jueves, 24 de junio de 2021

Un peldaño para habitar (cuento)


Casi yendo para casa, mi mamá me espera para almorzar. No sé si la llamo para avisarle que no me siento bien, o darle alguna excusa. Alguna vez leí a Borges y asistí a las películas de los hermanos(as) Wachowski, pero nunca imaginé que esto pudiera ocurrir conmigo, y continúa pasando, pues veo aún ese espacio en espiral sin paredes en donde cuadros, puertas o ventanas  puedan ser colgados. Ahora todo se parece a un caracol algo retorcido, tal vez yo continúo torcido por el procedimiento que Jairo ejecutó.
    Y es que nuestro amigo biólogo (Julio) inventó un fluido que, según su descripción, consigue llevar la información del código genético para el área de la memoria del cerebro, en el córtex cerebral. Yo había leído algunas hipótesis sobre la doble hélice y su codificación. Me encantaba leer sobre las teorías de Claude Shannon en las que veía una conexión entre cantidad de información, probabilidad y el desorden. También me imaginaba que el tema de la memoria sería fundamental para explicar algo sobre aquel argumento que me creó como sujeto (esta última frase está ligada a un credo que había llegado a sugerir sobre mí mismo).
    Por eso cuando recibí la propuesta, creada por un arquitecto y un estudioso de las neuronas, no tuve dudas para someterme a un experimento pues veía una mezcla de arte y ciencia en sus orígenes.
    Quiero contar ahora lo que pasó; ya no tengo tanto pavor ni exaltación por lo que viví, solo me parece oportuno escribirlo como un relato, después explico por qué, si me es posible: mis amigos me esperaban en una casona del parque Las Delicias a las 5:30 de una tarde lluviosa; noté que los vendedores ambulantes se habían ido, y ese respirar habitual con olor a polvo y humedad se hacía más fuerte. No puedo decir que hubo algún tipo de ritual, pues todos teníamos prisa para cumplir otros compromisos. Diría que sabíamos que cualquier litúrgica necesaria para el caso estaría cubierta por nuestra amistad.
    No sabría decir si Julio tenía mayores informaciones sobre el procedimiento que había creado, o si contaba con alguna experiencia personal sobre lo que harían conmigo. No voy a explicar detalles de cómo fue hecho el proceso, pues gran parte de los pormenores estaba en sigilo y ni yo lo sabía con precisión. Me dijeron que una vez que entrara en la práctica tendría que descubrir algún procedimiento para abrir la información. Me imaginé que sería algún tipo de llave criptográfica lo que me parecía muy obvio, pues esto aparece en todas las ficciones similares. Así que comencé a entrar en el ejercicio, imaginé que habría puertas, ventanas, portales y todas esas cosas que aparecen en la literatura esotérica y de autoayuda.
    Poco a poco una sensación de silencio se fue posando en mí. Me sentí sólo en un desierto y comencé a buscar algún lugar que me permitiera mirar a lo lejos. Tuve la idea de que tal vez sería el caso de verificar si tuviese que usar alguna llave para abrir alguna puerta que no conseguía visualizar. Pensé que si no había puerta tampoco habría cerradura; pero escuché la voz de Jairo insinuando para preguntar algo: «pregunta si hay llave» —dijo. Obviamente que hacer tal pregunta implicaría tener un sujeto receptivo y presente, pensé. Sin embargo, algo en el lado derecho de mi pecho vibró y coloqué mi mano sobre el lugar. Súbitamente caí al suelo, mis rodillas se doblaron y a partir de allí la experiencia se profundizó, y algo de comprensión me dijo que era una reverencia lo que se me solicitaba, como tiquete de entrada.
    Comprendí que no había que pedir permiso para obtener una información que era yo mismo, sólo tenía que estar atento y deshacerme de algunos pesos que cargaba sobre la espalda. Miré fijamente y verifiqué que todo era una espiral, llena de peldaños minúsculos que se entrelazaban, y las dos hélices de Crick y Watson tomaban el lugar de mi cuerpo; yo percibía dos hilos en forma de escalera que se replicaban entre sí, formando una recurrencia estructural como en un cuadro de Escher.
    Podía leer y entender todo el contenido que parecía disponible para mí. Pensé en entrar en la estructura, pero si ella era yo mismo no tenía sentido encontrar alguna entrada, pues ya estaba allí. Todo eso estaba disponible mas no era una biblioteca, pues no había libros para abrir; era un espacio abierto y algo desolado. No era el espacio libresco de Emerson, ni el de Borges, ni el de cualquier biblioteca ya quemada por el fuego. Todo era un libro abierto y las páginas aparecían simultáneamente, con relatos y fórmulas en varios dialectos que no precisaba traducir. Al leerlos y balbucearlos el sentido se formaba: cada frase y cada fórmula llamando otras, concurrentemente.
    Allí percibí que no había tiempo, pues el reloj que había observado hasta cierto momento era el latido de mi corazón, ahora ya dando un tono continuo pues había dejado de pulsar, como un tambor sin palos.
    Descubrí que los relatos aparecían de manera paralela, cada parte de la hélice lanzaba textos como un volcán en erupción. Sentí una onda de calor y una vibración cada vez más fuerte que hacía mover los peldaños simultáneamente en todos los sentidos. Ya el pánico se apoderaba de mí, pero una sensación de voluptuosidad aparecía, lo que me dejaba cada vez más exhausto. Repentinamente perdí la sensación del adentro y del afuera, así como el Covid-19 lo hace con el gusto y el olfato.
    Pensé en verificar si la experiencia correspondía a estar en algún lugar específico, mas al mirar la hélice percibí que cada parte llamaba un espacio particular, y si miraba atentamente a un peldaño específico percibía un espacio dentro de otro, como si fuera una función matemática recursiva, aquellas fórmulas que se llaman a sí mismas. Intenté entrar en uno de esos lugares y tuve la sensación de que mi mente se auto replicaba, dando la sensación de que ahora eran dos sujetos que coexistían perfectamente.
    Había llegado a pensar que estaría en un laberinto, pero esa idea se caía por su propio peso, pues esa conjunción de espacios no tenía entrada ni salida, y no había nada que descifrar, ni monstruo al que matar, a no ser, tal vez, a mí mismo.
    Si me preguntan si vi la historia de mi familia (y la mía propia), o los acontecimientos de la humanidad, lo único que podría responder es que todo estaba presente, no necesitaba hacer esfuerzo, podía estar dentro y fuera de Julio César, tocar a Elena de Troya, aplastar la cucaracha en la que Kafka se había convertido. Podía ver los 7 cielos y todos los lugares narrados por Dante; pero mis ojos eran los de otros, los de ellos, y ahora los míos. Podía sentir sus emociones y mil soles explotando al mismo tiempo.
    Súbitamente, me dieron ganas de volver y de llorar, mas ¿de dónde había partido, o por dónde había venido? Verifiqué que la idea de volver se caía sin sentido, mas ¿sería cuestión de despertar? El problema es que ahora me percibía más despierto que nunca, y aún así necesitaba ver a mis amigos, contarles todos estos acontecimientos sobrepuestos. Decirles que ellos eran un espacio dentro de un peldaño que pulsaba dentro de mí.
    Mis amigos me tomaron por el brazo, colocaron un paño de agua helada sobre mi frente. Los veía desesperados, yo no sabía lo que ellos habían visto por sus ojos —o tal vez sí. Me preguntaron a dónde había ido, qué había sentido; pero sus preguntas salían de algún recodo dentro de mí, y mis respuestas eran relatos fabricados hacía milenios junto con otros aún no ocurridos.
    Ahora siento hambre, sin duda, y no sé que hacer, dejo mi memoria aquí por si alguien se la encuentra.

(Brasilia, febrero de 2021)

martes, 15 de junio de 2021

Pinturas (homenaje a Chava Cure)


La creación de la ficción y del discurso historico solo son posibles por la pérdida de detalles, de muchas informaciones (ficcionales o reales). El cerebro, al crear la realidad, necesita omitir muchos detalles verídicos y crear otros, para inventar aquello que percibimos como «realidad»: eso es lo que nos dice ahora la neurociencia. Recordar es intentar traer a la superficie algo perdido, y que no puede ser reconstruido en su totalidad. El propio recuerdo ya es una ficción, y no hay ficción más evidente que una autobiografía. El artista trabaja en los detalles para que sean después echados al olvido —pero al menos él los visitó concientemente. No hay realidad más concreta, en este mundo, que aquella creada por los artistas plásticos, como lo podemos vislumbrar en la obra de Chava Cure.

 Pintura de Chava Cure (1955-2013)
(fuente: Google imágenes)

(Brasilia, enero de 2013)

Una pista para volver (cuento)

Juan está redactando un cuento sobre la relación de un niño con las hormigas. En su historia el niño se llama Pedro, y tiene una fascinación por los hormigueros, en que se imagina lo que pasa por dentro de ellos. El escritor escribe un diálogo entre Pedro y su amigo, en un día en que truecan frases sobre los laberintos que recorren los insectos en sus madrigueras, mientras intentan escapar de los bichos que comienzan a picarlos en sus pies desnudos. Los chicos dialogan sobre lo que han escuchado: Que hay una reina que procrea, que hay soldados, que existen exploradores para la procura de alimentos y que usan perfumes propios a los que llaman feromonas, para marcar los caminos, como lo hacen los perros cuando orinan. 
    El autor venía explorando posibles diálogos entre los chicos para su historia, en un laberinto de ideas que le surgían. Pero hace pocas horas recibió la noticia de que su pequeña hija tiene un cáncer grave. En esta nueva realidad siente que todos sus miedos lo llevan a una maraña en la que transita a cada instante, sin dejarlo salir de la cárcel del dolor, que le aprisiona el pecho y lo hace llorar en silencio. Su labor como escritor se vuelca poco a poco a una relación sobre el valor de la vida, del esfuerzo y del amor paterno.
  En la historia que el escritor bosquejaba, Pedro tiene un diagnóstico de síndrome de Tourette, que le produce tics nerviosos que lo condena al bullying en el colegio. El chico tiene su propio dédalo del que no quiere salir, y ve la adolescencia que se aproxima como un peligro, que lo podrá sacar del único local donde se siente seguro, su propia casa.
    Juan verifica que el enredo de su vida igual que la de Pedro se complica cada vez más, y que su hija estará fuera de su hogar para someterse a un tratamiento en una clínica particular, y no sabe cómo pagará el tratamiento. Es un hombre separado y vive de dar clases en varios colegios de su ciudad. Tendrá que descifrar el mejor camino financiero, enfrentar la desconfianza de los banqueros y el qué dirán de sus amigos, pues siempre se sintió mal tomando el lugar del infortunio. Como escritor no sabe si tiene argumentos para terminar su historia, pues en un inicio había pensado que Pedro sería atropellado por un vehículo, y dejaría una duda para el lector de si sería un accidente o un suicidio.
    En la historia que había escrito, antes de saber del problema de su hija, Pedro ya había leído en un libro que las hormigas conseguían llegar a la mejor ruta para las fuentes de alimento usando una misteriosa técnica —que aún no conseguía entender con su mente de niño—, y que detrás del comportamiento aleatorio observado en estos insectos había una sabiduría ancestral, lo que reforzaba su tendencia a refugiarse en los libros de ciencias que leía atentamente en la biblioteca del colegio.
    Pero Juan comenzaba a sentir que su dolor se podría parecer al bullying que sufría Pedro de parte de sus compañeros de clase. Se preguntaba cómo podría esconder sus miedos, cuando supuestamente ya los había superado cubriéndose de una capa de inflexibilidad y de dureza. Percibía que su vida era un laberinto al que había entrado, sin tomarse el trabajo de dejar un rastro para volver atrás. Recordaba la historia de Teseo, que consiguió matar el minotauro y salir del laberinto siguiendo el hilo de Ariadna, una princesa que se había apasionado por el héroe griego.
    Juan pensó que era obvio que el estudioso Pedro, su personaje, conocía bien que para las hormigas el laberinto no era una maraña, sino un camino y también su hogar. Que perderse era parte del ecosistema, y que las feromonas reforzaban una pista, el camino más recorrido por el grupo. Pensó que el hilo de Ariadna no era externo, que lo que más temía era esa falsa compasión que las personas ofrecen para los abatidos, y que había aprendido a rechazar casi por instinto. Pensó que aceptarla sería tal vez el único medio para enfrentar el drama con su hija. Verificó que existían las historias de los pesares humanos ya recorridos por millones de personas, de los que se mantenía lejano por defensa. Que cada historia dejaba su rastro, y que la trama de una hormiga era muy parecida con la de otra hormiga.
    Juan decidió no matar su personaje, prefirió dejarlo suelto con sus miedos y con una neurosis que lo cubriría en su adolescencia, y que en algún momento encontraría una pista que lo llevaría al origen, que lo reconciliaría con su dolor de niño.
    El lunes siguiente, temprano en la mañana, Juan recogió a su hija en la puerta de la casa, como de costumbre. Esta vez la llevaría a la clínica para iniciar el tratamiento.

(Brasilia, enero de 2021)

Retornando (cuento)

Érase una vez un personaje que sospechaba sobre la existencia de un narrador que describía su vida en un texto. El personaje sabía muy bien que sus acciones serían una crónica si él mismo existiera de verdad, caso contrario serían una mera ficción literaria —esto es lo que nos dicen los tratados de literatura. Así, decide modificar su comportamiento para comprobar si el narrador consigue seguir sus pasos. Si fuese un narrador omnisciente ciertamente percibiría los cambios y los fijaría en el texto. El personaje decide ir atrás de la historia; si la encuentra podrá comparar los hechos y detectar si hay alguna diferencia, entre lo real y lo escrito. Va para la biblioteca de una famosa pitonisa y al final, con algún trabajo, tiene éxito en su objetivo. Como ahora tiene el texto en sus manos verifica que sus nuevas acciones están descritas en sus páginas. Así, decide modificar la historia y esperar que el narrador perciba que alguien cambió el relato, sin su permiso. Adicionalmente, el personaje coloca en el texto trechos que encontró sobre la vida del narrador, adquiridos en una página de la WEB. Al ver el narrador la historia modificada —y con una firma de autoría, dejada al final por su personaje—, decide dejarle un mensaje en el texto: «no te vuelvas a entrometer en mi trabajo, y recuerda que en mis tiempos libres trabajo como pitonisa».

(Brasilia, mayo de 2021)

viernes, 11 de junio de 2021

Prosas y versos

La prosa describe, explica. La poesía nombra, descubre y pulsa, dejando la palabra desnuda, casi como música y amolada como un puñal»

(Brasilia, marzo de 2021)


Miedo y poesía

«Lo único que podemos llevarnos de este mundo es el miedo a la muerte. Mejor partir desnudos y sin ningún peculio, como lo suelen hacer los poetas».

(Brasilia, junio de 2021)

jueves, 10 de junio de 2021

Pinturas y poemas (Joseph Turner)


Turner sabe lo que dijo el relámpago antes que la luz cegara la tarde (Fernando Denis)

Joseph M. W. Turner (1775 – 1851) fue un pintor inglés especializado en paisajes; trabajó el óleo y la acuarela con igual habilidad. Vi sus pinturas en libros de bolsillo de la editora Salvat cuando yo era aún joven y solo observaba cuadros pintados por algunos familiares que eran vecinos de mi casa paterna. La impresión fue supremamente fuerte, y me transporto a otra dimensión de mi sensibilidad ya inclinada a la nostalgia. No conseguía entender cómo algunas pinturas podían ser tan borrosas y bellas.


    Cuando leí algo sobre su vida descubrí que fue sobrio en sus maneras personales y en los gastos, lo que le permitió vivir sin grandes sobresaltos financieros. Tuvo la curiosidad de conocer el continente europeo, haciendo largos viajes, en los que captó las visiones del mundo con aquella receptividad de los grandes artistas.



    Turner vio la luz en las fuerzas de la naturaleza. Sentía una vocación impulsiva por someterse a las inclemencias, inclusive poniendo en peligro su vida. Pues un artista solo puede transmitir aquello que vive, a pesar del espanto. Si aceptamos la frase de que Beethoven era clásico en la forma y romántico en el contenido, podemos afirmar que su forma es romántica, plena de nebulosidades, de sombras, de una tristeza mística. Pero su contenido es la luz como horizonte, como punto de fuga en su perspectiva.
    Para mí su pintura profetiza los advientos del impresionismo, en donde el objeto pasará a ser la luz en forma de gotitas. Lo que nos hace percibir la dualidad de la luminosidad —aquella descrita por los físicos modernos—, como la experiencia que llega al observar los cuadros de Camille Pissaro —el puntillado que esconde la continuidad que ondula.
    Creo que si Turner hubiera vivido más años su paisajismo se habría desdoblado precozmente en la pintura abstracta, que aparecería en los comienzos del siglo XX, pues los objetos en sus paisajes tendieron a desaparecer en la medida en que su obra maduraba. 
    Tal vez por su punto de fuga luminoso poetas como Fernando Denis y William Ospina lo vierten en sus versos, pues la poesía dice y calla, describe y omite, se toca y desaparece.

(Brasilia, Marzo de 2021)

Fuentes de las pinturas: Google imágenes.

miércoles, 9 de junio de 2021

Nocturno y Poesía


La noche de los poetas, una frase que quizás sea un cliché. Pero que para mí sigue siendo una buena aproximación del transcurso del poeta, de su ejercicio de poetizar. En la noche la luna refleja el sol, justo cuando los objetos desaparecen ante nuestros ojos, en el instante en que el silencio posa. Mas si es el caso de la luna reflejar, también es el acto perfecto para la reflexión, y para la escucha musical. La luna como símbolo femenino y maternal, que representa aquello que nos cuida cuando somos los seres más frágiles del mundo «aun bebés». La noche y su luminar que guía los poetas, que los protege a pesar de estar fragilizados, pero vislumbrando un poco más que cualquiera de los mortales. Pero si el poeta no ve mucho, tampoco es visto. Por eso tiene licencia para matar, para extrapolar y subvertir el lenguaje, para actuar como un puñal que hiere el confort y la servidumbre. Y aún así salir impune.

(Brasilia, abril de 2020)


Poetizar


El poeta toca las dos dimensiones, la espacial y la temporal, con un rasgo de intensidad, o sea con el matiz de la pasión. No se obliga a contar historias, pues esto quedó a cargo de los prosistas. Así se sumerge dentro de sí para capturar el texto, atraparlo como en una pesca submarina, a pulmón libre. Se juega en una apuesta entre atrapar el contenido o perderse en la existencia, por la falta de oxígeno. Procura un lugar para sí, pero sabe que el tiempo es limitado como el de su propia vida. Muere en su espacio o muere fuera de él. Mejor morir dentro sí y ser uno con un cántico que es él mismo.

{Brasilia, Octubre de 2020)


Causalidades y casualidades


«Ah causalidad, tan lejos de la casualidad, de lo probable, de lo contingente. Todo tiene su causa, y si sabemos cómo se cabriola y de dónde partió, ¿sabremos, impajaritablemente, a dónde llegará?»

    Con esta frase mi amigo César Giraldo cerraba mi desarticulada explicación sobre el problema de horizonte, en una calurosa tarde, en su estudio en el centro de San Paulo. Como el tema era la causalidad en la física, esa cartilla que todos los científicos deben seguir a rigor, su frase era un resumen de cómo las cosas deben acontecer en el universo físico; lo que nos incluye, por carambola, como humanos.                        
    Obviamente yo sabía que su giro tenía algo de humor y de ironía, y con una maliciosa sonrisa me invito a tomar otro sorbo de cerveza.
    Recuerdo que yo intentaba explicarle que nada se mueve en el universo con una velocidad mayor que la de la luz; y cuando me preguntó si sería posible tener una nave que viajara igual a la luminosidad, le respondí que la luz siempre estaría viajando a 300 mil kilómetros por segundo con respecto a nosotros, por más veloz que fuera nuestra nave. Este hecho cruel, para nuestras expectativas y ambiciones tecnológicas, hace parte de un tema conocido como problema de horizonte.
    César no tenía mucha sintonía con teorías que ligaban el hacer artístico con la utopía, con ese tipo de horizonte que la vida coloca a los artistas. Mejor dicho, la diferencia entre utopía y realidad no le interesaba, y lo afirmaba de manera instintiva. 
    —El arte se hace en movimiento o estando estático, decía. —Mejor dicho, nosotros somos receptores del arte, y el resto es intentar dar una explicación sobre su causa, con algún objetivo oscuro, casi siempre ideológico—, afirmaba categóricamente.
   Yo sospechaba que en algún momento surgiría un link entre la física de los horizontes, que comentábamos, y los conceptos del arte que mi amigo defendía siempre en cada reuniónEn la física clásica y relativista las causas y los efectos tienen su lejanía temporal entre sí garantizada por la velocidad de la luz, o sea, nada puede viajar más rápido que este límite físico. La causa precede al efecto y, por lo tanto, el tiempo es imperativo, unidireccional y dictatorial. Así, la información que tenemos sobre los efectos llegará después, como una carta, como un e-mail, o como una radiación. O sea, macumberos, santeros, y madres videntes, que saben a priori cuándo sus hijos se meterán en problemas, serían todos, y todas, charlatanes y disertadores de mentiras, o al menos adictos a algún tipo de juego de azar.
    Le explicaba al viejo amigo sobre el universo como consecuencia de una grande explosión, y esto le encantó, pues lo que más admiraba en el arte era la creación como acto explosivo, al estilo beethoveniano, con esa imprevisibilidad de cuál son vendría en el próximo compás. Mas cuando le conté que la causa de tal estallido aún era un misterio, soltó una sonrisa de satisfacción.
    Le conté que las observaciones actuales, que hacen los astrónomos, ese tipo de voyerista de las estrellas, muestran gran homogeneidad e isotropía. O sea que las mediciones que se hacen sobre sus variables (por ejemplo, temperatura, masa) son bastante semejantes, independientemente de adónde y en qué dirección apuntemos nuestros instrumentos.
    Se supone que, en el inicio del estallido creativo, el universo debería haber sido así mismo: homogéneo e isótropo. Pero por la edad del universo se piensa que regiones alejadas entre sí deberían tener cantidades diferentes de masa y de energía, pues habrían tenido tiempo y libertad para evolucionar de manera independiente. Así, la homogeneidad e isotropía observadas son difíciles de explicar mediante la causalidad clásica y relativista; específicamente para digerir cómo evolucionaron regiones muy alejadas entre sí para estar «sintonizadas» en los mismos valores de masa y energía.
    —¿Y eso te parece raro, Carlos?, a mí me parece claro, dijo. Por ejemplo, ese límite luminoso no impide que los movimientos artísticos hayan surgido simultáneamente en varias regiones del planeta, independiente de sus geografías y culturas. Creo que tu problema es pensar que la información solo viaja; ella está presente, surge, como ocurre en los artistas, esos receptores del arte.
    —Carlos, eso que hablas sobre los confines del espacio no le hace mella a un artista. No sé si viene al cuento, pero me hace recordar sobre aquellas cosas que se dicen sobre el origen del arte. Algunos dicen que el artista se mueve por señales, y es guiado por utopías, pero ¿hay alguna prueba que el artista tiene que soñar por algo, o en algo?
    César tomó una expresión pensativa, colocó su copo de cerveza sobre un estante con libros, junto a un ventilador viejo que lanzaba el aire húmedo sobre su rostro. Su expresión tomo un tono serio, como si quisiera recordar algo. —Hay artistas santos y artistas con atisbos de canallas, y todos suelen ser muy competentes; son como cualquier sujeto, como tú o como yo; dijo. 
    —No hay horizonte utópico a ser seguido por los artistas, eso solo aparece en las películas de zombis. Se llevó la mano al rostro y prosiguió: «el arte es un acontecimiento, con todas las letras, y el artista lo verifica a posteriori; pero el arte es a priori». Y llevando su mano al aire, con dos dedos apuntando para el techo dijo: «y ponele atención al viejo Kant, sobre lo que estoy diciéndote», dijo rápidamente.
    Le conté a mi amigo que la distribución de la radiación de fondo de microondas es omnipresente en el cosmos, siendo testigo y vestigio de la creación explosiva —y que tal vez se asemeja a voz del Espírito Santo, escuchada por los místicos. Es tan altamente simétrica que difícilmente parece ser resultado de evoluciones azarosas e independientes. Quien la escucha, adaptada al registro sonoro humano, parece oír los graves de Sarah Vaughan y los agudos del tenor Leszek Swidzinski. 
    Es arduo explicar cómo llegó a ser tan isótropa y homogénea sin haberse «sintonizado», por algún mecanismo extraño, con todos los puntos del universo primigenio, estado previo a la explosión, usando los conceptos clásicos de causa y efecto, asociados con al límite físico de la velocidad de la luz.
    Obviamente César se quedó curioso por mis explicaciones sobre ese fenómeno de horizonte. Me parecía que estaba guardando un argumento que tenía dentro de la manga, para darme una estocada final, como usualmente ocurría al final de nuestros encuentros.
    Le expliqué que sobre la rara homogeneidad e isotropía del universo existen varias vertientes. Todas ellas saltando el muro —como lo haría un marido o una esposa infiel—, en este caso, de los linderos de las físicas clásica y relativista. La mayoría hecha por tierra, por lo menos en los inicios del universo, el límite de la velocidad de la luz. Algunas teorías admiten velocidades super lumínicas o velocidades variables en algún momento de la evolución del universo, una especie de herejía para los físicos ortodoxos. Mas la relación entre causa y efecto tiene otra vertiente en la física cuántica, donde las cosas más extrañas suelen ocurrir a nivel de las partículas u objetos subatómicos. Sin embargo, debemos alertar que la relación entre las teorías relativísta y cuántica está aún en vía de ser resuelta, de manera definitiva.
    —Claro mijo, alguna cosa está errada en ese pensamiento tuyo. César siempre colocaba mis descripciones sobre la ciencia como si fueran argumentos míos, y esto me incomodaba. —Tú siempre crees que la vida se reduce a la física y a las otras ciencias duras. Pero eso es cosa tuya y yo no tengo nada a ver con eso. Y ya te dije otras veces que eso me parece tan ingenuo como pensar que la sexualidad se reduce a los órganos genitales —dijo.
    —El origen del arte es un misterio, y el artista que lo acepta está curado contra cualquier virus ideológico; es el antivirus, como aquel que tú instalaste en mi computador. Toda explicación sobre el origen y el sentido del arte es tendenciosa, y un verdadero artista no acepta ningún tipo de muleta. El sujeto artístico hace el arte que siente, que se le sale. Y por esto suele sentir alivio, como aquel sentido cuando se elimina el desplacer.
    Le pregunté, colocando un elemento freudiano, se existiría algún tipo de libido artística, de donde surgiera la energía del arte. El viejo se retorció de la risa y dijo: «veo que insistes en buscar alguna muleta, mijo. El arte es instintivo e intuitivo, por más herramientas técnicas que lo enmascaren. La misma intuición que tengo ahora de que nuestra reunión se acabó».

(Conversaciones con César Giraldo, años 90)

Tránsitos espirituales (para agnósticos y ateos)



Fausto le vendió el alma al diablo a cambio del poder. ¿Alguien le podría vender el alma a Dios a cambio de nada? Pues bien, esto último es lo que denominamos Fe.

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Entre el ateísmo y el deísmo me quedo con la duda. Pero prefiero la duda poética del Hamlet a la duda metódica y estéril de Descartes. Así, mi duda transita entre si Dios es una ficción nuestra o si nosotros somos una ficción de Dios.

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No me pregunten sobre mi creencia en Dios. Podría responder cualquier cosa, inclusive confesar mi ateísmo. Pero lo único que sé es que lo amo tanto que llego a poner en duda mi propia existencia y la del mundo que creo habitar.

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Entre varios caminos posibles elegí uno, aquel que me brindó afecto y consideración. Vadeé por él durante años; al final lo abandoné para buscarte sólo, escrutando dentro de mi corazón.

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Qué asustadora libertad me has dado, Señor: elegir entre la cripta de los fundamentos teóricos y teológicos, u optar por ser un hijo en tu regazo sacro.

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Aveces pienso qué pasaría si me faltaras tú, si mi piso se deshiciera, si una cruel enfermedad avanzara sobra mí. Si me quedara sin empleo, sin atendimiento médico, si los bancos cayeran sobre mí como aves de rapiña. Si todas las seguridades que me sustentan desaparecieran de una vez. Sería la encarnación del santo Job: sólo, desolado, enfermo y angustiado. ¿Tendría yo el valor para la entrega final? ¿Mis dudas se disolverían en la piedad del Ser? Y si tú me enviaras a predicar en medio de las plagas del cólera, del ébola, del HIV, en el África meridional ¿tendría la fuerza y la paz para no revelarme contra la vida? ¿Abrazaría la existencia sin expectativas y reclamaciones? ¿En dónde estará mi refugio y fortaleza? ¿Dónde terminan mis miedos y temores? ¿Te negaría tres veces? ¿Por qué estas preguntas me hacen sentir tan cerca de lo eterno y, sobre todo, lejos de lo falso y lo corrupto? Creo que en medio de la incerteza está la pista —tú merodeando en mí y yo testigo de mí mismo. Y este tránsito andariego y solitario debe ser la silenciosa fe de los profetas.

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Carlos, muchos de nuestros amigos me toman por ateo. En verdad yo solo creo en el arte; pero ellos podrían considerarme mejor como un agnóstico, y con un  pavor extremo a los curas de todas las religiones. Mira, hablando de estos temas te digo que eso de que el realismo mágico fuera creado por Gabo, con ayuda de algunos cubanos, es pura ilusión. No hay historia más mágica que la natividad, narrada en el nuevo testamento. Eso de que el redentor del mundo naciera en un pesebre, bajo los rigores de un clima insano, que sus primeros visitantes fueran unos pastores con el corazón más puro del mundo (algo prácticamente imposible de encontrarse en estos tiempos), y que una estrella guiara por geografías inhóspitas a tres magos, con la verdadera misión de salvar la vida del infante, es la cosa más sorprendente que haya creado la literatura en toda la historia. Y todo eso de por sí ya la torna verdadera, desde el punto de vista artístico. Tan verdadera como la ascensión de Remedios la bella, que sólo pudo ser observada en su plenitud por Úrsula, una anciana casi ciega. Una historia tan breve, tan poética, y con tanta simplicidad toca el corazón hasta de un viejo agnóstico como yo. Para mí los creadores del realismo mágico fueron Juan evangelista y sus colegas (conversaciónes con César Giraldo, años 90).

(Brasilia, marzo de 2021).

Amor de perro


Amo a los perros, sobre todo a esos vagos andariegos que andan holgazanes como el viento, tal como insinuado por aquel evangelista —«el viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va». Así, escucho sus latidos desde mi cobijo, cuando los echan de las iglesias y de los lugares más sagrados que, para mí, lo dejan de ser por ese mismo motivo. Me identifico tanto con ellos que si hiciera un escudo de armas para mi linaje no habría un león, ni un tigre, o un águila. Tendría en su diseño un perro callejero, levantando la pata y meando en la puerta del atrio de una iglesia.