martes, 4 de agosto de 2009

Sobre un poema brasileño

Vinicuis de Moraes es tal vez el poeta más conocido fuera de Brasil, a pesar de que cuando llegué a este pais falleció el que ellos consideran el mayor poeta brasileño, Carlos Drumond de Andrade. Me impresionó bastante su muerte, sobre todo porque los noticieros pasaban mucha gente llorando por un poeta que yo no conocía, y no entendía bien lo que decían por causa del idioma que aún no dominaba. Esto muestra que la barrera del idioma ha sido fundamental para mantener Brasil alejado del resto de América Latina.

Vinicuis de Moraes tuvo varios encuentros y pocos desencuentros con jóvenes músicos brasileños en el final de los años 50 y en la década siguiente. Son conocidos sus trabajos como letrista para composiciones con Tom Jobin, Edu Lobo, Toquiño, Chico Buarque, entre otros.

Existe una famosa frase suya: "La vida es el arte del encuentro, a pesar de haber tanto desencuentro por la vida".

Bebía, fumaba y amaba mucho las mujeres. Tuvo varios matrimonios y enamoradas. Drumond de Andrade decía que Vinicius fue el único poeta brasileño que había vivido como un poeta.

Sobre su disposición para la bebida decía: "El whisky es el mejor amigo del hombre, es el perro embotellado".

No tuvo posturas políticas fuertes, tal vez porque vivió como un poeta y no tuvo espacio ni tiempo para preocuparse con esas cosas; o tal vez porque todo lo dijo sutilmente, poéticamente.

Aquí va un primer poema del poetinha (poetica), como era cariñosamente llamado.
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RECETA DE MUJER

(Vinicius de Moraes)

Las muy feas que me perdonen. Pero la belleza es fundamental.
Es preciso que haya algo de flor en todo esto.
Algo de danza, algo de haute couture en todo esto
(o entonces que la mujer se socialice en elegante azul,
como en la República Popular de China).

No hay término medio posible. Es preciso que todo sea bello.
Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza
apenas posada y que un rostro adquiera de vez en cuando
ese color que se halla en el tercer minuto de la aurora.
Es preciso que todo sea sin ser, más que se refleje
y florezca en el mirar de los hombres.

Es preciso que unos párpados cerrados recuerden un verso de Paul Eluard
y se acaricie en unos brazos más allá de la carne:
que se les toque como al ámbar de una tarde.
Ah, déjenme decirles, que es preciso que la mujer que está allí,
como la corola ante un ave sea bella
o tenga cuando menos un rostro que recuerde un templo
y sea leve como el resto de una nube:
pero que sea una nube con ojos y nalgas.

Las nalgas son importantísimas.
Ni qué decir de los ojos: que miren con cierta maldad inocente.
Una boca fresca (nunca húmeda) es también de extrema pertinencia.
Es preciso, que las extremidades sean delgadas; que los huesos despunten,
sobre todo la rótula al cruzar las piernas;
y las puntas pélvicas en el enlazar de una cintura.

Gravísimo es, sin embargo, el problema de los huecos claviculares:
una mujer sin ellos es como un río sin puentes.
Indispensable que tenga una hipótesis de barriguita,
y enseguida la mujer se alce en cáliz,
y que sus senos sean una expresión greco-romana,
más que gótica o barroca y puedan iluminar en los oscuro
con una capacidad mínima de cinco focos.

Sobre todo es pertinaz que calavera
y columna vertebral se muestren levemente;
¡y que exista un gran latifundio dorsal!
Los miembros que terminen como tallos,
Y más bien haya un cierto volumen en los muslos y que sean tersos,
tersos como un pétalo y cubiertos de suavísima pelusa
sensibles a la caricia en sentido contrario.

Es aconsejable en la axila una gramilla con aroma propio apenas sensible
(¡un mínimo de productos farmacéuticos!).

Preferibles, sin duda, los cuellos largos de modo que la cabeza
dé a veces la impresión de no tener nada que ver con el cuerpo,
y la mujer no recuerde flores sin misterio.
Pies y manos deben tener elementos góticos. Discretos.
La piel debe ser fresca en las manos, los brazos, el dorso y la cara,
pero que las concavidades y los huecos tengan
una temperatura nunca inferior a los 37º centígrados,
pudiendo eventualmente provocar quemaduras de 1er. grado.
Los ojos, que sean de preferencia grandes
y su rotación tan lenta como la tierra;
que se coloquen siempre más allá de un invisible muro
de pasión que es preciso traspasar.

Que la mujer sea en principio alta o,
si es baja, que tenga la actitud mental de dos altas cumbres.
pero si es baja y no lo toca, por lo menos actúe como si lo hiciera
Ah, que la mujer dé siempre la impresión de que,
Si cierra los ojos al abrirlos, ella ya no estaría presente
con su sonrisa y sus tramas.

Que ella surja, no que venga; parta, no vaya.
Y que posea una cierta capacidad de enmudecer súbitamente
y nos haga beber la hiel de la duda.

Y sobre todo, que ella no pierda nunca, no importa en qué mundo,
no importa en que circunstancia, su infinita volubilidad de pájaro;
y que acariciada en el fondo de sí misma,
se transforme en fiera sin perder su gracia de ave;
y que exhale siempre el imposible perfume;
y destile siempre la embriagante miel;
y cante siempre el inaudible canto de su combustión;
y no deje de ser nunca la eterna danzarina de lo efímero;
y en su incalculable imperfección, constituya la cosa más bella
y más perfecta de toda la creación innumerable.

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