domingo, 17 de marzo de 2019

Escribiendo


Leyendo un bello texto de mi amigo Pedro Luis Moreno comencé a hacer algunas reflexiones sobre la dura tarea de escribir. Me vienen a la cabeza dos recuerdos. El primero es de Hemingway quien defendía el poder del sustantivo sobre el adjetivo. Seguir su recomendación tiene como resultado un texto directo, limpio y sin muchos meandros.

El segundo recuerdo es una conversación de Gabo con sus amigos, en que afirmaba que después de haber leído un par de obras de Virginia Wolf finalmente habría resuelto el problema de la novela.

Lo que parece sobresaliente en ese comentario macondiano es la colocación de la novela, y por lo tanto de la narrativa, como un problema. Los escritores leen los textos para descubrir sus estructuras y los trucos utilizados para hacer las ligaciones entre los elementos narrativos.

Así, la lectura de un escritor sobre el texto escrito, por un colega suyo, suele ser una tarea de ingeniería inversa.  Recordemos que los ingenieros son formados, principalmente, para resolver problemas prácticos, y con frecuencia practican la ingeniería inversa  para descubrir como los productos fueron diseñados, para reproducirlos y así poder mejorarlos. Y es que el oficio de escritor se parece mucho con las profesiones de ingeniería, así como con el design. Hay que hacer proyectos, planear estructuras, definir estrategias y aplicar tácticas (tal como en un campo de batalla).

Sin embargo el escritor debe estar atento para improvisar (o para improvisarse), pues el texto, en su proceso de ser creado, suele sorprender a su autor. Específicamente, cuando llega a la altura de un hijo adolescente, que quiere, y exige, incorporar su propia identidad, y puede hasta revelarse contra su progenitor.

En la labor de la escritura el texto acostumbra a tomar autonomía, y esta es la parte más mágica de escribir. Pues tal vez podamos garantizar nuestro estatus de ejecutores, mas el de autor suele estar casi siempre en el limbo, sobre todo si somos honestos con nosotros mismos.

Otro punto importante en la narrativa, y también en la poesía, es el ritmo. Por eso el escritor debe practicar el arte de la puntuación. Cierta vez le pregunté a mi profesor de literatura en el colegio sobre las normas de la puntuación. Su respuesta me pareció muy honesta, pues las reglas gramaticales van hasta cierto punto, y para explicarme el asunto me colocó como ejemplo el Otoño del Patriarca. Después de esto nunca más me atreví a cuestionar a cualquier profesional de las letras sobre este espinoso tema. 

Así, como en la música, el ritmo es la base, el reloj (clock) del procesamiento de los temas de la narrativa, de lo que se dice, de lo que se lee, de lo que se auto crea, del momento en que los fantasmas invaden el campo, cuando la suerte está echada, y lo escrito aún está por estar.

(Brasilia, marzo de 2019)