domingo, 6 de febrero de 2011

Divagaciones sobre el discurso poético (la lira y el tambor)


El imperio de los signos es la prosa: la poesía está más del lado de la pintura, la escultura y de la música. El poeta considera las palabras como cosas reales, como objetos simbólicos y no sólo como signos. Las palabras toman el papel de las formas, de los sentidos, de los sin-sentidos, de los colores, de los sonidos, de los olores; se agrupan, se atraen, se repelen, se repiten (recursivamente), se inflaman y su asociación compone la verdadera unidad poética que es la frase-objeto (que usaremos como sinónimo del verso). Esta última es sustentada por el océano de las pausas y silencios.

Podríamos agregar, que en el poema las palabras se asocian de manera asonante o disonante, pudiendo aparecer solas como sustantivos, verbos o acompañadas por calificativos (¿sólo adjetivos?), y tienen ritmo, aún en el caso en que aparezcan solitarias. Agregaríamos que un énfasis cualitativo o cuantitativo en estos aspectos nos darían los efectos de algunos movimientos artísticos bien asociados a la poesía: surrealismo, impresionismo, futurismo, expresionismo, concretismo, etc.

Poetas como E. E. Cummings consiguen fragmentar aún más la unidad básica de la poesía (en este caso, las palabras). Para Cummings la unidad básica es el fonema, lo que permite una proximidad más intima con la música. Por otro lado, la aproximación de la poesía con las artes visuales tiene como base los recursos tipográficos y sobre todo el uso espacial del papel (esto queda ahora más potencializado por el uso de los recursos del computador). La hoja en blanco (física o de un editor de texto) deja de ser un simple elemento material para ser borroneado, pasando a ser un plano sobre el cual los elementos léxicos son colocados para formar una composición. El uso de elementos gráficos, introduciendo técnicas de composición usados por pintores, fotógrafos e inclusive cineastas (el colage, el montaje, la fusión de imágenes y el close-up) es bastante conocido, discutido y también criticado; creando nuevas vertientes, con nuevas potencialidades en los aspectos semánticos.

En la prosa se dice algo con las palabras. En la poesía las palabras dicen algo per si, más allá de su significado gramatical, pudiendo llegar hasta trascender el plano simbólico. En las palabras de Octavio Paz: “La poesía siembra ojos en la página, siembra palabras en los ojos. Los ojos hablan, las palabras miran, las miradas piensan”.

En el aspecto creativo nos parece que existen diferencias importantes entre el escritor/prosa y el escritor/poeta. No nos detendremos para discutir cómo se escribe una prosa, pero nos queda claro que un prosista necesita por lo menos contar una historia. El poeta suele decir cosas sin contarlas, yendo más allá de los argumentos, de los sentidos espacial y temporal impresos en el texto.

En el acto del hacer poético nos parece que la poesía emerge como las erupciones solares y volcánicas, intempestivamente, y que la vivencia inspiradora consiste de estar en el lugar y en el momento cierto –en el ejercicio de la creación artística. En este aspecto tendríamos una visión polémica con relación a la mitología griega: la poesía tendría un aspecto solar ligado a Apolo y un aspecto terreno ligado a Dionisio. Aquí intentamos conciliarlos, al asociar la poesía a las erupciones que concentran un aspecto luminoso, pero también transformador (para no llamarlo de destructivo…). Apolo representa la divinidad solar, el oráculo, el control sobre las emociones por el conocimiento profundo, la sublimación, el ritmo acentuado, el equilibrio, la armonía, el espíritu, la unidad -la lira. Dionisio (su hermano) representa lo terráqueo, el laberinto, el exagero, las emociones, la embriaguez con las formas, los colores, los olores, los licores… el ritmo violento y descontrolado, la fertilidad, la manifestación, la diversidad  -el tambor. Pero nos queda claro que tanto los aspectos apolíneos como dionisíacos hacen erupciones.

Para discernir un poco más sobre aspectos del discurso poético usaremos los términos exactitud y precisión asociándolos con aspectos prácticos bien conocidos en las ciencias naturales (por ejemplo, la física, la química y la biología) y en la ingeniería. Por ejemplo, en el área de la instrumentación, en donde es necesario tomar una medida sobre una grandeza física (por ejemplo, temperatura, presión, humedad, entre otras) aparecen los conceptos de exactitud y precisión de una medición experimental (y que nos atreveremos a introducir aquí en el análisis sobre el discurso poético).

Exactitud se refiere a cuan próxima está una medida sobre un valor real (previamente conocido y aceptado por consenso), y en este caso llamaremos al resultado experimental de “lectura”, para aproximarnos más del discurso poético. Por otro lado, la precisión indica cuan cerca están entre sí los valores medidos por un instrumento que es excitado por un mismo valor de entrada. Esto indicaría la capacidad de repetibilidad de los instrumentos, lo que nos daría una confianza en los valores medidos. En el concepto de exactitud tenemos un acto de fe en una referencia que aceptamos como real, y la proximidad entre lectura y el valor de referencia se nos aparece aquí en un dominio espacial. En el concepto de precisión la proximidad de verifica de una manera relativa, indicando si las diversas medidas, realizadas en un dominio temporal, están próximas entre sí. En este caso tendremos confianza en el conjunto, hay algo coherente en el experimento, lo cual aumenta nuestra fe en el instrumento, a pesar de la ausencia de una referencia concreta y absoluta. El análisis de la precisión nos remite inexorablemente al dominio temporal, en el cual las diversas medidas son realizadas.

El término “lectura” comentado aquí por nosotros (en el caso de la instrumentación) puede ser utilizado –por su analogía– para discernir sobre el ejercicio que el lector hace sobre un texto poético: las palabras se le aparecen con una determinada exactitud, puede ser gramatical, próximas de una realidad, que tiene que ver con el sentido infundido por el poeta y que podría, eventualmente, ser aclarado por él mismo y por los críticos especializados (hay una distancia entre lo que el lector observa y lo que el poeta quiso infundir en el texto). En realidad esa lectura es un ejercicio de algo, que se muestra también como un acto creativo, el poeta que está siendo interpretado por el lector, en el dominio espacial (el texto) y en el dominio temporal (el instante de la lectura o de la evocación del poema, al fin y al cabo la lectura y/o evocación es secuencial, en algún nivel).

Adicionalmente, las palabras (el verso, la frase-objeto) aparecen con características de precisión. Podemos repetir la lectura de las mismas varias veces y su significado puede ser diferente en cada una de ellas. Podemos tener una convergencia o una divergencia en las lecturas, que hace parte del poder del discurso poético y que en nuestra opinión potencializa el acto creativo del mismo.

Los dos dominios espacial y temporal citados aquí podrían ser analizados más profundamente teniendo en cuenta elementos que aumentarían sus complejidades. Por ejemplo, en el dominio espacial tendríamos elementos de paralelismo visual, que son usados de manera creativa en poetas como E. Pound, E. E. Cummings y los concretistas brasileros (o los propios simbolistas), así como la abolición de reglas sintácticas tradicionales del lenguaje. En el dominio temporal tenemos los temporalmente flexibles aspectos sociales, culturales y psicológicos envueltos en el instante de la lectura, que vienen a enriquecer, o al menos alterar, el significado y efecto del texto.

La poesía, en este contexto, incluye una compleja interacción entre dos actos creativos reales: el del poeta y el del lector. Los dos tendrán que poseer ciertos méritos para que el poema se revele a través de una secuencia de actitudes, cosas y de hechos: mucha atención, una erupción -una lira y un tambor.

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(Brasília, febrero de 2011)