como fuera citado por mi amigo Álvaro Gutiérrez.
        Finalmente, quería agregar una pequeña nota al tema de la entropía, como metáfora del desorden, y hacer una alegoría al estado gaseoso, al que hemos vinculado la música, donde la física describe sus  leyes  en términos de probabilidad y estadística.  Si suponemos que entropía y tiempo tienen una correlación grande, por lo que sabemos hasta ahora, podríamos sospechar algo sobre la frase final del Otro poema de los dones, de Borges, esa especie de dádiva:  «Por la música, misteriosa forma del tempo». 

P.D. Había advertido que no trataría el tema del cuarto estado (el plasma) y su asociación con el lenguaje, pero dejo aquí una breve disquisición: me atrae fatalmente la posibilidad de que estemos deslizándonos constantemente, y sin saberlo, en un estado superior a la poesía y a la música, sobre estructuras prefabricadas, como si fueran toboganes del lenguaje. Mi hipótesis es que estas estructuras funcionan como «arcanos», o también las podría denotar como «arquetipos», siguiendo el camino jungiano. Hablando de esto, Jung alguna vez advirtió que el único arquetipo descubierto, y aceptado, por Freud había sido el complejo de Edipo. Inclusive Freud, en sus ensayos sobre Moisés y la religión monoteísta, aborda el trazo de Amenhotep IV (Akenatón) como efecto de su conflicto edipiano, el desafío a la autoridad del padre, idea que enfureció a Jung. Otros pensadores, como Claude Lévi-Strauss, han adoptado otras estructuras repetitivas que funcionan como tabúes organizadores en las sociedades, por ejemplo, el rechazo al incesto. Y aquí va mi salto mortal: hay un trazo organizador en el lenguaje que nos impele a la unificación. De allí derivan el monoteísmo y toda nuestra obstinación en alcanzar cualquier teoría o idea unificadora, en la ciencia y tal vez en el resto de nuestras actividades.


(Carlos Humberto Llanos)

sábado, 6 de enero de 2024

Musicando

«Creo que la música es una respuesta del ser humano al desafío de existir, tal vez la más bella respuesta.»

(Conversaciones con César Giraldo)


martes, 2 de enero de 2024

Ciencias

 «La ciencia es alguna forma matematizada del arte, y hay artes buenos y artes malos; para eso existen las estéticas. Para un artista es difícil dicernir entre lo estético y lo ético.»

(Conversaciones con César Giraldo)

Actuando

«El arte es nuestra única arma, el resto son armamentos» (César Giraldo) 

(Conversaciones con César Giraldo)


El campo humano

«En la mecánica cuántica ningún objeto tiene una posición definida, salvo cuando tropieza contra alguna otra cosa. Para describirlo a mitad de vuelo entre una interacción y otra, se utiliza una abstrusa función matemática que no habita en el espacio real, sino en abstractos espacios matemáticos: el de los números imaginarios».  Algo como esto nos lo dice Carlo Rovelli, un suejto que ama el arte tanto como la física de campos gravitacionales. Es el laberinto en formato matemático. No nos dice mayor cosa, solo corrobora que solo existimos cuando tropezamos con el otro. Y entre un tropiezo y otro solo el arte nos describe.

(Carlos Humberto Llanos)


lunes, 20 de noviembre de 2023

Más allá de lo poético: entre Wittgenstein, Lacan y san Agustín

De lo que no se puede hablar hay que callar, la famosa frase de Wittgenstein muestra la frontera de lo conceptual, de lo textual: los límites de lo literario. En los linderos del lenguaje hay la misma sensación que tenían los navegadores de la Edad Media sobre el Atlántico, y de los monstruos que ocuparían ese hábitat. Pero la ciencia ha descartado en nuestros días lo monstruoso como posible inquilino de lo desconocido. Ahora nuestros monstruos pueden ser discutidos, disecados, y han caído en el campo vulgar de la «anormalidad». ¿Lo que inevitablemente es silencioso es real? ¿Lo que está más allá de lo anormal no podría ser revelado, y ni siquiera cabría en lo quimérico? Lacan habla que lo real no puede ser dicho, pues estaría fuera de lo simbólico, del mundo de las palabras, de lo que está vinculado al significante. Y también estaría fuera de lo imaginario, de lo representable, de la imagen como constructora del ego.  Así, los lacanianos nos presentan una nueva trinidad: lo simbólico, lo imaginario y lo real (SIR). En el quehacer literario, lo simbólico es un campo nato del prosista, y los linderos de lo simbólico y lo imaginario con lo real sería la cuerda floja de lo poético, por dónde los rapsodas transitan (y a veces naufragan). ¿Qué relación hay entre lo real y lo verdadero? Bueno, parece ser que lo verdadero está en lo simbólico, es lo que nos dicen lacanianos y seguidores, en lo que podemos decir como «es verdad», lo que da todo peso a lo científico. En lo imaginario tendríamos lo que puede ser hecho y  apenas comentado: debe ser  el reino de las artes plásticas.  Una duda sería si existe un encuentro entre lo imaginario y lo simbólico que sustente una convergencia duradera entre el arte y lo científico; o si lo verdadero podría invadir el océano de lo real (o al contrario): sería el silencio como Verdad, indemostrable en lo simbólico mas latente como un pulsar.  Sin duda, más allá de lo simbólico y lo imaginario es el campo de la fe, no necesariamente de la religión. Y quien se aventura en el espacio de lo ajeno al lenguaje y de la imagen retornará en el mutismo, sabrá que algo ocurre, pero ese atisbo no cabrá en la literalidad, ni en lo artístico. Si aceptamos que eso pueda ser Dios, o cosa parecida, una profesión fincada en la blasfemia sería la de teólogo. Por eso será que santos callan mucho más de lo que dicen, y que todos, si aún son sensatos, se niegan a discutir, y fracasan inevitablemente en la escritura. Tal vez sea un diagnóstico válido para san Agustín.


sábado, 21 de octubre de 2023

Entre armas y herramientas

Dicen que Karl Marx fue el primero que situó el ser humano como un mero «animal constructor de herramientas», término que tal vez aprovechó de Benjamín Franklin (según Bruce Mazlish). El autor de El capital insinuó que una rama significativa de la arqueología sería aquella dedicada a estudiar los rastros de instrumentos creados por el ser humano, una especie de paleontología herramental.  Las herramientas crean nuevas tecnologías que a la vez producen nuevas herramientas; así, entre una tecnología antigua y una actual, el eslabón perdido suele ser un simple instrumento, tal vez ahora abandonado. Sin embargo, una tecnología puede ser arma, tal como una lanza, una flecha o la quijada que blandió Caín. Es claro que diferenciar herramientas de armas no es trivial. Las herramientas proponen procesos, que pueden ser diálogos convincentes, tal vez este era el perfil de Abel. Las armas prometen resultados rápidos y ahorran palabras, con resultados atropellados. Pero diferenciar herramientas de armas tal vez sea tan espinoso como distinguir agresividad de violencia. La agresividad fincada en herramientas es constructiva y fundamental para fundar procesos. Por otro lado, el amor a las armas puede estar escondido en los fundamentos de la violencia. Las herramientas transitan en procesos, las armas en la solución exasperada de problemas. En la textualidad, la palabra puede ser herramienta y arma al mismo tiempo, a veces tan certera como la flecha que laceró el pie de Aquiles. Un buen texto puede ser mortal, pero preserva algo de esperanza. 

(Carlos Humberto Llanos)

sábado, 23 de septiembre de 2023

De van Gogh a Botero

Una conjetura: van Gogh sufrió los rigores de la pérdida de la razón, de la locura clínica. Botero sufrió los rigores de la vida y la pérdida de su hijo en un accidente absurdo. En resumen, solo quien ha padecido la enfermedad psiquiátrica sabe el grado de desolación de la pérdida, en vida, de la sensación del yo. Diría que arte es: sensibilidad + talento + capacidad de trascender el sufrimiento.

(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 28 de agosto de 2023

Sobre campos y versos

«El poema es un texto aún líquido, pues lo que no puede ser dicho no es sólido, y ciertamente no podrá ser representado con simples palabras».  (Sobre  música y la solidez de las palabras, conversaciones con César Giraldo)

Los intelectuales critican con asiduidad los libros de autoayuda reprochándoles que son, a la vez, poco científicos y poco literarios. Lo de poco científico puede ser explicado por el hecho de sus autores son carentes de formación en temas duros de la ciencia, y toman sus elementos de ensayos de divulgación científica, colocándolos, junto con sus experiencias personales, en una especie de licuadora textual. Lo de poco literario puede ocurrir por el aventurismo y la falta de dominio de los géneros canónicos de la literatura y, sobre todo, por el tipo de ficción que suelen abordar: la de que un texto literario puede tener efecto real en el mundo objetivo. Pero esa crítica no responde de manera clara a los contenidos de dicho subgénero, pues lo que subyace en todos ellos es una hipótesis que pasa desapercibida (tanto en autores como en sus críticos): de que la energía y la materia son frutos de la conciencia, y no al revés.
        Los defensores serios de tal hipótesis colocan algunos hechos extraños de la física cuántica (entrelazamiento, dualidad onda partícula, acción a distancia, etc.) y el hecho de que la teoría cuántica ha sido la de mayor exito en la historia de la ciencia: un computador y un celular funcionan porque los ingenieros se aprovechan de las ecuaciones de onda y de las propiedades cuánticas de algunos materiales, cuya base es la arena de las playas. Y, sobre todo, porque en esa teoría aparece una entidad llamada «observador», una especie de piedra en el zapato que incomoda a científicos de todas las áreas (inclusive de las humanas) pero menos a los poetas. Obviamente, esta propuesta representa un cambio de paradigma en la historia reciente de Occidente, pero en la historia humana es tan antigua como las pirámides de Egipto; o como decimos en Colombia, «es más vieja que la panela».
        Para discutir un poco de dónde viene esta tema (por lo menos en su versión más reciente), podemos recordar que un señor viejito como Marx decía algo como «no es la conciencia la que determina la vida, es la vida la que determina la conciencia» y, con eso, sus seguidores afirmaron que la base de la pirámide hegeliana había sido colocada cabeza para abajo. Pues bien, lo que sugieren los defensores de un posible nuevo paradigma es que la pirámide volvió para su base hegeliana, y que algún observador crea el universo a cada instante, pero de manera discreta y no continua; pues hay un pedacito mínimo de algo, un cuanto de energía (y posiblemente haya un cuanto de tiempo), una especie de pasito tun-tun y un golpe de conga, como se dice en el universo salsero. 
        Esto los poetas lo sabían, y sin precisar ser semiólogos: el cuanto poético es aquel fonema que emerge del mar de pausas y silencios, y su contraparte sólida es el trazo de donde surge aquella textualidad  de lo que «a duras penas puede ser dicho»: hay aquí algo  de Lacan y de Chico Buarque de Holanda; lo que nos recuerda la física más moderna que nos habla de campos cuánticos, que son ubicuos, de donde emergen y naufragan las partículas elementales que forman la materia, a través de sus vínculos y afinidades. Para un poeta, campos cuánticos y el silencio del sello nocturno serían casi la misma cosa.

(Carlos Humberto Llanos)
 

sábado, 26 de agosto de 2023

Entre dualidades y trinidades


En algunos textos el aparato lógico (clásico) aparece sustentado por tres principios básicos: identidad, no contradicción y tercero excluido. El primero nos dice que una cosa es igual a “esa cosa”, y parece ser pre aristotélico. Gertrude Stein lo utilizó para escribir su verso “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”; parece trivial, pero los poetas saben bien cómo usar las nimiedades conceptuales («las cosas son como son» sería una afirmación en el ámbito del primer principio). El segundo (no contradicción) se refiere a que un chisme no puede ser verdadero y falso al mismo tiempo, parece que su origen es aristotélico, pero puedo estar errado. Digamos que es útil, a pesar de no siempre ser verdad, y por eso los lógicos del siglo XX, como Tarski y sus secuaces (por ejemplo, Newton da Costa), formularon  otras lógicas, algunas llamadas paraconsistentes, en donde se admite la contradicción, sin ningún peligro en las deducciones matemáticas: “tengan fe, pues todo se resolverá, llevaremos las contradicciones hasta el final, y después veremos qué hacemos”, nos dicen. Lo interesante es que con esa estrategia consiguen reconstruir todo el edificio de la matemática existente. El tercer principio (tercero excluido) nos restringe la paleta de opciones entre lo verdadero y lo falso: podemos ser machos o hembras, pero no maricones. Aristóteles y sus seguidores no fueron felices con su formulación, pues generó el peor pecado de la humanidad: el fanatismo. Parte de la cura, por lo menos en las matemáticas, vino de un  científico iraní (Lotfi A. Zadeh) que formuló una teoría de conjuntos (que después se convertiría en una nueva lógica): los conjuntos fuzzy o lógica fuzzy. Tal vez la traducción más apropiada en español sea «lógica difusa». Así, la paleta antes binaria se vuelve infinita: una cosa puede ser verdadera o falsa con un factor de ponderación. Los lógicos pueden afirmar que un chisme es verdadero con un factor de ponderación igual a 0,2 (tal vez poco verdadero) o con un factor de ponderación igual 0,9 (casi verdadero).
        Lo interesante es que la formulación de Zadeh permitió resolver problemas de ingeniería que son considerados complejos: por ejemplo, problemas de control, donde los fenómenos a ser controlados ocurren de manera inesperada, y que no pueden ser representados por sumas ponderadas de sus partes (sus variables). O sea, en sus modelos matemáticos aparecen operaciones arduas, como raíz cuadrada, senos, cosenos, y otras cosas destorcidas a las que llaman «no linealidades».
        Hablando de fanatismos, Zadeh fue atacado en público durante un congreso en Francia, en 1972, por un papa de la teoría de control, llamado Rudolf Kalman. Kalman no soportaba que un rapazuelo usara mariconadas para resolver problemas peliagudos; sin usar la caja de herramientas duras de las matemáticas, basadas en ecuaciones diferenciales, teoría de la probabilidad y cosas afines. Pues lo único que se necesita en lógica difusa es saber cómo el barrendero, el panadero, el agricultor resuelven sus problemas usando sus experiencias: «échele un poquito de azúcar y una pisca de sal», por ejemplo. Pues bien, este tipo de lógica permite representar matemáticamente términos como «poquito», «muy poquito», «más o menos poquito», etc. En su formación y actividad Kalman era dual (matemático e ingeniero); por otro lado, Sadeh era matemático, ingeniero y científico de la computación (tres en un): una vez más la dualidad se queda atrás de la santísima trinidad.


(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 7 de agosto de 2023

Una pequeña brizna o rosa concienciando:

Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”. Gertrude Stein.

Una idea seductora es vincular la conciencia con la idea de recursión, algo así como un eterno retorno, llamarse a sí mismo, o la fracción periódica de Borges. La recursión es una característica matemática de ciertas funciones, específicamente en sus parámetros. Llamamos parámetros a las variables con las que una función trabaja. Por ejemplo, si definimos una función para calcular el área de un rectángulo, sus parámetros son el largo y el ancho, y estos elementos serán llamados, o requeridos, cuando la función va a ser ejecutada: serán condición sine qua non para su ejecución. De esta manera, nuestra función para calcular el área del rectángulo se comporta como el minotauro griego: devora los valores de sus parámetros, que le son arrojados, y nos expele el área. 
        En el caso de una función recursiva, por lo menos uno de sus parámetros será ella misma. De esta forma, la función se requiere a sí misma para ser ejecutada; o sea, necesitamos una instancia previa de dicha función para encontrar una nueva. Es como una culebra mordiéndose la cola (metáfora muy usada en ciertas teorías). Así, cuando alguien afirma que conciencia es “saber que se sabe” está evocando algún tipo de recursión.
       La recursón es importante en ciencia de la computación, pues muchos algoritmos la usan de manera elegante. Podemos decir que, históricamente, los lenguajes de programación alcanzaron su madurez cuando permitieron usar la recursión como un recurso de programación; esto ocurrió el comienzo de los años 60, con la definición del lenguaje Algol.
         Desde el punto de vista tecnológico, cuando una función se llama a sí misma todo el contexto actual es almacenado en memoria, en la forma de una pila (para ser recordado), tal como apilamos los platos en la mesa de una cocina. O sea, en el tope tendremos el último contexto y en la base el contexto primigenio de la función. El contexto incluye todos los detalles necesarios para reconstruir el estado antes de que una nueva llamada recursiva sobrevenga. Este proceso continúa hasta que alguna cosa ocurre, hasta el momento en que el último contexto se resuelve, y la estructura comienza a ser desarmada paso a paso, retirandose el último elemento empilado. Así, cada contexto aprovecha la solución del elemento que estaba encima para encontrar su solución. Con esta estrategia muchos algoritmos pueden ser descritos de manera concisa, en una forma apreciada por matemáticos e informáticos.
        La conciencia podría ser concebida como una pila de contextos: saber que se sabe, a rigor requeriría solo dos contextos. Así, podríamos asociar la idea de “niveles de conciencia” a “niveles de contexto”, si aceptamos la recursión como una buena metáfora para nuestro objetivo. O podríamos vincular la conciencia al eterno retorno, al círculo, o a la espiral helicoidal, a la dupla hélice de Watson y Crick, a la escalera de Jacob, a un verso de Gertrude Stein.
        Si nos esforzamos en ligar la conciencia con el lenguaje, podríamos vincularla a la asociación de lo dinámico (el verbo) con lo estático (el sustantivo): hablar sobre el hablar, pensar sobre el pensar. Algunos asocian la conciencia a la capacidad de imitación o de simulación, y nos hablan de neuronas especializadas con este roll: las tales neuronas espejo. Otros nos dicen que la conciencia estaría relacionada con la capacidad de crear metáforas, y en su caso extremo de proponer mitos.
        Si unimos mitos y espejos solo nos resta Narciso, el yo mirándose al espejo, realimentándose a sí mismo como imagen, otra forma de recursión. O sea, Narciso no sería solo una metáfora de la vanidad, y de sus peligros. Sería una descripción del feedback, de la recursión, de la sensación del yo, y su destino sería su disolución en el mar de pausas y silencios. Si esa disolución es inconsciente sería mortal, como suele acontecer; caso contrario sería la experiencia de ser la propia poesía; tal vez esa trascendencia de la que nos hablan los videntes de todas las culturas, de todos los tiempos.
        Un problema vislumbrado en el estudio de la conciencia es que el investigador es el mismo objeto investigado. Inclusive podemos afirmar que la conciencia es la que permite la crítica; y si recordamos la frase de Chesterton «El criminal es el artista; el detective, apenas el crítico», sería como si el detective de Chesterton estuviera investigando su propio crimen, de allí la dificultad de discernir sobre el tema. Un detalle final, parece ser que no hay conciencia sin memoria, sin registros, inclusive la recursión la exige en su dinámica: conciencia sería algo como recordar que somos, o que somos recordando. Tal vez recordar solo nuestro nombre basta.

(Carlos Humberto Llanos)


lunes, 24 de julio de 2023

Retornos y anti-completitudes (quatro epígrafes en busca de un texto)

“Me tomó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”. (Pablo Picasso)

“Hay una diferencia entre una cosa y hablar de una cosa.” (Kurt Gödel)

"Carlos, me ha tomado toda una vida llegar a ser un verdadero irresponsable: no me interesa ser nadie en la vida. Y mira que mis mejores amigos se han declarado ateos, pero yo les llevo una ventajita: ni siquiera creo que realmente yo exista, he renunciado a tal herejía". (César Giraldo)

"Tú me dices que las teorías deben ser coherentes, sin contradicciones ni paradojas, y que deben ser completas, autocontenidas, o sea, que no les falte nadita, como decía ese tal Gödel.  Pues bien, yo soy todo lo contrario, y ni necesito que alguien lo demuestre, pues lo he confesado abiertamente durante muchos años. Por eso tal vez me puedas llamar  «artista», esa entelequia autoconciente, paradojal y divinamente incompleta".  (César Giraldo)


miércoles, 10 de mayo de 2023

Entre el brujo y el profeta

Hay un equívoco al asumir que el profeta y el brujo son la misma cosa.  El profeta conjetura y vaticina deslizándose en la línea del tiempo; tal vez sea el precursor del científico que busca en su ambiente laboratorial modelar el mundo, predecir lo que va a ocurrir, a partir de lo que se conoce, de lo que se denomina «condiciones iniciales». El brujo conjura, crea objetos  y personajes, como algún protagonista de Borges y su laboratorio es el ritual. No se desliza en el tiempo (como el profeta) pues su máximo empeño es parar el mundo, tal como lo busca el poeta: ese es el sentido de la piedra filosofal. Así, la poesía es el fruto del ejercicio del lenguaje en una dimensión espacial y que intenta ser atemporal. Es la búsqueda de la sentencia para crear un lugar, en donde «se es y no se está», o «se está y no se es».


(Carlos Humberto Llanos)

sábado, 22 de abril de 2023

Zuleta vs. Machado

En una entrevista el escritor José Zuleta Ortiz nos dice que la poesía y su producto (el poema) suelen ser iluminaciones o estructuras producidas por milagro, en el tránsito exploratorio del lenguaje. Al final nos dice que «en la poesía y el cuento podemos ser un huésped de paso, mientras que la novela exige visa de residente». Bueno, si queremos hablar  del poeta y de su peregrina condición podríamos aludir al significado de «estar» en algún lugar. En este sentido, hay una diferencia de expresividad entre las lenguas que separan el ser y el estar, como el español, el portugués y el catalán y aquellas que no lo permiten, como el inglés y el alemán. Tal vez en la mayoría de las lenguas romances diferenciar estos dos conceptos sea posible, lo que nos deja la alternativa de explorar algo en esa condición binaria: mismo que el idioma faculte esta separación, el poema está entre el ser y el estar.  O sea, cuando «es no está» y cuando «está no es». Así, el poeta no tiene ningún tipo de visa y ni siquiera le es permitido ser huésped en alguna esfera. Tampoco es peregrino, pues su proceso es camino y su transcurso es la más profunda ficción, como ya lo sospechaba el poeta Antonio Machado.

(Carlos Humberto Llanos)

jueves, 6 de abril de 2023

Entre la cosa, la idea y el número...

La cosa, la idea y el número: lo aristotélico, lo platónico y lo pitagórico, en seguidilla. Se me ocurre que la cosa y la idea también son números; digo, secuencias de números binarios, por eso caben en un computador, en la forma de textos y  modelos matemáticos (ideas en  forma de ecuaciones) codificados en cifras escritas con solo ceros y unos. La binaridad no pertenece a la cristiandad, pues está última es adicta a la trinidad (por ejemplo, entre cielo y el infierno concibieron el purgatorio). Y  ya entre el bien y el mal los romanos, precursores de la vaticanidad, habían inventado la legalidad: algo puede ser errado y ser legal, o viceversa. Tal vez  lo binario Buda lo tocó con su sagrado dedo, pero solo el gringo Claude Shannon lo puso en evidencia, cuando  colocó a disposición la lógica de Boole para resolver un problemita de ingeniería: susurró bajo y abrió pasaje para lo digital. Cualquier papa atento lo hubiera excomulgado sin piedad...


(Carlos Humberto Llanos)

jueves, 2 de febrero de 2023

Y lógicamente...


Muchas personas hablan coloquialmente sobre lógica para descartar o atacar argumentaciones en el día a día. Es que a la lógica la vinculamos a una contraposición al «absurdo», término que utilizamos casi siempre cuando estamos enfurecidos. Ahora, hablar de lógica me deja inseguro; porque esta disciplina se convirtió en un área matemática que tiene algunas celebridades, como el polaco Alfred Tarski. A rigor, existen muchos tipos de lógicas; basta cambiar algo del principio de «no contradicción» o del «tercer excluido» y tenemos una nueva lógica tan rigurosa y poderosa como la lógica aristotélica (o lógica clásica). Cuando hablamos de no contradicción nos referimos a que las cosas no pueden ser verdaderas y falsas al mismo tiempo, y cuando el tercero excluido se nos aparece como un fantasma, algo nos sopla al oído de que podemos estar confinados en la dualidad de las cosas: no hay una tercera opción que nos permita salir por la tangente. El profesor brasilero Newton da Costa (que creó la lógica paraconsistente) nos decía, en una clase, que basta con que una nueva lógica consiga reconstruir el edificio matemático para ser aceptada como «formal». En la lógica nebulosa, por ejemplo, el principio de dualidad (las cosas son o no son) desaparece por completo. Una sentencia puede ser verdadera con un grado de verdad (grado de relevancia); por ejemplo, esto es verdad con 75% de posibilidad. Y es tan poderosa que nuestras neveras y lavadoras tienen sus controles trabajando con este tipo de estrategia. Como un detalle historiográfico, Tarski fue el primer lógico que introdujo en concepto de verdad, como una aproximación a la realidad, definición que K. Popper abrazo en sus trabajos de epistemología. Solo para finalizar, la lógica dialéctica (recordando a Hegel y los marxistas) es una familia de lógicas matemáticas, que retiran el principio de no contradicción de sus premisas. Y todo consigue funcionar perfectamente, matemáticamente, tal como los poetas lo supieron siempre.

(Carlos Humberto Llanos)

sábado, 31 de diciembre de 2022

Conversaciones con Pedro Moreno


Un área importante de las ciencias exactas es la optimización, que tiene fundamentos matemáticos precisos con resultados importantes en las últimas décadas. Si un proceso necesita ser optimizado es necesario determinar de cuáles variables depende. Por ejemplo, un vendedor de jugo de naranja necesita saber sobre la cantidad de naranjas, de azúcar y de hielo que necesita comprar para su negocio. Aun así, tiene que determinar las cantidades que debe comprar de cada artículo y el precio final que va a cobrar por cada copo de jugo. La idea de optimización será siempre maximizar o minimizar algo (en este caso, maximizar el lucro). Mas, por otro lado, existen las restricciones que deben ser atendidas: cuántas naranjas puede comprar, cuántas arrobas de azúcar puede almacenar en su negocio… Tal vez tenga limitaciones en su bodega o en el sistema de refrigeración para guardar con higiene y seguridad sus naranjas. Así, su problema es maximizar algo, que es denominado de función de costo (en este caso su lucro) que depende de estas tres variables de decisión (naranjas, azúcar y hielo). Suponiendo que esta función matemática es simple, por ejemplo, una parábola o algo similar (que tiene un único máximo global), la estrategia es comenzar con una combinación de valores de variables de decisión y medir el lucro por la evaluación de la función de costo. Si cambia algún valor y este da un importe mayor en su lucro, el vendedor de jugo sabe que su proceso de optimización está funcionando. Puede continuar con esta manipulación hasta percibir que para un valor calculado de su función no hay más incremento; por el contrario, dicho valor cae (como si hubiera llegado a la cima de una colina). Así, concluye que el valor máximo fue alcanzado y el valor de las variables de decisión que llevaron a este resultado (naranjas, azúcar y hielo) son los valores óptimos. Por otro lado, este proceso debe respetar las restricciones. O sea, si un valor de las variables de decisión no está dentro de sus límites, el resultado de la optimización no puede ser utilizado. En este caso, el vendedor de jugo deberá contentarse con un valor subóptimo para su negocio.

Moraleja: no se puede llegar a un valor óptimo sin respetarse los límites de las variables de decisión y las relaciones entre ellas. Diciendo de otra manera, los expertos en optimización saben que el valor óptimo, que puede ser alcanzado, está amarrado a la relación entre  la función de costo y el conjunto de funciones que representan las restricciones; estas últimas podrían ser vistas como un muro, que impide el avance en la búsqueda…

Extrapolaciones e intersecciones: En el proceso de autoconocimiento, llegar al punto óptimo sería descubrir la naturaleza más íntima del ser humano: aquella que no puede ser dicha, ni descrita. Aquello que debe ser callado, tal como lo diría filósofo Ludwig Wittgenstein en su Tractatus logico-philosophicus. En este proceso, habría una función a ser optimizada, y el transcurso seria la búsqueda de este punto crítico. El problema que es que las restricciones deben ser respetadas, mejor dicho, ellas se hacen respetar durante todo el transcurso. En el ser humano, el sistema de restricciones es el sistema de creencias, que es configurado en la figura de la personalidad. Una personalidad rígida o fuerte representa restricciones más agudas que impiden que el proceso de busca continue avanzando por la evaluación de su función a cada paso: el punto óptimo estará lejos y, lo peor, el transcurso deberá ser detenido. Más aún, el sujeto estará convencido que alcanzó la cumbre, y se comportará, casi siempre, como un falso profeta, con convicciones fuertes y creencias inalterables y con la pulsión egótica de incrementar su rebaño de seguidores. Por otro lado, un ego con creencias bien atenuadas representaría casi cero resistencia, total presencia y apertura a una realidad más íntima, algo que la Escuela de Magia (de Gerardo Schmedling) describe de manera clara y didáctica.

Sobre el artista: el ego del artista es un barco agujereado que se hunde lentamente en el mar, esa es su sensación de fracaso que ni  el exito puede atenuar. Santo bardo exiliado en sí mismo (tal vez de sí mismo). Pobre de ego, rico en visión, en expresión, y su transcurso es el asombro:  montado, arrombado, sobre esa cuerda floja a la que llamamos arte.

(Carlos Humberto Llanos)

jueves, 29 de diciembre de 2022

El poeta Jotamario Arbeláez


Tengo una anécdota sobre nuestro poeta que en los años 80 era un invitando para cerrar, con un comentario, el telediario 12:30 de Arturo Abella. Ese día dijo: «hay algunas personas que me confunden con un tal J. Mario Valencia, cuando hablan sobre él piensan que soy yo y viceversa. Es increíble que se pueda confundir un poeta nadaísta con un loro del Opus Dei. ¡No hay derecho!»

Acabo de ver que la palabra «nadaísmo» no está en el diccionario de la Rae: No hay derecho...

(Carlos Humberto Llanos)


miércoles, 30 de noviembre de 2022

La vorágine


«Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la confidencia sentimental, ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que el enamorado fui siempre el dominador cuyos labios no conocieron la súplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta.
    Cuando los ojos de Alicia me trajeron la desventura, había renunciado ya a la esperanza de sentir un afecto puro. En vano mis brazos —tediosos de libertad— se tendieron ante muchas mujeres implorando para ellos una cadena. Nadie adivinaba mi ensueño. Seguía el silencio en mi corazón.
    Alicia fue un amorío fácil: se me entregó sin vacilaciones, esperanzada en el amor que buscaba en mí. Ni siquiera pensó casarse conmigo en aquellos días en que sus parientes fraguaron la conspiración de su matrimonio, patrocinados por el cura y resueltos a someterme por la fuerza. Ella me denunció los planes arteros. Yo moriré sola, decía: mi desgracia se opone a tu porvenir.
    Luego, cuando la arrojaron del seno de su familia y el juez le declaró a mi abogado que me hundiría en la cárcel, le dije una noche, en su escondite, resueltamente: “¿Cómo podría desampararte? ¡Huyamos! Toma mi suerte, pero dame el amor».
¡Y huimos!"   (primera página de la Vorágine, de J.E. Rivera)

Comentario: Impecable, un inicio imposible de repetir, e imposible de mantener su ritmo por más una página. ¿Ese sería un ejemplo del sublime fracaso del escritor, del que hablaron Faulkner y Borges?

(Carlos Humberto Llanos)