Una idea fundamental se ha establecido en el ámbito de la ciencia de la computación orientando el diseño de sistemas y guiando el trabajo de los ingenieros: el lenguaje precede al diseño de la máquina, y aquí nos referiremos a la máquina como un modelo computacional o, de manera más específica, como un «autómata». Este principio establece que en primer lugar se definen las reglas, instrucciones o estructuras (el dialecto) que un sistema computacional debe interpretar, para luego diseñar la arquitectura capaz de procesarlas, en forma de un autómata concreto. Esta noción tiene una profunda conexión con la teoría de lenguajes formales, desarrollada por Noam Chomsky, quien clasificó los lenguajes según su complejidad y las máquinas requeridas para procesarlos.
En este marco teórico, un lenguaje formal generado por funciones recursivas, que se evocan a sí mismas, establece un conjunto de reglas y de restricciones: una gramática específica, conocida como «gramática generativa», en la forma de un modelo matemático. Por su parte, el diseño del autómata asegura que estas reglas puedan ejecutarse de manera precisa. Así, en el ámbito de la informática, podemos reinterpretar la célebre frase bíblica y afirmar con cierto fundamento: «en el principio era el lenguaje».
Definimos así lenguajes naturales y lenguajes artificiales (o formales), estas últimas se refieren a aquellas que pueden ser interpretadas por un computador digital, que son usadas por los programadores para urdir sus oficios. Hasta el proprio Alan Turing también contribuyó a esta perspectiva al proponer su máquina teórica (la máquina de Turing), que sirve como modelo universal capaz de ejecutar cualquier conjunto de instrucciones, que pertenezcan a un lenguaje previamente definido y que tengan un punto de parada cuando resuelven un problema, o sea que no entren en un bucle de ejecución infinito, una especie de colapso. Del mismo modo, en la práctica, arquitecturas como las propuestas por John von Neumann, un matemático que ayudó a definir lo que sería la estructura interna del computador digital actual, dejan explícito que el diseño del hardware (la máquina en sí) debe alinearse con las operaciones previamente definidas en el lenguaje (el software). En el lenguaje kantiano casi que podríamos decir que el lenguaje es a priori y la máquina a posteriori, y esta última sería también contingente.
En el diseño de procesadores modernos, esta idea se materializa en el concepto de ISA (Instruction Set Architecture), que define el conjunto de instrucciones que la máquina debe ser capaz de ejecutar. Así, los lenguajes artificiales actúan como un marco conceptual y funcional que guía la construcción de los ordenadores.
Fue Noam Chomsky quien colocó los fundamentos matemáticos de la teoría de lenguajes formales que fueron incorporadas en la informática, colocándoles una jerarquía: lenguajes regulares, libres de contexto, sensibles al contexto y recursivamente enumerables. Y cada tipo de lenguaje tiene un autómata específico capaz de lidiar con él. Sin entrar em detalles, la clasificación incluye la palabra mágica «contexto», que es vital en la comprensión de los lenguajes naturales, los cuales tienen características que van más allá de las reglas estrictas de las gramáticas generativas de Chomsky, y que incorporan modos específicos, como la ambigüedad, el contexto semántico, las dependencias a largo plazo, las metáforas y las variaciones del uso. O sea, los métodos convencionales usados para crear estructuras de interpretación de lenguajes, en la teoría de compiladores (esos traductores de estructuras lingüísticas para lenguajes que pueden ser ejecutados en los computadores) no funcionan para lenguajes naturales, y por eso tuvieron que ser desarrolladas otras técnicas basadas en redes neuronales, junto con otros artefactos que mapean estructuras del lenguaje natural para elementos numéricos en la forma de vectores y matrices, sobre los cuales se desarrollan operaciones estadísticas para obtener correlaciones y cosas por el estilo (los llaman transformers).
Lo importante de este abordaje, en el procesamiento del lenguaje natural, es que entró en la jugada la estadística y la probabilidad, aquellas dos áreas que intentan explicar el juego de las cartas y los dados, así como la coreografía de las partículas elementales en la física moderna. Todo esto está implícito en los modelos LLM (Large Language Models), modelos computacionales avanzados diseñados para procesar, generar y lidiar con el lenguaje natural, como aquellos usados en el ChatGpt.
En la ecología del lenguaje, tenemos las categorías de «información» y de «narrativa», como metáforas de los bancos de datos, por un lado, y por el otro, los textos posibles a partir de las informaciones. El propio Harari afirma que la narrativa es una forma de procesar y presentar la información de manera comprensible y útil para los humanos, pero no siempre busca la verdad objetiva. Y que las informaciones pueden ser «verdaderas» o pueden ser «ficciones», generadas por un autómata que esté contaminado o no por una ideología. O sea, la dinámica del lenguaje genera nuevas informaciones, tal como un computador procesa los datos y genera nuevos datos procesados. Entonces, podemos modificar nuestra afirmación y escribir que «el lenguaje genera al mundo»; lo cual ya fue abordado, en parte, por lingüistas como Benjamin L. Whorf, que afirmaron que somos peces nadando en un mar del lenguaje.
Pero el problema que percibimos es que el mundo tiene una sinfonía de lenguajes, y que el objetivo de toda ciencia sería encontrar el lenguaje fundamental; por ejemplo, en la biología con el ADN y sus conjuros y el eco producido en el entorno, que puede volverse con ímpetu, como se propone ahora en la epigenética, donde se coloca en entredicho el dogma de que los efectos de la información solo van en un sentido, de los genes hacia las proteínas. Y aquí tenemos implícita una dinámica: el vaivén de las lenguas, que conversan entre sí reservadamente pues el entorno también tiene sus decires.
O sea, el científico procura aquellos textos que pueden ser usados para conjurar las cosas, creando novedades o modificando sus estatus. Y por qué no, para crear nuevos artefactos, inclusive personajes, nuevos Frankensteins, tal como lo describe Borges en su cuento Las ruinas circulares, en donde un mago se encuentra con un dilema fundamental al intentar crear un ser humano: «he descubierto que siendo yo mismo un creador, soy la obra de otro creador». Y que el problema es saber si esa dinámica es infinita, y si lo es, tendremos que echar mano de las herramientas de Cantor, ese matemático descifrador de infinitudes y de Alephs, y que nunca estuvo del todo cuerdo, y cuja obra podría ser resumida en los versos de William Blake: ver el mundo en un grano de arena/ y el paraíso en una flor silvestre/ agarrar el infinito en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora.
En el caso de Harari, vemos afirmaciones como la de que las narrativas son fundamentales para la cohesión social y política, y pueden estar basadas tanto en verdades objetivas como en ficciones. Y esto es claro, una narrativa impone una visión del mundo que puede ser incompatible con la de otro grupo. O sea, los pueblos y sus culturas son las posibles narrativas a partir de las informaciones que poseen en determinados contextos. En nuestra visión, las culturas son los textos y el mundo que percibimos sería el conjunto de los innúmeros contextos posibles. Y los conflictos son los abismos entre los contextos, en donde fluctúan las contradicciones.
Pero la visión de Harari no tiene mucha novedad. Por ejemplo, Marx introduce el concepto de que el valor de un objeto en dinero puede mascarar una realidad más fundamental: el trabajo humano. Y que esta desconexión entre valor y el trabajo crea el fetiche en la mercancía. Vemos aquí que una narrativa en el ámbito del capital crea una ficción que parece realidad, y que le da fundamento al dinero, como método de transacción (otro fetiche) y también al capitalismo financiero, la última etapa, donde el dinero se convierte en informaciones en un banco de datos de una corporación cualquiera (el fetiche del tesoro escondido). A pesar de que Marx le da al fetiche una dinámica de camuflaje de una realidad fundamental (el trabajo), no deja de haber implícita una dinámica de dislocamiento, que aparece clara en la concepción freudiana, en donde el fetiche además de ocultar la angustia del falo ausente en la madre, representado como ausencia de completitud, funciona como un instrumento para aliviar la angustia de la polaridad (macho/hembra), dislocando el deseo sexual (hacia un sujeto) para un objeto. En todos los casos, vemos creaciones de ficciones con ocultamientos de realidades específicas.
Pero no es solo eso cuando se habla de narrativas y contextos, pues estos últimos no son sistemas cerrados, y pueden generar sus congéneres, o sea, nuevos contextos. En este sentido, Derrida nos dice ningún significado lingüístico puede ser totalmente determinado por un contexto específico. Esto lleva a la idea de que el significado de un texto es sólidamente indeterminado y que los intentos de cerrar un contexto están destinados a fracasar, o sea, los contextos son amorfos y cuando se tratan de manipular se autodefinen (ya vimos dinámicas parecidas en otras áreas, como en la física cuántica, pero este es otro cuento). Así, podemos sospechar una carencia en el abordaje de Harari al no incorporar otras herramientas, en el área de la textualidad, en sus explicaciones, por ejemplo, como aquella resumida en la frase atribuida a Gregory Bateson «sin contexto no hay significado» que muestra una completitud en la suma de textos y contextos, agregando un enfoque sistémico y ecológico que tiende a conectar comunicación, contexto y significado, entre otras cuestiones.
Verificamos aquí que en toda ficción hay procesamiento de información, donde detalles de las realidades informacionales pueden desaparecer o quedar furtivamente ocultas. Esto lo podríamos extender a cualquier actividad creativa en la autoría artística, donde las dinámicas creativas quedan ocultas en la obra concluida. O sea, averiguar qué fuerzas actuaron en el autor de una obra específica equivaldría a resolver un problema de inversión matemática, por ejemplo, qué valor deberían tener las variables de una fórmula matemática compleja, teniendo en cuenta que la única información que tenemos disponible es el resultado.
Hemos llegado a colocar la hipótesis de que el lenguaje precede al autómata, y la hemos extendido del lenguaje artificial para el lenguaje natural; y llegado a la conclusión de que primero fue el verbo, como metáfora del lenguaje, pero sospechando que antes del lenguaje hay una información subyacente, a la que denominamos «información primordial», y que el propio lenguaje es una tecnología de procesamiento, pues permite la dinámica de la narrativa generando nuevas informaciones, que son alocadas en el mar de la textualidad, que conjuga mares de textos y contextos para crear realidades.
Podemos observar que esta visión no deja por fuera la filosofía, las ciencias y las artes, pues todas pueden ser vistas como narrativas con sus dinámicas respectivas. Por ejemplo, la ciencia busca narrativas próximas de una realidad primordial, de las leyes de un universo a ser descifrado, o decodificado, y sabemos que toda ley descubierta no deja de ser una aproximación de una realidad espiada, como lo decía el matemático y estadístico George Box, cuando afirmaba testarudamente «all models are wrong but some are usefull». Y que otras narrativas procuran generar nuevas realidades como ficciones específicas, fundamentales para la naturaleza humana procurando un contexto que le dé sentido.
Finalmente, podemos citar ahora el personaje Antoine Roquentin de la La náusea, de Jean-Paul Sartre, que experimenta una profunda angustia al confrontarse con la falta de sentido inherente de la «realidad objetiva» que surge cuando percibe el mundo que lo rodea. Así, los objetos y su propia existencia carecen de un propósito o significado intrínseco. Todo existe sin necesidad de justificación, lo que es percibido como vacío que desestabiliza su percepción de la vida. El propio personaje al final se convierte en escritor. Esta percepción angustiante pode ser vista normalmente como falta de sentido; pero podemos diagnosticarla como falta de contexto. Tal como ocurre en otras direcciones, como en la sexualidad, donde su represión oculta el contexto más natural, creando otros, que no se conectan con el sujeto; y parte de la realidad queda representada como ausencia, tal vez en la narrativa judeo-cristiana como pecado.
(Carlos Humberto Llanos)