lunes, 28 de agosto de 2023

Sobre campos y versos

«El poema es un texto aún líquido, pues lo que no puede ser dicho no es sólido, y ciertamente no podrá ser representado con simples palabras».  (Sobre  música y la solidez de las palabras, conversaciones con César Giraldo)

Los intelectuales critican con asiduidad los libros de autoayuda reprochándoles que son, a la vez, poco científicos y poco literarios. Lo de poco científico puede ser explicado por el hecho de sus autores son carentes de formación en temas duros de la ciencia, y toman sus elementos de ensayos de divulgación científica, colocándolos, junto con sus experiencias personales, en una especie de licuadora textual. Lo de poco literario puede ocurrir por el aventurismo y la falta de dominio de los géneros canónicos de la literatura y, sobre todo, por el tipo de ficción que suelen abordar: la de que un texto literario puede tener efecto real en el mundo objetivo. Pero esa crítica no responde de manera clara a los contenidos de dicho subgénero, pues lo que subyace en todos ellos es una hipótesis que pasa desapercibida (tanto en autores como en sus críticos): de que la energía y la materia son frutos de la conciencia, y no al revés.
        Los defensores serios de tal hipótesis colocan algunos hechos extraños de la física cuántica (entrelazamiento, dualidad onda partícula, acción a distancia, etc.) y el hecho de que la teoría cuántica ha sido la de mayor exito en la historia de la ciencia: un computador y un celular funcionan porque los ingenieros se aprovechan de las ecuaciones de onda y de las propiedades cuánticas de algunos materiales, cuya base es la arena de las playas. Y, sobre todo, porque en esa teoría aparece una entidad llamada «observador», una especie de piedra en el zapato que incomoda a científicos de todas las áreas (inclusive de las humanas) pero menos a los poetas. Obviamente, esta propuesta representa un cambio de paradigma en la historia reciente de Occidente, pero en la historia humana es tan antigua como las pirámides de Egipto; o como decimos en Colombia, «es más vieja que la panela».
        Para discutir un poco de dónde viene esta tema (por lo menos en su versión más reciente), podemos recordar que un señor viejito como Marx decía algo como «no es la conciencia la que determina la vida, es la vida la que determina la conciencia» y, con eso, sus seguidores afirmaron que la base de la pirámide hegeliana había sido colocada cabeza para abajo. Pues bien, lo que sugieren los defensores de un posible nuevo paradigma es que la pirámide volvió para su base hegeliana, y que algún observador crea el universo a cada instante, pero de manera discreta y no continua; pues hay un pedacito mínimo de algo, un cuanto de energía (y posiblemente haya un cuanto de tiempo), una especie de pasito tun-tun y un golpe de conga, como se dice en el universo salsero. 
        Esto los poetas lo sabían, y sin precisar ser semiólogos: el cuanto poético es aquel fonema que emerge del mar de pausas y silencios, y su contraparte sólida es el trazo de donde surge aquella textualidad  de lo que «a duras penas puede ser dicho»: hay aquí algo  de Lacan y de Chico Buarque de Holanda; lo que nos recuerda la física más moderna que nos habla de campos cuánticos, que son ubicuos, de donde emergen y naufragan las partículas elementales que forman la materia, a través de sus vínculos y afinidades. Para un poeta, campos cuánticos y el silencio del sello nocturno serían casi la misma cosa.

(Carlos Humberto Llanos)
 

sábado, 26 de agosto de 2023

Entre dualidades y trinidades


En algunos textos el aparato lógico (clásico) aparece sustentado por tres principios básicos: identidad, no contradicción y tercero excluido. El primero nos dice que una cosa es igual a “esa cosa”, y parece ser pre aristotélico. Gertrude Stein lo utilizó para escribir su verso “Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”; parece trivial, pero los poetas saben bien cómo usar las nimiedades conceptuales («las cosas son como son» sería una afirmación en el ámbito del primer principio). El segundo (no contradicción) se refiere a que un chisme no puede ser verdadero y falso al mismo tiempo, parece que su origen es aristotélico, pero puedo estar errado. Digamos que es útil, a pesar de no siempre ser verdad, y por eso los lógicos del siglo XX, como Tarski y sus secuaces (por ejemplo, Newton da Costa), formularon  otras lógicas, algunas llamadas paraconsistentes, en donde se admite la contradicción, sin ningún peligro en las deducciones matemáticas: “tengan fe, pues todo se resolverá, llevaremos las contradicciones hasta el final, y después veremos qué hacemos”, nos dicen. Lo interesante es que con esa estrategia consiguen reconstruir todo el edificio de la matemática existente. El tercer principio (tercero excluido) nos restringe la paleta de opciones entre lo verdadero y lo falso: podemos ser machos o hembras, pero no maricones. Aristóteles y sus seguidores no fueron felices con su formulación, pues generó el peor pecado de la humanidad: el fanatismo. Parte de la cura, por lo menos en las matemáticas, vino de un  científico iraní (Lotfi A. Zadeh) que formuló una teoría de conjuntos (que después se convertiría en una nueva lógica): los conjuntos fuzzy o lógica fuzzy. Tal vez la traducción más apropiada en español sea «lógica difusa». Así, la paleta antes binaria se vuelve infinita: una cosa puede ser verdadera o falsa con un factor de ponderación. Los lógicos pueden afirmar que un chisme es verdadero con un factor de ponderación igual a 0,2 (tal vez poco verdadero) o con un factor de ponderación igual 0,9 (casi verdadero).
        Lo interesante es que la formulación de Zadeh permitió resolver problemas de ingeniería que son considerados complejos: por ejemplo, problemas de control, donde los fenómenos a ser controlados ocurren de manera inesperada, y que no pueden ser representados por sumas ponderadas de sus partes (sus variables). O sea, en sus modelos matemáticos aparecen operaciones arduas, como raíz cuadrada, senos, cosenos, y otras cosas destorcidas a las que llaman «no linealidades».
        Hablando de fanatismos, Zadeh fue atacado en público durante un congreso en Francia, en 1972, por un papa de la teoría de control, llamado Rudolf Kalman. Kalman no soportaba que un rapazuelo usara mariconadas para resolver problemas peliagudos; sin usar la caja de herramientas duras de las matemáticas, basadas en ecuaciones diferenciales, teoría de la probabilidad y cosas afines. Pues lo único que se necesita en lógica difusa es saber cómo el barrendero, el panadero, el agricultor resuelven sus problemas usando sus experiencias: «échele un poquito de azúcar y una pisca de sal», por ejemplo. Pues bien, este tipo de lógica permite representar matemáticamente términos como «poquito», «muy poquito», «más o menos poquito», etc. En su formación y actividad Kalman era dual (matemático e ingeniero); por otro lado, Sadeh era matemático, ingeniero y científico de la computación (tres en un): una vez más la dualidad se queda atrás de la santísima trinidad.


(Carlos Humberto Llanos)

lunes, 7 de agosto de 2023

Una pequeña brizna o rosa concienciando:

Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”. Gertrude Stein.

Una idea seductora es vincular la conciencia con la idea de recursión, algo así como un eterno retorno, llamarse a sí mismo, o la fracción periódica de Borges. La recursión es una característica matemática de ciertas funciones, específicamente en sus parámetros. Llamamos parámetros a las variables con las que una función trabaja. Por ejemplo, si definimos una función para calcular el área de un rectángulo, sus parámetros son el largo y el ancho, y estos elementos serán llamados, o requeridos, cuando la función va a ser ejecutada: serán condición sine qua non para su ejecución. De esta manera, nuestra función para calcular el área del rectángulo se comporta como el minotauro griego: devora los valores de sus parámetros, que le son arrojados, y nos expele el área. 
        En el caso de una función recursiva, por lo menos uno de sus parámetros será ella misma. De esta forma, la función se requiere a sí misma para ser ejecutada; o sea, necesitamos una instancia previa de dicha función para encontrar una nueva. Es como una culebra mordiéndose la cola (metáfora muy usada en ciertas teorías). Así, cuando alguien afirma que conciencia es “saber que se sabe” está evocando algún tipo de recursión.
       La recursón es importante en ciencia de la computación, pues muchos algoritmos la usan de manera elegante. Podemos decir que, históricamente, los lenguajes de programación alcanzaron su madurez cuando permitieron usar la recursión como un recurso de programación; esto ocurrió el comienzo de los años 60, con la definición del lenguaje Algol.
         Desde el punto de vista tecnológico, cuando una función se llama a sí misma todo el contexto actual es almacenado en memoria, en la forma de una pila (para ser recordado), tal como apilamos los platos en la mesa de una cocina. O sea, en el tope tendremos el último contexto y en la base el contexto primigenio de la función. El contexto incluye todos los detalles necesarios para reconstruir el estado antes de que una nueva llamada recursiva sobrevenga. Este proceso continúa hasta que alguna cosa ocurre, hasta el momento en que el último contexto se resuelve, y la estructura comienza a ser desarmada paso a paso, retirandose el último elemento empilado. Así, cada contexto aprovecha la solución del elemento que estaba encima para encontrar su solución. Con esta estrategia muchos algoritmos pueden ser descritos de manera concisa, en una forma apreciada por matemáticos e informáticos.
        La conciencia podría ser concebida como una pila de contextos: saber que se sabe, a rigor requeriría solo dos contextos. Así, podríamos asociar la idea de “niveles de conciencia” a “niveles de contexto”, si aceptamos la recursión como una buena metáfora para nuestro objetivo. O podríamos vincular la conciencia al eterno retorno, al círculo, o a la espiral helicoidal, a la dupla hélice de Watson y Crick, a la escalera de Jacob, a un verso de Gertrude Stein.
        Si nos esforzamos en ligar la conciencia con el lenguaje, podríamos vincularla a la asociación de lo dinámico (el verbo) con lo estático (el sustantivo): hablar sobre el hablar, pensar sobre el pensar. Algunos asocian la conciencia a la capacidad de imitación o de simulación, y nos hablan de neuronas especializadas con este roll: las tales neuronas espejo. Otros nos dicen que la conciencia estaría relacionada con la capacidad de crear metáforas, y en su caso extremo de proponer mitos.
        Si unimos mitos y espejos solo nos resta Narciso, el yo mirándose al espejo, realimentándose a sí mismo como imagen, otra forma de recursión. O sea, Narciso no sería solo una metáfora de la vanidad, y de sus peligros. Sería una descripción del feedback, de la recursión, de la sensación del yo, y su destino sería su disolución en el mar de pausas y silencios. Si esa disolución es inconsciente sería mortal, como suele acontecer; caso contrario sería la experiencia de ser la propia poesía; tal vez esa trascendencia de la que nos hablan los videntes de todas las culturas, de todos los tiempos.
        Un problema vislumbrado en el estudio de la conciencia es que el investigador es el mismo objeto investigado. Inclusive podemos afirmar que la conciencia es la que permite la crítica; y si recordamos la frase de Chesterton «El criminal es el artista; el detective, apenas el crítico», sería como si el detective de Chesterton estuviera investigando su propio crimen, de allí la dificultad de discernir sobre el tema. Un detalle final, parece ser que no hay conciencia sin memoria, sin registros, inclusive la recursión la exige en su dinámica: conciencia sería algo como recordar que somos, o que somos recordando. Tal vez recordar solo nuestro nombre basta.

(Carlos Humberto Llanos)