lunes, 7 de agosto de 2023

Una pequeña brizna o rosa concienciando:

Rosa es una rosa es una rosa es una rosa”. Gertrude Stein.

Una idea seductora es vincular la conciencia con la idea de recursión, algo así como un eterno retorno, llamarse a sí mismo, o la fracción periódica de Borges. La recursión es una característica matemática de ciertas funciones, específicamente en sus parámetros. Llamamos parámetros a las variables con las que una función trabaja. Por ejemplo, si definimos una función para calcular el área de un rectángulo, sus parámetros son el largo y el ancho, y estos elementos serán llamados, o requeridos, cuando la función va a ser ejecutada: serán condición sine qua non para su ejecución. De esta manera, nuestra función para calcular el área del rectángulo se comporta como el minotauro griego: devora los valores de sus parámetros, que le son arrojados, y nos expele el área. 
        En el caso de una función recursiva, por lo menos uno de sus parámetros será ella misma. De esta forma, la función se requiere a sí misma para ser ejecutada; o sea, necesitamos una instancia previa de dicha función para encontrar una nueva. Es como una culebra mordiéndose la cola (metáfora muy usada en ciertas teorías). Así, cuando alguien afirma que conciencia es “saber que se sabe” está evocando algún tipo de recursión.
       La recursón es importante en ciencia de la computación, pues muchos algoritmos la usan de manera elegante. Podemos decir que, históricamente, los lenguajes de programación alcanzaron su madurez cuando permitieron usar la recursión como un recurso de programación; esto ocurrió el comienzo de los años 60, con la definición del lenguaje Algol.
         Desde el punto de vista tecnológico, cuando una función se llama a sí misma todo el contexto actual es almacenado en memoria, en la forma de una pila (para ser recordado), tal como apilamos los platos en la mesa de una cocina. O sea, en el tope tendremos el último contexto y en la base el contexto primigenio de la función. El contexto incluye todos los detalles necesarios para reconstruir el estado antes de que una nueva llamada recursiva sobrevenga. Este proceso continúa hasta que alguna cosa ocurre, hasta el momento en que el último contexto se resuelve, y la estructura comienza a ser desarmada paso a paso, retirandose el último elemento empilado. Así, cada contexto aprovecha la solución del elemento que estaba encima para encontrar su solución. Con esta estrategia muchos algoritmos pueden ser descritos de manera concisa, en una forma apreciada por matemáticos e informáticos.
        La conciencia podría ser concebida como una pila de contextos: saber que se sabe, a rigor requeriría solo dos contextos. Así, podríamos asociar la idea de “niveles de conciencia” a “niveles de contexto”, si aceptamos la recursión como una buena metáfora para nuestro objetivo. O podríamos vincular la conciencia al eterno retorno, al círculo, o a la espiral helicoidal, a la dupla hélice de Watson y Crick, a la escalera de Jacob, a un verso de Gertrude Stein.
        Si nos esforzamos en ligar la conciencia con el lenguaje, podríamos vincularla a la asociación de lo dinámico (el verbo) con lo estático (el sustantivo): hablar sobre el hablar, pensar sobre el pensar. Algunos asocian la conciencia a la capacidad de imitación o de simulación, y nos hablan de neuronas especializadas con este roll: las tales neuronas espejo. Otros nos dicen que la conciencia estaría relacionada con la capacidad de crear metáforas, y en su caso extremo de proponer mitos.
        Si unimos mitos y espejos solo nos resta Narciso, el yo mirándose al espejo, realimentándose a sí mismo como imagen, otra forma de recursión. O sea, Narciso no sería solo una metáfora de la vanidad, y de sus peligros. Sería una descripción del feedback, de la recursión, de la sensación del yo, y su destino sería su disolución en el mar de pausas y silencios. Si esa disolución es inconsciente sería mortal, como suele acontecer; caso contrario sería la experiencia de ser la propia poesía; tal vez esa trascendencia de la que nos hablan los videntes de todas las culturas, de todos los tiempos.
        Un problema vislumbrado en el estudio de la conciencia es que el investigador es el mismo objeto investigado. Inclusive podemos afirmar que la conciencia es la que permite la crítica; y si recordamos la frase de Chesterton «El criminal es el artista; el detective, apenas el crítico», sería como si el detective de Chesterton estuviera investigando su propio crimen, de allí la dificultad de discernir sobre el tema. Un detalle final, parece ser que no hay conciencia sin memoria, sin registros, inclusive la recursión la exige en su dinámica: conciencia sería algo como recordar que somos, o que somos recordando. Tal vez recordar solo nuestro nombre basta.

(Carlos Humberto Llanos)


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