«Una rosa es en el tiempo; la rosa, en la eternidad. En este paso del artículo indefinido al artículo definido está el germen de la ciencia y la piedra angular de toda la ontología» (Thomas Mann).
Comentario: hay un nivel epistémico de una cosa (lo que podemos saber sobre esa cosa) y un nivel ontológico (sobre lo que realmente es la cosa), creo eso lo aprendí de mi amigo filósofo David Sierra. El primero estaría en el nivel de la ciencia, el segundo en el de la filosofía. Así, el artículo indefinido usado en «una rosa es en el tiempo» estaría en lo que tenemos acceso, en el espacio-tiempo, a través del ejercicio científico. Es decir, observamos un objeto indefinido, de la clase rosa, actuando en el mundo. El segundo término («la rosa, en la eternidad») es un oxímoron, por lo menos si lo vemos en su dinámica, pues particulariza la rosa como clase, pero elimina el tiempo colocándolo en su límite: la eternidad. Determina por un lado y dilata por el otro. Diría que en este caso se refiere no a lo ontológico sino a lo poético, como lo dijo de otra manera Gertrude Stein en su verso críptico «una rosa es una rosa es una rosa», en donde se particulariza la rosa por la aliteración, a pesar de la insistencia del uso del artículo indefinido «una».domingo, 1 de diciembre de 2024
lunes, 18 de noviembre de 2024
Lenguajes, información y contextos (una crítica a Harari)
Una idea fundamental se ha establecido en el ámbito de la ciencia de la computación orientando el diseño de sistemas y guiando el trabajo de los ingenieros: el lenguaje precede al diseño de la máquina, y aquí nos referiremos a la máquina como un modelo computacional o, de manera más específica, como un «autómata». Este principio establece que en primer lugar se definen las reglas, instrucciones o estructuras (el dialecto) que un sistema computacional debe interpretar, para luego diseñar la arquitectura capaz de procesarlas, en forma de un autómata concreto [1]. Esta noción tiene una profunda conexión con la teoría de lenguajes formales, desarrollada por Noam Chomsky, quien clasificó los lenguajes según su complejidad y las máquinas requeridas para procesarlos.
En este marco teórico, un lenguaje formal generado por funciones recursivas, que se evocan a sí mismas, establece un conjunto de reglas y de restricciones: una gramática específica, conocida como «gramática generativa», en la forma de un modelo matemático. Por su parte, el diseño del autómata asegura que estas reglas puedan ejecutarse de manera precisa. Así, en el ámbito de la informática, podemos reinterpretar la célebre frase bíblica y afirmar con cierto fundamento que «en el principio era el lenguaje».
Definimos así lenguajes naturales y lenguajes artificiales (o formales), estas últimas se refieren a aquellas que pueden ser interpretadas por un computador digital, que son usadas por los programadores para urdir sus oficios. Hasta el proprio Alan Turing también contribuyó a esta perspectiva al proponer su máquina teórica (la máquina de Turing), que sirve como modelo universal capaz de ejecutar cualquier conjunto de instrucciones, que pertenezcan a un lenguaje previamente definido y que tengan un punto de parada cuando resuelven un problema, o sea que no entren en un bucle de ejecución infinito, una especie de colapso. Del mismo modo, en la práctica, arquitecturas como las propuestas por John von Neumann, un matemático que ayudó a definir lo que sería la estructura interna del computador digital actual, dejan explícito que el diseño del hardware (la máquina en sí) debe alinearse con las operaciones previamente definidas en el lenguaje (el software). En el lenguaje kantiano casi que podríamos decir que el lenguaje es a priori y la máquina a posteriori, y esta última sería también contingente.
En el diseño de procesadores modernos, esta idea se materializa en el concepto de ISA (Instruction Set Architecture), que define el conjunto de instrucciones que la máquina debe ser capaz de ejecutar. Así, los lenguajes artificiales actúan como un marco conceptual y funcional que guía la construcción de los ordenadores.
Fue Noam Chomsky quien colocó los fundamentos matemáticos de la teoría de lenguajes formales que fueron incorporadas en la informática, colocándoles una jerarquía: lenguajes regulares, libres de contexto, sensibles al contexto y recursivamente enumerables. Y cada tipo de lenguaje tiene un autómata específico capaz de lidiar con él. Sin entrar em detalles, la clasificación incluye la palabra mágica «contexto», que es vital en la comprensión de los lenguajes naturales, los cuales tienen características que van más allá de las reglas estrictas de las gramáticas generativas de Chomsky, y que incorporan modos específicos, como la ambigüedad, el contexto semántico, las dependencias a largo plazo, las metáforas y las variaciones del uso. O sea, los métodos convencionales usados para crear estructuras de interpretación de lenguajes, en la teoría de compiladores (esos traductores de estructuras lingüísticas para lenguajes que pueden ser ejecutados en los computadores) no funcionan para lenguajes naturales, y por eso tuvieron que ser desarrolladas otras técnicas basadas en redes neuronales, junto con otros artefactos que mapean estructuras del lenguaje natural para elementos numéricos en la forma de vectores y matrices, sobre los cuales se desarrollan operaciones estadísticas para obtener correlaciones y cosas por el estilo (los llaman transformers).
Lo importante de este abordaje, en el procesamiento del lenguaje natural, es que entró en la jugada la estadística y la probabilidad, aquellas dos áreas que intentan explicar el juego de las cartas y los dados, así como la coreografía de las partículas elementales en la física moderna. Todo esto está implícito en los modelos LLM (Large Language Models), modelos computacionales avanzados diseñados para procesar, generar y lidiar con el lenguaje natural, como aquellos usados en el ChatGpt.
En la ecología del lenguaje, tenemos las categorías de «información» y de «narrativa», como metáforas de los bancos de datos, por un lado, y por el otro, los textos posibles a partir de las informaciones. El propio Harari afirma que la narrativa es una forma de procesar y presentar la información de manera comprensible y útil para los humanos, pero no siempre busca la verdad objetiva. Y que las informaciones pueden ser «verdaderas» o pueden ser «ficciones», generadas por un autómata que esté contaminado o no por una ideología. O sea, la dinámica del lenguaje genera nuevas informaciones, tal como un computador procesa los datos y genera nuevos datos procesados. Entonces, podemos modificar nuestra afirmación y escribir que «el lenguaje genera al mundo»; lo cual ya fue abordado, en parte, por lingüistas como Benjamin L. Whorf, que afirmaron que somos peces nadando en un mar del lenguaje.
Pero el problema que percibimos es que el mundo tiene una sinfonía de lenguajes, y que el objetivo de toda ciencia sería encontrar el lenguaje fundamental; por ejemplo, en la biología con el ADN y sus conjuros y el eco producido en el entorno, que puede volverse con ímpetu, como se propone ahora en la epigenética, donde se coloca en entredicho el dogma de que los efectos de la información solo van en un sentido, de los genes hacia las proteínas. Y aquí tenemos implícita una dinámica: el vaivén de las lenguas, que conversan entre sí reservadamente pues el entorno también tiene sus decires.
O sea, el científico procura aquellos textos que pueden ser usados para conjurar las cosas, creando novedades o modificando sus estatus. Y por qué no, para crear nuevos artefactos, inclusive personajes, nuevos Frankensteins, tal como lo describe Borges en su cuento Las ruinas circulares, en donde un mago se encuentra con un dilema fundamental al intentar crear un ser humano: «he descubierto que siendo yo mismo un creador, soy la obra de otro creador». Y que el problema es saber si esa dinámica es infinita, y si lo es, tendremos que echar mano de las herramientas de Cantor, ese matemático descifrador de infinitudes y de Alephs, y que nunca estuvo del todo cuerdo, y cuja obra podría ser resumida en los versos de William Blake: ver el mundo en un grano de arena/ y el paraíso en una flor silvestre/ agarrar el infinito en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora.
En el caso de Harari, vemos afirmaciones como la de que las narrativas son fundamentales para la cohesión social y política, y pueden estar basadas tanto en verdades objetivas como en ficciones. Y esto es claro, una narrativa impone una visión del mundo que puede ser incompatible con la de otro grupo. O sea, los pueblos y sus culturas son las posibles narrativas a partir de las informaciones que poseen en determinados contextos. En nuestra visión, las culturas son los textos y el mundo que percibimos sería el conjunto de los innúmeros contextos posibles. Y los conflictos son los abismos entre los contextos, en donde fluctúan las contradicciones.
Pero la visión de Harari no tiene mucha novedad. Por ejemplo, Marx introduce el concepto de que el valor de un objeto en dinero puede mascarar una realidad más fundamental: el trabajo humano. Y que esta desconexión entre valor y el trabajo crea el fetiche en la mercancía. Vemos aquí que una narrativa en el ámbito del capital crea una ficción que parece realidad, y que le da fundamento al dinero, como método de transacción (otro fetiche) y también al capitalismo financiero, la última etapa, donde el dinero se convierte en informaciones en un banco de datos de una corporación cualquiera (el fetiche del tesoro escondido). A pesar de que Marx le da al fetiche una dinámica de camuflaje de una realidad fundamental (el trabajo), no deja de haber implícita una dinámica de dislocamiento, que aparece clara en la concepción freudiana, en donde el fetiche además de ocultar la angustia del falo ausente en la madre, representado como ausencia de completitud, funciona como un instrumento para aliviar la angustia de la polaridad (macho/hembra), dislocando el deseo sexual (hacia un sujeto) para un objeto. En todos los casos, vemos creaciones de ficciones con ocultamientos de realidades específicas.
Pero no es solo eso cuando se habla de narrativas y contextos, pues estos últimos no son sistemas cerrados, y pueden generar sus congéneres, o sea, nuevos contextos. En este sentido, Derrida nos dice ningún significado lingüístico puede ser totalmente determinado por un contexto específico. Esto lleva a la idea de que el significado de un texto es sólidamente indeterminado y que los intentos de cerrar un contexto están destinados a fracasar, o sea, los contextos son amorfos y cuando se tratan de manipular se autodefinen (ya vimos dinámicas parecidas en otras áreas, como en la física cuántica, pero este es otro cuento). Así, podemos sospechar una carencia en el abordaje de Harari al no incorporar otras herramientas, en el área de la textualidad, en sus explicaciones, por ejemplo, como aquella resumida en la frase atribuida a Gregory Bateson «sin contexto no hay significado» que muestra una completitud en la suma de textos y contextos, agregando un enfoque sistémico y ecológico que tiende a conectar comunicación, contexto y significado, entre otras cuestiones.
Verificamos aquí que en toda ficción hay procesamiento de información, donde detalles de las realidades informacionales pueden desaparecer o quedar furtivamente ocultas. Esto lo podríamos extender a cualquier actividad creativa en la autoría artística, donde las dinámicas creativas quedan ocultas en la obra concluida. O sea, averiguar qué fuerzas actuaron en el autor de una obra específica equivaldría a resolver un problema de inversión matemática, por ejemplo, qué valor deberían tener las variables de una fórmula matemática compleja, teniendo en cuenta que la única información que tenemos disponible es el resultado.
Hemos llegado a colocar la hipótesis de que el lenguaje precede al autómata, y la hemos extendido del lenguaje artificial para el lenguaje natural; y llegado a la conclusión de que primero fue el verbo, como metáfora del lenguaje, pero sospechando que antes del lenguaje hay una información subyacente, a la que denominamos «información primordial», y que el propio lenguaje es una tecnología de procesamiento, pues permite la dinámica de la narrativa generando nuevas informaciones, que son alocadas en el mar de la textualidad, que conjuga mares de textos y contextos para crear realidades.
Podemos observar que esta visión no deja por fuera la filosofía, las ciencias y las artes, pues todas pueden ser vistas como narrativas con sus dinámicas respectivas. Por ejemplo, la ciencia busca narrativas próximas de una realidad primordial, de las leyes de un universo a ser descifrado, o decodificado, y sabemos que toda ley descubierta no deja de ser una aproximación de una realidad espiada, como lo decía el matemático y estadístico George Box, cuando afirmaba testarudamente «all models are wrong but some are usefull». Y que otras narrativas procuran generar nuevas realidades como ficciones específicas, fundamentales para la naturaleza humana procurando un contexto que le dé sentido.
Finalmente, podemos citar ahora el personaje Antoine Roquentin de la La náusea, de Jean-Paul Sartre, que experimenta una profunda angustia al confrontarse con la falta de sentido inherente de la «realidad objetiva» que surge cuando percibe el mundo que lo rodea. Así, los objetos y su propia existencia carecen de un propósito o significado intrínseco. Todo existe sin necesidad de justificación, lo que es percibido como vacío que desestabiliza su percepción de la vida. El propio personaje al final se convierte en escritor. Esta percepción angustiante pode ser vista normalmente como falta de sentido; pero podemos diagnosticarla como falta de contexto. Tal como ocurre en otras direcciones, como en la sexualidad, donde su represión oculta el contexto más natural, creando otros, que no se conectan con el sujeto; y parte de la realidad queda representada como ausencia, tal vez en la narrativa judeo-cristiana como pecado. Y si estamos ya hablando de pecado como ausencia, podemos extender esta idea a la narrativa de Harari: ausencia de contextos y más presencia de frases bombásticas para crear impacto en los intelectuales.
domingo, 13 de octubre de 2024
Sobre el Nobel: encuentros y desencuentros
Científicos informáticos y neurocientíficos, históricamente vinculados a la inteligencia artificial (IA), ganan ahora el Premio Nobel de física, en 2024 (John Hopfield y Geoffrey Hinton). Por otro lado, el premio Nobel de química fue dado para tres científicos de la IA, David Baker, Demis Hassabis y John M. Jumper. Esto demuestra que la interdisciplinariedad ha llegado en serio y que los límites de las áreas están cambiando. Algunos comparan este hecho al premio nobel de literatura dado a Bob Dylan; pero creo hay algo más, y que también se pueden sentir pasos de animal grande con la IA tocando en la puerta de nuestros baños. En este sentido, el travieso matemático francés René Thom, ganador de la medalla Fields, en 1958, dijo una vez que la física estaba estancada desde hacía 25 años. Tal vez estos premios Nobel den algunas pistas sobre esto. Lo del premio para Bob Dylan se puede entender porque música y literatura eran prácticamente un solo corpus hasta la plena edad media, cuando trovadores componían versos y musicados sobre el amor cortés y las bellas damas. Pero en la baja edad media aparecen los prototipos de músicos puros como Guido de Arezzo, Leonin y Perodin que ayudaron a desarrollar las notaciones musicales y los primordios de la polifonía, antes de la llegada del renacimiento y del contrapunto y, posteriormente, de la polifonía plena, cuando lo musical se emancipa de lo literario por su complejidad intrínseca (antes la música estaba en segundo plano). Pero sobraron las canciones, y algunos literatos extraviados pasaron a ser letristas, pero ayudados siempre por la muleta de lo musical. Tal vez por eso la buena literatura aún exhala algo de un son primordial. Quizás por estos hechos históricos nebulosos el poeta Vinicius de Moraes se negaba a darle el título de poeta a Chicho Buarque de Holanda; a pesar de ser muy amigos decía: “son dos cosas diferentes”. Creo que estos premios Nobel de física y el de química son un homenaje a la interdisciplinaridad, y eso es un buen mensaje: desde hace algún tiempo me dan muchas ganas de estudiar química, biología y bioquímica de manera seria, algo que nunca se me pasó por la cabeza, creo que nunca es tarde. Y aún nos queda por entrar en el vestíbulo de la transdisciplinariedad, pues la interdisciplinaridad corre aún el riesgo de generar conocimiento fragmentado, como una simple suma de ideas y propuestas. Así, la propuesta transdisciplinar debe generar a partir de aportes de diferentes áreas, la posibilidad de navegar a través de ellas, forjando un conocimiento que recorra las múltiples dimensiones de sistemas interrelacionados e interdependientes, sin derecho a fracturas estructurales, hasta conseguir la máxima de que el «todo es más que la suma de las partes», como me lo comenta mi amigo Álvaro Gutiérrez. Si el griego Protágoras dijo que «el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son», como un primordio del subjetivismo y del relativismo, podemos sospechar que hay algo intermediario entre lo subjetivo y lo objetivo, con su propio lenguaje y sus propias leyes. «Lo sabían los antiguos pitagóricos, todo retorna como la fracción periódica», como lo dijo poéticamente el viejo Borges; pero también sabemos que hay fracciones que no son periódicas, o mejor, que su retorno está en el infinito, en algún tipo de singularidad esencial, como nos dicen los matemáticos; lo que nos da una idea de la convergencia entre lo periódico y de lo que aparentemente no lo es. Esa es la posible estructura del mezanine entre lo objetivo y lo subjetivo, un abrazo entre el encuentro y el desencuentro, más allá de la frase de Vinicius de Moraes «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro en la vida». Así, el encuentro de la IA generativa (aquella del ChatGpT y sus secuaces) y los universos de la física y la química puede sugerir el aroma proveniente de la cocina de la transdisciplinariedad, y tal vez su vestíbulo sea largo de atravesar. Y podemos finiquitar, por ahora, con la frase de Horacio para Hamlet: «Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que sueña tu filosofía»; que tal vez se refiera a lo que «no tiene nombre y nunca tendrá, lo que no tiene juicio», o sea, lo que no es textual, llegando, sin querer, a una frase musical de Chico Buarque de Holanda.
(Carlos Humberto Llanos)
lunes, 23 de septiembre de 2024
Nombres, verbos y derridianos: contextualizando, sustantivando, sacralizando
En la visión de Derrida, el verbo, al igual que cualquier palabra, no puede fijar un significado absoluto, ya que está siempre sometido al juego de diferencias y aplazamientos, lo que en términos de computación podría compararse con la «latencia». Esto es inherente al lenguaje y al significado, que son dinámicos y se definen únicamente en el acto y en el con-texto. Sin embargo, en el ámbito de lo sagrado, el «nombre» trasciende el significado, pues es atemporal y simboliza la «presencia», un concepto ampliamente cuestionado por los deconstructivistas. Aquí podríamos preguntarnos qué implica aquello que denominamos presencia. Este texto que estamos leyendo, por ejemplo, ya pertenece al pasado, pues llega a nuestro cerebro a través de la luz reflejada en la pantalla y procesada inicialmente en nuestros ojos; y en ese proceso, la presencia del texto ya se ha desvanecido. De este modo, la presencia se revela como otra ficción de la realidad consensual. Para desentrañar esta cuasi paradoja, podemos analizar lo que ya está implícito en el propio término: «pre-esencia». Y aquí surge la oportunidad de discutir qué entendemos por «esencial» en algo; probablemente lo definamos como aquello que permanece constante a lo largo del tiempo, lo invariante (como la velociadad de la luz), a pesar de los cambios accidentales o superficiales. En el ámbito de lo textual, lo único que podría considerarse invariante es un sustantivo, un nombre. Sin embargo, sabemos que algunos nombres propios aún experimentan variaciones (declinaciones) en ciertos idiomas, como en el caso del genitivo: «Thomas' book». De este modo, podríamos afirmar que la «pre-esencia» es el nombre de los nombres, más allá del pronombre; quizá lo innombrable o un proto-nombre. Algo que carece de movimiento y que no puede ser dicho, ni siquiera por curas o brahmanes; tal vez el estruendo sordo de lo sagrado.
(Carlos Humberto Llanos)
Y al comienzo era el Verbo: una lasca a las teologías (a mi amigo Fernando Rivera)
En verdad el verbo inicia el tiempo, pues solo en él se instruyen las conjugaciones, pasado, presente y futuro, y sus formas complejas. Antes del verbo era la sustancia, el sustantivo. El «camino» genera el «caminar», al introducir el tiempo y las ficciones de finitud y la infinitud. Este planteamiento nos lleva a afirmar que el espacio es más primordial que la temporalidad. Por ello, nos resulta más sencillo explorar la infinidad que la infinitud: la primera pertenece más al contaje, al ámbito fundamental de lo matemático, mientras que la segunda ya se relaciona con lo físico, con la dimensión de lo vital, donde la finitud es ineludible. Así, podemos decir que lo primario es el poema, el texto espacial, y el resto la narrativa. El poema es el reino del nombre y la narrativa instituye el personaje. Tal vez por eso los caminos espirituales sean solo el trazo de los registros de los nombres de Dios, en África, en América y en Oriente; y que el monoteísmo solo sea un esfuerzo de síntesis, de abstracción, un vestigio del espacio primordial.
(Carlos Humberto Llanos)
jueves, 19 de septiembre de 2024
Un poco sobre mitos y ficciones
La creencia en mitos, ficciones, constructos imaginarios producidos por la fértil imaginación del homo sapiens, como dice Harari y me lo recuerda mi amigo Eduardo Serrano, se refiere de alguna manera a la idea de «consenso», con raíz latina «consensus», que dicen ser el participio pasado de «consentire», un verbo compuesto de «con» (junto) y «sentire» (sentir, percibir). Así, etimológicamente, «consenso» significa algo como sentir o estar de acuerdo en conjunto. Digamos que hay una realidad consensual, en la que generamos alguna idea fundamental para interactuar en comunidad, a la que se le van agregando otras, para formar un mito. Es una dinámica similar a la que ocurre en matemáticas y en la ciencia de la computación, donde se crean familias de problemas, a partir de un problema fundamental, elegido por algún motivo, como el problema de satisfactibilidad booleana (SAT), en donde se busca un personaje que sea capaz de adivinar qué combinaciones de variables de una fórmula, que solo pueden tener valores verdadero o falso, consigan dar como resultado algo verdadero. Para entender un poco sobre el SAT, imaginemos una reunión de condominio en la que los asistentes solo pueden votar «sí» o «no» sobre un asunto. Sin embargo, la decisión no se tomará por mayoría, ni los votos serán depositados en una urna. En lugar de eso, se aplicará una fórmula lógico-matemática, que considerará cada «sí» y cada «no» emitido por cada persona, y dará un veredicto (verdadero o falso) según una estrategia lógica previamente determinada. Por algún motivo, los matemáticos nos dicen que la labor de este posible adivinador de respuestas para el SAT no es trivial; especialmente, si este se toma el trabajo de hacer su augurio usando algoritmos, para determinar qué combinaciones de valores de variables darán como respuesta algo verdadero (algún «sí»). Y que si algún otro problema puede ser travestido, matemáticamente, como un problema SAT, su solución tampoco será trivial. A los problemas que tienen soluciones algorítmicas fáciles se les da el epíteto P (polinomial) y al resto NP (no polinomial), donde esos términos son fundamentales en la teoría de complejidad de algoritmos. Y en este contexto, una flor de la matemática, llamado Stephen Arthur Cook, demostró que el problema SAT es NP-Completo, algo que para los legos suena como si «no tuviera remedio», o completamente perdido, como el hijo de Lindbergh, pero con una identidad única e incuestionable. Así, el grupo de problemas justificados como NP-Completos sigue creciendo, en la medida que algún matemático perspicaz prueba que un tal problema puede ser visto como un SAT extraviado. Y que si un científico, por un golpe de gracia, demuestra que el conjunto de problemas P invadió el conjunto NP, todos nuestros problemas computacionales serán resueltos irremediablemente, en un piscar de ojos, sobre todos si tenemos computadores eficientes.
Así, podemos ver los mitos como estrategias para retar las encrucijadas de la vida, a los aprietos confusos a los que debemos enfrentar en tropilla. Y más nos vale recordar que estrategias no son soluciones, sobre todo si percibimos que la peor de ellas es la que funciona, porque nos envicia y nos hace olvidar la traba. Y que el mito puede tomar otras ropas, guardando su compostura, como el del paraíso, pues ahora viste el ropaje del dinero. Y me dan más ganas de saber por qué la bonanza financiera se convirtió en la idea de felicidad, que saber si existe un dios o un tal demonio por ahí. También podemos pensar que como humanidad cuando los problemas son fáciles creamos soluciones, caso contrario, creamos mitos. Por eso tal vez nos falte un Cook de los mitos, que nos hable de la completitud sobre ellos, de sus equivalencias, de sus estructuras, de sus transformismos, del mito fundamental; y qué nos podrían revelar acerca de nuestra fase más oculta como humanidad. Quizás Jung lo intentó y no finalizó (tal vez Harari lo esté haciendo).
De pronto sueño con la idea de que las palabras «consenso» y «conciencia», tengan la misma etimología, y que los mitos sean vestigios de barcos naufragados en un mar de sensatez; pero parece que no, es solo su sonoridad similar; pues «conciencia» tiene más a ver con la ciencia, con el estar junto al conocimiento, o juntos en el conocimiento. Quizás por eso, a veces, sea mejor musicar que conjeturar, como lo hacen los buenos poetas, que suelen aproximar al verso el son.
lunes, 2 de septiembre de 2024
Metafísicas ingenieriles
«Sueño con transformaciones, sobre todo con aquellas matemáticas usadas tanto en ingeniería, como las de Wavelet, Fourier y Laplace. La última, por ejemplo, nos lleva a dominios abstractos donde sistemas complejos se resuelven con el manso libro de álgebra de Baldor, y la solución tiene un camino de vuelta, una transformada inversa que nos trae nuevas noticias sobre una realidad que no vemos. Fantaseo con un dominio en donde lo probabilístico y paradójico sea determinístico y sonoro, y donde los problemas, como aquella explicación sobre qué es la conciencia, sean un simple puzle infantil. Pero, por el momento, solo me queda el abismo de la poesía, el ciclo silencioso de las lunaciones, los viejos que se van y un canto dolorido de sirenas».
(Carlos Humberto Llanos)
lunes, 29 de julio de 2024
La causa, el cauce y la cosa
«Memoria es escritura», dicen los lingüistas; «escritura es memoria», dicen los historiadores; «memoria es soporte mediático», dicen los ingenieros. Podemos también afirmar que memoria y lenguaje son dos caras de la misma moneda: la memoria como cauce del lenguaje y el lenguaje entre orillas memoriales, si hablamos en términos hidráulicos, claro. Mi amigo, lo difícil es siempre encontrar la causa. Y podemos ahora agregar otras perlas similares. Por ejemplo, la escritura es el lenguaje en un medio diferente de la oralidad, una tecnología para registrar de manera artificial la oralidad. Yo llamo a esto «textualidad», a pesar de que mi amigo Eduardo Serrano dice que la oralidad ya implica la textualidad, qué le vamos a hacer. Por otro lado, como la textualidad envuelve un vocabulario, ella de por sí exige imperativamente algún tipo de memoria, para guardar algo de las cosas (de nuevo, qué le vamos a hacer). También podemos decir que las dos primeras personas del singular dicen algo acerca de la oralidad, y la tercera persona dice algo sobre la textualidad pues el texto es mediador para alcanzar el otro, cuando todos callan. Pero dejémonos de vainas y entremos en carreteras destapadas, pues en algún lugar vi una frase de Lacan que decía «la palabra es hecha de ausencia», y con respecto a lo simbólico: «el símbolo se manifiesta en primer lugar como asesinato de las cosas, y esta muerte constituye en el sujeto la eternización de su deseo». En fin, son frases que me parecen bellas, hasta parricidas y siempre sorprenden a cualquier cristiano, pues con frecuencia precisamos liquidar algo, tal vez algún credo, para transbordar el cauce o desencallar; pero tales frases parecen ser solo escritas para lacanianos y no para pobres ingenieros, dedicados a hacer la cosa funcionar.
(Carlos Humberto Llanos)
domingo, 14 de julio de 2024
Arte e Inteligencia Artificial, una posible respuesta a mi amigo Fernando Rivera
lunes, 10 de junio de 2024
Sobre amistad, memoria y los astros
viernes, 3 de mayo de 2024
Sobre algunos genios indomables
Hay algo en común entre Cioran, Vallejo y Vargas Vila: la pataleta y la pirotecnia verbal. Lo de genial (en ellos), tal vez sea cierto, o tal vez no. Lo de rabioso en algunos comportamientos, no deja duda. Al final todo eso deja en el lector alguna perplejidad por las pedradas contra las fes, y un leve buqué de humor. Tal vez solo eso.
(Carlos Humberto Llanos)
lunes, 25 de marzo de 2024
El día de la poesía (21 de marzo)
Para mi sorpresa hoy descubrí que es el día de la poesía y que los editores de la sección cultural de un famoso diario le han preguntado a varios poetas sobre qué es la poesía, una pregunta que no se la deseo a nadie. Podría comenzar a conjeturar que un poeta auténtico se quedaría mudo ante tan lúgubre exigencia. Pero podríamos intentar responder lo opuesto, dilucidar sobre qué no es poesía. Pero tal desafío también sería peligroso, pues al final se traduce en un ejercicio detectivesco sin un final prometedor. Podríamos citar algunas palabras de García Márquez en su Brindis a la poesía, que dicen que fue escrito a cuatro manos con su amigo Álvaro Mutis: «En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte». Podemos observar que la frase no plantea una definición, sino que describe algunas virtudes del discurso poético. Pero de cualquier manera, nos dice que hay espíritus, que tal vez la transcriben o, mejor, que la encarnan en textos de ciertos autores; o que se la soplan al oído de quien esté apto para escuchar. O podríamos conjeturar, que la poesía se toma el poeta, en un acto delirante de posesión mediúmnica; en este último caso, diríamos que la poesía es realmente un espíritu, o una legión de ellos como aquellos que aparecen en la cosmogonía bíblica, o en cualquier otra. Por otro lado, el texto macondiano nos dice que el objeto del que tratamos tiene el poder de la adivinación; o sea, que está vinculada con el ejercicio de la profecía, tal como lo hacen videntes, brujos y pitonisas. Y si hacemos un pequeño esfuerzo podemos decir que la poesía tiene también la habilidad conjurar, y que la textualidad poética está relacionada con la magia, cuyo objetivo último es parar el tiempo, como lo anhelaría cualquier buen mago. Y aquí podemos aprovechar y recordar la siguiente virtud: de que la poesía es victoriosa contra los poderes de la muerte. A lo mejor esto nos remita a alguna guerra, o una batalla; pero quizás a lo que se refiere es que la poesía gana la guerra sin pugnar, una situación tal vez transcrita por el término latino «invictus maneo» (permanentemente victoriosa). O que la poesía, como magia que detiene el tiempo, congela la muerte pues está más allá de ella, o tal vez esté detrás de ella como un asesino cuyo sino es finiquitar su víctima. Y si releemos lo que dice la frase de Gabo, verificamos que ella también es poética. Esto nos indica que una buena reflexión sobre la poesía tiene que ser también poesía, como una serpiente que se muerde el rabo, como aquellas ecuaciones matemáticas que se llaman a sí mismas, una especie de auto invocación, el círculo de lo hermético, tal vez el crisol de donde surge algo al que hemos denominado conciencia, solo por nuestra perenne y fatal ignorancia sobre el tema.
(Carlos Humberto Llanos)
lunes, 19 de febrero de 2024
Sobre saltos mortales y el lenguaje en sus niveles de abstracción
Mi amigo médico y terapeuta Álvaro Gutiérrez alguna vez me envió una bella frase, de la que él ni yo sabemos su procedencia hasta ahora: «el lenguaje es para el hombre como el agua para el pez y ambos no saben lo vital que es para su supervivencia». Tal vez sea de K. Kraus o de N. Chomsky, pero no importa ahora, pues lo que quiero es conjeturar sobre el tema del lenguaje y sus derivaciones. Estaré hablando del lenguaje fundamental, del lenguaje articulado con algunas generalizaciones, como precursor de otros lenguajes, que pueden envolver imágenes, símbolos específicos y otras cosas. Por otro lado, pretendo quedar alejado, en la medida de lo posible, de la parafernalia teórica de la semiótica y la semiología. También me permitiré afirmar que el lenguaje puede tener estados, tal como la materia: sólido, líquido y gaseoso (espero que se me perdone este acto arriesgado, tal vez pendenciero). Nota: los físicos hablan de un cuarto estado, el plasma, en el que las partículas están cargadas eléctricamente, y puede interactuar con campos eléctricos y magnéticos; pero no lo tendré en cuenta en esta discusión.
Así, pondré, sin mayores aspavientos, que el lenguaje articulado que usamos en el día a día sería su estado sólido (incluyo aquí sus formas hablada y escrita). En este estado, el lenguaje nos permite contar historias y hacer conteos. En el primer caso, tenemos la prosa, que genera la literatura en la mayor parte de sus géneros, mientras que en el segundo tenemos el lenguaje matemático, que permite hacer cuentas, generar cuerpos y ecuaciones, enunciados formales y la lógica que sustenta las ciencias exactas y sociales. Podríamos esgrimir argumentos de que la ciencia solo aparece en las culturas cuando el lenguaje coloquial se torna suficientemente preciso para generar sentencias sólidas en sus significados, tal como ocurrió en la Grecia antigua. O sea, la matemática es el lenguaje más sólido que tenemos, de allí su necesidad de eliminar ambigüedades, cuidar de sus parábolas internas, para servir como metáfora a la mecánica del mundo.
Podríamos discutir si es posible contar historias con el lenguaje matemático; por ejemplo, una teoría fuertemente matematizada como la relatividad nos cuenta algo sobre la estructura del espacio, del tiempo y de la gravedad en un lenguaje altamente especializado. Así, es plausible decir, sin forzar mucho el discurso, que las matemáticas nos permiten contar historias a través de enunciados, regidos por relaciones de equivalencia (a veces por desigualdades), en la forma de ecuaciones. Agregaríamos que la formulación de una ley científica nos cuenta algo de cómo el universo, o la naturaleza, se comporta o se ha comportado desde siempre.
El estado líquido del lenguaje sería la poesía: digo además que puede haber un estado pastoso, semi líquido. Pero, de cualquier manera, esta liquidez de la palabra y de las sentencias permite que la metáfora sea más significativa que el objeto: ese es el viejo truco del poeta. O podríamos decir que la metáfora dice lo que no es posible expresarse con el lenguaje directo, y nos inspira a ultrapasar el límite de Wittgenstein: «lo que no se puede hablar hay que callarlo». Pero dejemos que sea un poeta el que lo diga (Octavio Paz, en Decir, hacer):
Aprovechando la metáfora del lenguaje en la forma de estados, podríamos afirmar que el lenguaje puede tener estados intermedios y sufrir transiciones de estado. Por ejemplo, la canción sería música con algo solidificado, lo que permite que el mensaje se filtre por debajo de las puertas, o por las grietas de las prisiones, como lo afirmaba alguna vez el músico francés Francis Lai. Por otro lado, muchos escritores usan la «prosa poética» como recurso descriptivo (transitan entre dos estados) y les va muy bien.
Me concentraré ahora en el estado sólido del lenguaje, que envuelve la prosa y el lenguaje matemático. En la prosa podemos, entre otras cosas, conjeturar y armar sistemas que caben en lo que llamamos filosofía. Pero como hemos asumido que el lenguaje permite contar historias, inclusive en las matemáticas, podemos conjeturar que en la filosofía también narramos historias, que nos remiten a nuestras preguntas fundamentales en el ejercicio de existir. Al fin y al cabo, una historia también puede dar respuestas.
La relación entre ciencia y matemática la podemos ver como un matrimonio exitoso y estable, a pesar de que podemos encontrar teorías no matematizadas, como la teoría de la evolución de Darwin, como alguna vez lo dejó claro el físico Amit Goswami en una entrevista. Pero el método científico exige una aplicación lógica rigurosa. En este sentido, a pesar de que la lógica surge como un tema filosófico (desde Aristóteles) la misma también se convierte en matemática, en el siglo XX, como consecuencia de sujetos como el ruso Alfred Tarski y otros lógicos matemáticos contemporáneos. Ah, y no olvidemos que la prosa filosófica también debe ser regida por fundamentos lógicos incuestionables. Pero si insistimos en que ciencia y prosa son universos separados, recordemos lo que la poetisa Muriel Rukeyser nos dice sobre este tema: «el universo es hecho de historias, no de átomos».
Una pregunta importante es si es válido incluir explicaciones de las ciencias duras en problemas filosóficos o viceversa. Teniendo en cuenta que estamos hablando de dos áreas del lenguaje en el mismo estado (sólido), podríamos decir que tal vez sí, pero deberemos contornar el problema de que la ciencia usa herramientas matemáticas y la filosofía en principio no. En este sentido muchos critican el hecho de salir colocando modelos o términos científicos para hablar de temas abordados en prosa, casi siempre filosóficos, y denominan a esta impertinencia (o desfachatez) como saltos mortales. Pero tengamos en cuenta que temas como la naturaleza del conocimiento científico y de la mente, la inducción (saltar de lo particular para lo general), la falsabilidad de teorías (en el contexto de K. Popper) y la demarcación entre ciencia y pseudociencia han sido abordados tanto por filósofos como por científicos. Otro ejemplo, la explicación de por qué las cosas caen (y no suben o levitan) tuvo primero explicaciones filosóficas y después abordajes científicos, y bien matematizados. O sea, a través de la historia podemos observar un flujo de explicaciones desde el área filosófica hacia el área científica. Pero lo que se critica es hacer el recorrido inverso.
Esta crítica puede ser motivada por varias circunstancias: (a) las formas de la prosa, incluyendo la filosofía, son menos sólidas que la ciencia; (b) el flujo de conceptos de la ciencia, para insertarlo en cuestiones filosóficas, puede ser visto como una vuelta al pasado; (c) el flujo de conceptos de la ciencia hacia la filosofía implica un «derretimiento» de una estructura solidificada (digamos, matematizada): una pérdida de rigor y una abertura al charlatanismo.
Pero no debemos perder de vista que de cualquier manera estamos contando historias, dando explicaciones en diferentes niveles de abstracción. Esta transición de niveles de abstracción es muy común en la ingeniería, en donde los diseñadores describen sistemas en lenguajes de alto nivel de abstracción (más cercanos al lenguaje natural) y después usan herramientas conceptuales para transformar dichas descripciones en niveles más cercanos a la fabricación (más sólidos). Estos transcursos o trayectos son denominados en la teoría como procesos de síntesis. Pero una diferencia básica es que los procesos de síntesis están fundamentados en formalismos matemáticos que garantizan la equivalencia entre las descripciones en cualquier nivel.
Así, el problema de usar descripciones basadas en formalismos matemáticos en áreas prosaicas es que no hay herramientas formales que refrenden la equivalencia de tales descripciones. Digamos que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Pero recordemos que si la poesía representa otro estado del lenguaje (el estado líquido), diferente de la prosa (el estado sólido), nadie critica el hecho de transitar en estos dos universos. O sea, hay una indicación de algún tipo de preconcepto contra los textos que usan conceptos científicos para abordar temas que aún están en algún nivel filosófico o prosaico. Un ejemplo clásico es el uso de términos de física cuántica para abordar temas de superación personal, en lo que llamamos literatura de autoayuda. Y hay cierta razón en esta crítica, pues si en la filosofía de la ciencia (la epistemología), a veces llamada también «la ciencia de las ciencias», se puede describir su evolución como cambios de paradigmas (los benditos saltos mortales de Thomas Kuhn) estos no son cuánticos, como definidos con rigor en la física. Hay sin duda una falta de cuidado en el uso de ese término en temas prosaicos, pero podríamos inventarnos otro…
Tal vez sea viable usar algunos conceptos científicos como analogías explicativas, teniendo en cuenta que la función del lenguaje es contar historias que den respuestas a los problemas del sujeto, como ser viviente. Tal como el poeta usa la metáfora para apuntar a lo inexplicable, un concepto científico puede ser usado como una analogía para dar algún sentido a cierto aspecto de la vida. O sea, puede ser criticado como arriesgado (y lo es) pero no puede ser condenado, a toda costa, como un acto pendenciero.
Voy a poner aquí un ejemplo de salto mortal que funcionó bien hasta ahora: el del profesor de literatura inglesa Marshall McLuhan (especialista en Shakespeare) que llegó a ser un influyente teórico de la comunicación, y desarrolló una serie de ideas que cambiaron la forma en que entendemos los medios de comunicación y su impacto en la sociedad. Conceptos como aldea global, medios fríos y calientes, los medios de comunicación como extensión del hombre, han interesado tanto a científicos como a ingenieros. Su frase más famosa «el medio es el mensaje» advierte cosas como: (a) el medio transforma/deforma el mensaje, (b) el medio tiene un impacto significativo en cómo se percibe ese mensaje y en cómo afecta la comunidad, (c) el medio es tan importante como el contenido del mensaje pues sugiere una tecnología prevaleciente y, por lo tanto, una manera de pensar intrínseca del que emite y del que recibe; o sea, el medio hace parte del lenguaje, y por lo tanto del mensaje. Y si llegamos al límite, como se suele hacer en el cálculo elemental, tenemos que el medio es el mensaje. Sería pendenciero acusar a McLuhan de falta de rigor, pues era un investigador serio de la literatura shakesperiana; digamos que solo se atrevió a mirar más allá de su nariz, tal vez a soñar.
Podemos inclusive percibir en él un salto mortal triple, pues sus conceptos permean tanto la filosofía, como las teorías de la comunicación (matematizadas o no), con un pie en la poesía. Dejemos que el poeta hable; en este caso, Shakespeare (el ídolo de McLuhan) sobre estos temas, en un trecho del soneto 76:
Digamos que ir de la ciencia hacia lo prosaico tiene sus peligros, pero también puede ser fuente de conocimiento, y debemos recordar que no todo conocimiento es científico, como en el caso de la acupuntura, una técnica milenaria, pues los que se la inventaron no eran científicos, en el rigor del término que tenemos en nuestros días.
Si nos centramos en el universo de la música (el tercero estado del lenguaje) podríamos observar que música y poesía tuvieron una hermandad garantizada en la antigüedad: los músicos eran poetas y viceversa. Su separación puede ser explicada por la complejidad a que llegó la música, como disciplina del arte. Como ejemplo de esta complejidad, en el contexto actual, podemos observar que es posible formar buenos ingenieros en 4 años, pero ese tiempo es insuficiente para formar un buen músico. Y este problema fue percibido de manera clara algo después del periodo trovadoresco de Occitania, en donde comienza a observarse la separación de los oficios de ser poeta y de ser músico. Podemos alegar que la rima (inexistente en la poesía clásica) fue inventada para aliviar el divorcio entre poetas y músicos, una estrategia para que una palabra dicha recuerde otra, como el Fausto le explica a Helena de Troya en la obra de Goethe, y crear así un efecto musical. De esta manera, podemos decir que poesía es una cosa y música es otra. Pero a nadie, en sano juicio, se le ocurriría condenar a un poeta o a un músico por transitar fructíferamente entre las dos artes, que representan dos estados diferentes del lenguaje, o acusarlo de notable ejecutor de saltos mortales.
Finalmente, volviendo al tema del uso de términos científicos en temas prosaicos, citaremos el caso de la «entropía» definida en el contexto de la física por Ludwig Boltzmann y otros científicos. Dicho término está asociado a la tercera ley de la termodinámica e indica una medida de desorden, que aumenta en los procesos llamados irreversibles, en los que siempre se genera calor; y calor es energía, algo que se pierde y que no puede ser reaprovechado (digamos así). El concepto de entropía ha sido usado, o indirectamente insinuado, por varios filósofos de la ciencia tales como Ilya Prigogine, Henri Bergson y otros, y es citado por neurocientíficos y escritores, entre otros, quizás porque está asociado al problema del tiempo, y vinculado, por carambola, al problema de nuestra finitud como sujetos (envejecemos porque nuestro cuerpo tiende a desorganizarse, a aumentar su entropía). Digamos, que el aumento de la entropía es el único rastro visible que deja esa entidad fantasmagórica a la que llamamos tiempo. En resumen, qué es el tiempo es una pregunta filosófica esencial, formulada desde la Grecia clásica por Anaximandro y otros sujetos; así que condenar un filósofo o cualquier prosista por usar el término «entropía» en sus discusiones sobre el tiempo sí sería realmente un acto pendenciero. Tal vez lo que debería dejarse claro es la prudencia de pedir un beneplácito sobre el uso de un término científico que podría ser una metáfora válida para encaminar una respuesta parcial sobre algún tema filosófico. Al fin y al cabo, todos estamos nadando en el lenguaje, como un pez en el agua, lleno de pantanosas islas fluctuantes y de burbujas gasificadas, como fuera citado por mi amigo Álvaro Gutiérrez.
P.D. Había advertido que no trataría el tema del cuarto estado (el plasma) y su asociación con el lenguaje, pero dejo aquí una breve disquisición: me atrae fatalmente la posibilidad de que estemos deslizándonos constantemente, y sin saberlo, en un estado superior a la poesía y a la música, sobre estructuras prefabricadas, como si fueran toboganes del lenguaje. Mi hipótesis es que estas estructuras funcionan como «arcanos», o también las podría denotar como «arquetipos», siguiendo el camino jungiano. Hablando de esto, Jung alguna vez advirtió que el único arquetipo descubierto, y aceptado, por Freud había sido el complejo de Edipo. Inclusive Freud, en sus ensayos sobre Moisés y la religión monoteísta, aborda el trazo de Amenhotep IV (Akenatón) como efecto de su conflicto edipiano, el desafío a la autoridad del padre, idea que enfureció a Jung. Otros pensadores, como Claude Lévi-Strauss, han adoptado otras estructuras repetitivas que funcionan como tabúes organizadores en las sociedades, por ejemplo, el rechazo al incesto. Y aquí va mi salto mortal: hay un trazo organizador en el lenguaje que nos impele a la unificación. De allí derivan el monoteísmo y toda nuestra obstinación en alcanzar cualquier teoría o idea unificadora, en la ciencia y tal vez en el resto de nuestras actividades.
(Carlos Humberto Llanos)
sábado, 6 de enero de 2024
Musicando
«Creo que la música es una respuesta del ser humano al desafío de existir, tal vez la más bella respuesta.»
(Conversaciones con César Giraldo)
martes, 2 de enero de 2024
Ciencias
«La ciencia es alguna forma matematizada del arte, y hay artes buenos y artes malos; para eso existen las estéticas. Para un artista es difícil dicernir entre lo estético y lo ético.»
(Conversaciones con César Giraldo)
Actuando
«El arte es nuestra única arma, el resto son armamentos» (César Giraldo)
(Conversaciones con César Giraldo)
El campo humano
«En la mecánica cuántica ningún objeto tiene una posición definida, salvo cuando tropieza contra alguna otra cosa. Para describirlo a mitad de vuelo entre una interacción y otra, se utiliza una abstrusa función matemática que no habita en el espacio real, sino en abstractos espacios matemáticos: el de los números imaginarios». Algo como esto nos lo dice Carlo Rovelli, un suejto que ama el arte tanto como la física de campos gravitacionales. Es el laberinto en formato matemático. No nos dice mayor cosa, solo corrobora que solo existimos cuando tropezamos con el otro. Y entre un tropiezo y otro solo el arte nos describe.
(Carlos Humberto Llanos)