miércoles, 9 de junio de 2021

Causalidades y casualidades


«Ah causalidad, tan lejos de la casualidad, de lo probable, de lo contingente. Todo tiene su causa, y si sabemos cómo se cabriola y de dónde partió, ¿sabremos, impajaritablemente, a dónde llegará?»

    Con esta frase mi amigo César Giraldo cerraba mi desarticulada explicación sobre el problema de horizonte, en una calurosa tarde, en su estudio en el centro de San Paulo. Como el tema era la causalidad en la física, esa cartilla que todos los científicos deben seguir a rigor, su frase era un resumen de cómo las cosas deben acontecer en el universo físico; lo que nos incluye, por carambola, como humanos.                        
    Obviamente yo sabía que su giro tenía algo de humor y de ironía, y con una maliciosa sonrisa me invito a tomar otro sorbo de cerveza.
    Recuerdo que yo intentaba explicarle que nada se mueve en el universo con una velocidad mayor que la de la luz; y cuando me preguntó si sería posible tener una nave que viajara igual a la luminosidad, le respondí que la luz siempre estaría viajando a 300 mil kilómetros por segundo con respecto a nosotros, por más veloz que fuera nuestra nave. Este hecho cruel, para nuestras expectativas y ambiciones tecnológicas, hace parte de un tema conocido como problema de horizonte.
    César no tenía mucha sintonía con teorías que ligaban el hacer artístico con la utopía, con ese tipo de horizonte que la vida coloca a los artistas. Mejor dicho, la diferencia entre utopía y realidad no le interesaba, y lo afirmaba de manera instintiva. 
    —El arte se hace en movimiento o estando estático, decía. —Mejor dicho, nosotros somos receptores del arte, y el resto es intentar dar una explicación sobre su causa, con algún objetivo oscuro, casi siempre ideológico—, afirmaba categóricamente.
   Yo sospechaba que en algún momento surgiría un link entre la física de los horizontes, que comentábamos, y los conceptos del arte que mi amigo defendía siempre en cada reuniónEn la física clásica y relativista las causas y los efectos tienen su lejanía temporal entre sí garantizada por la velocidad de la luz, o sea, nada puede viajar más rápido que este límite físico. La causa precede al efecto y, por lo tanto, el tiempo es imperativo, unidireccional y dictatorial. Así, la información que tenemos sobre los efectos llegará después, como una carta, como un e-mail, o como una radiación. O sea, macumberos, santeros, y madres videntes, que saben a priori cuándo sus hijos se meterán en problemas, serían todos, y todas, charlatanes y disertadores de mentiras, o al menos adictos a algún tipo de juego de azar.
    Le explicaba al viejo amigo sobre el universo como consecuencia de una grande explosión, y esto le encantó, pues lo que más admiraba en el arte era la creación como acto explosivo, al estilo beethoveniano, con esa imprevisibilidad de cuál son vendría en el próximo compás. Mas cuando le conté que la causa de tal estallido aún era un misterio, soltó una sonrisa de satisfacción.
    Le conté que las observaciones actuales, que hacen los astrónomos, ese tipo de voyerista de las estrellas, muestran gran homogeneidad e isotropía. O sea que las mediciones que se hacen sobre sus variables (por ejemplo, temperatura, masa) son bastante semejantes, independientemente de adónde y en qué dirección apuntemos nuestros instrumentos.
    Se supone que, en el inicio del estallido creativo, el universo debería haber sido así mismo: homogéneo e isótropo. Pero por la edad del universo se piensa que regiones alejadas entre sí deberían tener cantidades diferentes de masa y de energía, pues habrían tenido tiempo y libertad para evolucionar de manera independiente. Así, la homogeneidad e isotropía observadas son difíciles de explicar mediante la causalidad clásica y relativista; específicamente para digerir cómo evolucionaron regiones muy alejadas entre sí para estar «sintonizadas» en los mismos valores de masa y energía.
    —¿Y eso te parece raro, Carlos?, a mí me parece claro, dijo. Por ejemplo, ese límite luminoso no impide que los movimientos artísticos hayan surgido simultáneamente en varias regiones del planeta, independiente de sus geografías y culturas. Creo que tu problema es pensar que la información solo viaja; ella está presente, surge, como ocurre en los artistas, esos receptores del arte.
    —Carlos, eso que hablas sobre los confines del espacio no le hace mella a un artista. No sé si viene al cuento, pero me hace recordar sobre aquellas cosas que se dicen sobre el origen del arte. Algunos dicen que el artista se mueve por señales, y es guiado por utopías, pero ¿hay alguna prueba que el artista tiene que soñar por algo, o en algo?
    César tomó una expresión pensativa, colocó su copo de cerveza sobre un estante con libros, junto a un ventilador viejo que lanzaba el aire húmedo sobre su rostro. Su expresión tomo un tono serio, como si quisiera recordar algo. —Hay artistas santos y artistas con atisbos de canallas, y todos suelen ser muy competentes; son como cualquier sujeto, como tú o como yo; dijo. 
    —No hay horizonte utópico a ser seguido por los artistas, eso solo aparece en las películas de zombis. Se llevó la mano al rostro y prosiguió: «el arte es un acontecimiento, con todas las letras, y el artista lo verifica a posteriori; pero el arte es a priori». Y llevando su mano al aire, con dos dedos apuntando para el techo dijo: «y ponele atención al viejo Kant, sobre lo que estoy diciéndote», dijo rápidamente.
    Le conté a mi amigo que la distribución de la radiación de fondo de microondas es omnipresente en el cosmos, siendo testigo y vestigio de la creación explosiva —y que tal vez se asemeja a voz del Espírito Santo, escuchada por los místicos. Es tan altamente simétrica que difícilmente parece ser resultado de evoluciones azarosas e independientes. Quien la escucha, adaptada al registro sonoro humano, parece oír los graves de Sarah Vaughan y los agudos del tenor Leszek Swidzinski. 
    Es arduo explicar cómo llegó a ser tan isótropa y homogénea sin haberse «sintonizado», por algún mecanismo extraño, con todos los puntos del universo primigenio, estado previo a la explosión, usando los conceptos clásicos de causa y efecto, asociados con al límite físico de la velocidad de la luz.
    Obviamente César se quedó curioso por mis explicaciones sobre ese fenómeno de horizonte. Me parecía que estaba guardando un argumento que tenía dentro de la manga, para darme una estocada final, como usualmente ocurría al final de nuestros encuentros.
    Le expliqué que sobre la rara homogeneidad e isotropía del universo existen varias vertientes. Todas ellas saltando el muro —como lo haría un marido o una esposa infiel—, en este caso, de los linderos de las físicas clásica y relativista. La mayoría hecha por tierra, por lo menos en los inicios del universo, el límite de la velocidad de la luz. Algunas teorías admiten velocidades super lumínicas o velocidades variables en algún momento de la evolución del universo, una especie de herejía para los físicos ortodoxos. Mas la relación entre causa y efecto tiene otra vertiente en la física cuántica, donde las cosas más extrañas suelen ocurrir a nivel de las partículas u objetos subatómicos. Sin embargo, debemos alertar que la relación entre las teorías relativísta y cuántica está aún en vía de ser resuelta, de manera definitiva.
    —Claro mijo, alguna cosa está errada en ese pensamiento tuyo. César siempre colocaba mis descripciones sobre la ciencia como si fueran argumentos míos, y esto me incomodaba. —Tú siempre crees que la vida se reduce a la física y a las otras ciencias duras. Pero eso es cosa tuya y yo no tengo nada a ver con eso. Y ya te dije otras veces que eso me parece tan ingenuo como pensar que la sexualidad se reduce a los órganos genitales —dijo.
    —El origen del arte es un misterio, y el artista que lo acepta está curado contra cualquier virus ideológico; es el antivirus, como aquel que tú instalaste en mi computador. Toda explicación sobre el origen y el sentido del arte es tendenciosa, y un verdadero artista no acepta ningún tipo de muleta. El sujeto artístico hace el arte que siente, que se le sale. Y por esto suele sentir alivio, como aquel sentido cuando se elimina el desplacer.
    Le pregunté, colocando un elemento freudiano, se existiría algún tipo de libido artística, de donde surgiera la energía del arte. El viejo se retorció de la risa y dijo: «veo que insistes en buscar alguna muleta, mijo. El arte es instintivo e intuitivo, por más herramientas técnicas que lo enmascaren. La misma intuición que tengo ahora de que nuestra reunión se acabó».

(Conversaciones con César Giraldo, años 90)