miércoles, 21 de septiembre de 2022

Atisbos de irrealidad



«Se me pidió que valorara a mis contemporáneos, a Hemingway, Dos Passos, Caldwell, y Thomas Wolfe, y dije que no podía, porque creía que ellos, como yo, pensarían que sus obras habían resultado fallidas; y que la única forma que tenía de valorarlos era en términos de la magnificencia de ese fracaso. Así que coloqué a Wolfe en primer lugar, porque fue el que más se esforzó en realizar lo que sabía que no podía conseguir. Me puse a mí mismo en el segundo lugar, porque intenté casi tanto como Wolfe lo que no podía hacer. Y puse a Hemingway el último porque se había dado cuenta, muy pronto, de lo que era capaz de hacer y se había atenido siempre a ese patrón. Esta opinión mía no tenía nada que ver con el valor de la obra, sino únicamente con lo que yo llamaría la magnificencia, la grandeza de ese fracaso». (William Faulkner, en la nueva farola de Calle del Orco).

Comentario: Juan Benet critica a Dostoievski por su tendencia a describir el alma humana siempre desde los extremos. Es raro ver esta crítica del punto de vista de un ingeniero, como lo era Benet, pues este gremio siempre hace sus proyectos desde la perspectiva del «peor caso». Permítanme explicar este asunto: todo ingeniero busca averiguar, con sus cálculos, cuál es el peor caso posible que su proyecto va a enfrentar. Esto es fundamental para definir los márgenes de seguridad que van a ser empleados y, fundamentalmente, para que el edificio, el avión, el satélite, o cualquier otro dispositivo diseñado no se caiga, o no falle. La pregunta sería: ¿qué busca un artista como Dostoievski al retratar el ser humano en situaciones críticas? ¿Algún margen de seguridad para la durabilidad de su obra? ¿O qué busca un pintor como Picasso al eliminar definitivamente las formas naturales y abordar la realidad con una geometría en 2D? Podríamos decir que sería una búsqueda de nuevas formas de expresión, y sobre este tema los críticos de arte han escrito millares de páginas. Podríamos abordar otros temas, como el caso de Foucault al intentar hacer trizas los discursos a los que somos sometidos a partir de la propia cultura, inclusive de la mismísima sexualidad. Esta misma situación la podemos ver en frases de Faulkner en donde se coloca en primer plano el tema del fracaso del escritor; mejor aún, la magnificencia del fracaso como mérito artístico (podemos ver algo de esto em Virginia Wolf, entre otros tantos ejemplos). El común denominador es llevar a los extremos el discurso, y como un siguiente paso la intención de la obra artística. Sería algo como esto: para crear nuevas formas de expresión es necesaria la ruptura de una estructura, y como la estructura es, de cierta manera, indestructible se habla de fracaso. No creo que la esencia del arte esté necesariamente vinculada a los discursos, a las formas de expresión. De cierta manera el arte es inexplicable, y cualquier abordaje en busca de su origen puede ser frustrante, algo como intentar ocupar un barco fantasma, como me lo advirtió mi amigo Humberto Orduz. Retorno a la frase lapidaria de McLuhan: «el medio es el mensaje». Si avanzamos un poco, todo discurso se propaga como un mensaje, pero raramente percibimos el medio en el que se propaga, que supongo, por ahora, ser estructural, por más sutil que sea. Por este motivo, la palabra «fracaso» es inapropiada, y solo se presenta como una forma de expresar nuestra incompetencia para abordar la realidad, o inclusive la esencia de la misma poesía. ¿Sobre cuál soporte mediático estaría sustentada la obra artística? Tal vez Benet respondería «sobre el alma humana». Pues bien, eso es parte de nuestra incompetencia; no sabemos lo que significa este término, a pesar de casi 2 mil años de discusiones teológicas, filosóficas y hasta científicas, si incluimos algunas áreas cubiertas por la neurociencia.

(Carlos Humberto Llanos)


jueves, 1 de septiembre de 2022

Diálogos indiscretos: reprimendas

El centro de la cultura occidental es la represión. Pero para aliviarla, y no dejar que la propia cultura se disuelva, la solución encontrada es erotizar la misma represión. Todo lo que produce y difunde Occidente, a través de los soportes mediáticos, está vinculado con elementos represores erotizados: las ropas, los accesorios, los perfumes, etc. Un perfume reprime el olor natural del cuerpo, mas suele producir sensaciones eróticas. Al dolor erotizado todos sabemos cómo se lo denomina en la psicología. Y para todos los efectos, el mejor policía es el «qué dirán», que estimula con grandilocuencia y pune al mismo tiempo, y con asombrosa competencia. Ese vaivén entre una represión que se alimenta a hurtadillas, en dosis homeopáticas, y una explosión placentera, como descarga natural, suele esconder lo que hay de más íntimo en el ser humano; aquello que no puede ser reprimido pues es omnipotente, eso que no puede ser castigado pues es invulnerable, aquello que no puede ser asesinado pues eterno siempre ha sido. Eso que el poeta toca, lo que el músico balbucea, aquello que los artistas plásticos crean es el testimonio de la existencia de su propia identidad celada. No hay revolucionario más auténtico que un artista, pues su quehacer es una daga que se clava en la opresión. Y el artista en su plenitud espiritual llega a ser un santo, como Whitman, como Francisco de Asís, que descifraron el poema, tal como el propio Borges lo atestiguó algún día.

(Conversaciones con César Giraldo, años 90)